Cronista boliviano; nació en La Plata (hoy Sucre) en 1584, murió en Lima en 1654. Hijo de un capitán español, ingresó en la Orden de los Agustinos y fue prior del convento de Trujillo y definidor de la provincia de Lima.
Su Crónica moralizada (v.) relata los trabajos de los agustinos en el Bajo y Alto Perú, lo que sirve al cronista para hablarnos de las razas, las costumbres y el paisaje de aquellos territorios. Su personalidad y su obra han sido conocidas durante mucho tiempo a través del juicio de Menéndez Pelayo, quien con tanto esfuerzo y talento expuso el panorama de las letras en Hispanoamérica, pero no se detuvo a examinar detenidamente casos como el de C., lo que le llevó a decir «que sólo en ocasiones tiene frases felices».
El barroquismo del cronista agustino impresionó sin duda desfavorablemente al ilustre crítico español. C. es inferior al P. Acosta en la estructura y en el lenguaje, pero debe menos que éste a otros cronistas. La erudición dificulta aunque no impide ver el rico y variado contenido de la obra del cronista, que ha sido llamado por Gustavo Adolfo Otero «el precursor del nacionalismo espiritual boliviano».
Entre la hojarasca milagrera, las disertaciones engorrosas y el manto de erudición se esconde el panorama nativo del Bajo y Alto Perú, en contraste con la obra colonial y civilizadora, pero visto con simpatía, sin desdén, trátese del hombre, del paisaje o de la leyenda. C. se mantiene erguido y firme en los umbrales de la literatura colonial hispanoamericana.
J. Sapiña