Francisco Javier Eugenio de Santa Cruz y Espejo

Escritor ecuatoriano nació en Quito en 1747 y murió en 1795. Albert B. Fran­klin lo llama «el verdadero padre intelectual del Ecuador moderno». Hijo de indio y mulata, hablaba de tener sangre navarra en las venas, lo que parece probable por el segundo apellido de su madre, Larrancair. Obtuvo en la Universidad los títulos de mé­dico y abogado, y se formó en las ideas de los enciclopedistas franceses. Según Isaac J. Barrera, son tres sus aspectos principales: el científico, el literario y el político; en el primer aspecto, se le deben sus Reflexiones acerca de las viruelas, una Memoria sobre el corte de las quinas, el Voto de un ministro togado y un Informe sobre las sepulturas en las iglesias; en el aspecto literario, son de tener en cuenta: El Nuevo Luciano de Quito (v.), Marco Porcio Catón y La ciencia blancardina; su personalidad política queda reflejada en las páginas de su periódico Primicias de la cultura de Quito, que según el arzobispo Pólit, es el «monumento in­mortal de la inteligencia, doctrina y patrio­tismo de Espejo, piedra fundamental de nuestro periodismo y sociología nacionales».

Nos dejó también una Defensa de los curas de Riobamba y otros trabajos que siguen inéditos. En realidad, el periódico era ór­gano de la Sociedad patriótica de amigos del país, de Quito, de la que Santa Cruz era secretario, la cual fue muy pronto disuelta por las autoridades españolas. Santa Cruz era un reformador liberal y un patriota precursor de la Inde­pendencia: ello le valió persecuciones, en­carcelamiento y destierro. En sus escritos, y, sobre todo, en los diálogos del Nuevo Luciano, se advierte la personalidad vigo­rosa, liberal, satírica y agresiva del autor. De la obra últimamente citada, dice Menéndez Pelayo que «es una de las obras más antiguas de crítica compuestas en la Amé­rica de habla española»; el juicio no resulta adecuado ni suficiente porque el ilustre po­lígrafo español no conocía, al parecer, más que el tercer diálogo, que trata de Retórica y Poesía, y que le envió copiado desde Bo­gotá Miguel Antonio Caro, según afirma el ya citado Isaac J. Barrera.

J. Sapiña