Flavio Magno Aurelio Casiodoro

Na­cido en torno al 480 en Esquilache (Cala­bria), donde murió hacia 570-75. Su existen­cia se halla vinculada a vastos intereses y su figura desempeña prácticamente una mi­sión de equilibrio entre la corte y el Pa­pado en el mundo romano-bizantino-gótico, a través de una actuación política e inte­lectual.

Con el título de gobernador de su tierra natal, «corrector Lucaniae et Bruttiorum», inicia C., tras los primeros cargos honoríficos obtenidos por la influencia de su padre, la dilatada carrera diplomática llevada a cabo junto a los godos, entre el reinado de Teodorico y la conquista bizan­tina, como consejero real, secretario de la corte, historiador oficial, redactor de docu­mentos jurídicos y, al mismo tiempo, re­presentante de la opinión moderada del par­tido nacional e intermediario en las re­laciones con el Pontificado.

Tras los basti­dores se halla siempre presente, hasta el punto de que su epistolario, las Varias (v.), constituye, quizá mejor que la Crónica (v.) o la Historia Gothorum, un documento im­portantísimo para el conocimiento de este período de la historia en el mundo meri­dional. Cuando, bajo los ejércitos de Belisario hundióse definitivamente el legítimo gobierno italo-gótico (539), pudo también darse por concluida la carrera política de C.

En el ambiente sereno de su ciudad natal, junto a la costa del Mar Jónico, empezó a sentirse atraído por los valores religio­so-espirituales (v. la obrita Del alma, que siguió a las Varias). Aun cuando participó todavía en los acontecimientos históricos y políticos y estuvo en Bizancio en 551, su alma había experimentado ya una decisiva «conversio».

El contacto mantenido en esta última ciudad con el cuestor Iunilio permi­tióle obtener amplias informaciones sobre la actividad del famoso Instituto Superior de Estudios Teológicos de Nisibi, en Siria, e hizo madurar en su mente la idea de promover el establecimiento de un centro análogo en Roma.

Fracasado el proyecto a causa de la agitación política y militar, C. transformó su pretendida realización en un texto de metodología, Instituciones de las letras divinas y humanas (v.), su obra más importante, que habría de atravesar de una manera fecunda toda la Edad Media.

Reti­rado definitivamente a Esquiladle, fundó allí un monasterio, el Vivarium, convertido muy pronto en centro de altos estudios de carácter religioso y profano (Sagrada Es­critura, Ascética, Historia, Cosmografía, ar­tes liberales, Filosofía y Ciencias exactas), cuyos monjes transcribieron con admirable rigor crítico (v. Ortografía) los textos que, a través de la tradición benedictina, irían transmitiendo a las generaciones futuras las obras del pensamiento y del arte anti­guos.

En este fervor de estudios y oracio­nes, y bajo la humilde y voluntaria condi­ción de simple monje, llególe, ya anciano, una muerte serena. En C. no cabe buscar una originalidad especulativa o una singu­lar expresión artística; fue, sobre todo, un «maestro» sagaz que, poseedor de un par­ticular sentido histórico, supo discernir los elementos esenciales de un rico patrimonio religioso e intelectual que legar a la poste­ridad, y a ello dedicóse con un ardor y una inteligencia de los que consiguió me­dios, formas y tonos válidos incluso para los siglos futuros.

F. Minuto