Enrique de Villena

Nació en 1384 y murió en Madrid en 1434. «Algunos burlando de­cían que sabía mucho en el cielo é poco en la tierra». Así resume Fernán Pérez de Guzmán, el juicio de sus contemporáneos sobre don Enrique de Villena, y cierto o falso, al menos la mera exterioridad de su vida bien vale la frase. Don Enrique de Aragón, era nieto bastardo de Enrique II, por línea materna, y descendiente de la casa de Aragón y Cataluña por vía paterna. Huérfano desde muy pronto, su abuelo don En­rique encargóse de su educación, preten­diendo, al uso del tiempo, que se dedicara a las armas. Pero Villena se sentía poco atraído hacia semejante profesión y mucho, por el contrario, a las letras: «quando los niños suelen por fuerza ser llevados a las escue­las, él contra voluntad de todos se dispu­so a aprender», «,y como a su laboriosidad y a su asiduo estudio favorecían su afición de una parte y su clarísima inteligencia de otra, hizo prodigiosos adelantos en Matemá­ticas, Filosofía, Astrología y Alquimia, ad­quiriendo para los doctos reputación de ge­nio, y tomando para el vulgo proporciones y fama de brujo y hechicero».

Concibió su abuelo como remedio el matrimonio y el resultado fue el celebrado con doña María de Castilla. No fue feliz con su esposa. Vivía en la corte de Enrique III, sin conseguir los títulos nobiliarios que por derecho le correspondían y sin retener los que le otor­garon. No fue en efecto marqués, ni con­destable de Castilla, como su padre, ni, por consejo de Enrique III, conde. Pero habien­do quedado por entonces vacante el maes­trazgo de la orden de Calatrava, por influen­cias del mismo rey, quien a cambio conseguía previo divorcio con Villena, el amor de doña María de Castilla, fue elegido gran maestre de la Orden no sin disturbios e incluso de amenazas de cisma; pero tampoco consi­guió retener esta dignidad, y en 1444 el capítulo de la Orden le privaba del Maes­trazgo. En este año, humillado y fracasado, se retiraba a sus posesiones de Iniesta y a las de Torralba, de su mujer, con la cual por orden pontificia, provocada por las intrigas de la familia de Doña María, hubo de reunirse.

Allí vivió dedicado a sus artes y estudios. Solamente un aspec­to brillante, y nos referimos a la vida prác­tica, aparece en su vida, y es el de organi­zador de los Juegos Florales celebrados en Barcelona y Zaragoza, con motivo de la elección de Don Fernando de Antequera como rey de Aragón en el compromiso de Caspe. Sus últimos años transcurrieron en la intrigante corte de Enrique III y final­mente en sus propiedades, hasta su muerte, ocurrida casualmente en Madrid. «Pequeño de cuerpo e grueso, el rostro blanco e colo­rado», «sabía hablar muchos lenguajes; co­mía mucho — “destemplado en el comer y beber”, dice otra crónica — y era muy in­clinado al amor de las mujeres»; solitario, cuentan que recurrió a los más bajos expe­dientes, en la cuestión de su divorcio y de los títulos; personaje extraño a su época, aún después de muerto su peculiar perso­nalidad siguió viva en las culturas populares y eruditas, como mago y como personaje de varias obras (el Libro del Tesoro o del Can­dado, del siglo XV; el Libro de chistes del XVI, Ruiz de Alarcón, Rojas, Zorrilla, Quevedo, Hartzembuch).

El obispo de Segovia, fray Lope de Barrientos; afortuna­damente amigo de las artes adivinatorias y encargado por Juan II, a denuncia de un grupo de teólogos, de juzgar las obras de Villena después de su muerte, fue muy com­prensivo con buena parte de ella. El resto fue quemado — se conoce uno de los títulos de la obra quemada: Angel Raziel —. El marqués de Santillana lloró su muerte en La defunssión de Don Enrique de Villena señor dotto e de excelente ingenio (v.). Su labor cultural se desdobla en su obra de traduc­tor erudito y en la que resumiremos de sus obras conocidas Tratado del aojamiento o fascinología, Arte de trovar (v.), Arte cisoria (v.) y Los trabajos de Hércules (v.). Su labor de traducción se reduce a la Retórica nueva de Tulio, del latín al castellano; La Divina Comedia de Dante, del italiano, y el Traslado del latín en romance castellano, de la Eneida de Virgilio; con comprensibles de­fectos e inexactitudes, esta empresa de Villena tuvo una importancia excepcional en la cul­tura española, como labor preparatoria del Renacimiento, pudiendo en este sentido ha­blarse de Villena como uno de los primeros hu­manistas dé las letras españolas; por lo de­más, la traducción de la Eneida significaba la primera versión completa de la obra a len­gua romance; en ella, empleó el autor un poco más de un año.

Como creador original, Villena nos revela ante todo su espíritu inquieto y lleno de una curiosidad sin precedentes en nuestra literatura, que le lleva a una serie de temas muy concretos —incluso la ma­gia — pero en la que se advierte el tras- fondo de una interesante personalidad. La obra de Villena, en este sentido, tiene el valor fundamental de ofrecernos el plano más visible de esta personalidad; adquiere por lo tanto el carácter de punto deductivo, a través del cual nos internamos en el complejo mundo del autor; se comprende la concre­ción, el estilo casi de manual que reviste la obra de Villena, que en modo alguno puede ser enjuiciada objetivamente, aisladamente, sino como la última manifestación, y por lo tanto de menor amplitud e interés, pero única e imprescindible, de su idiosincrasia. El Tractado del aojamiento o fascinología, un tanto elemental, hace pensar en otras obras más interesantes, o bien en el carác­ter fabuloso de la leyenda mágica de Villena.

Más interés ofrece su Arte de trovar (fechada en 1433); Villena aparece en esta obra como uno de los primeros introductores de la técnica provenzal y de los procedimien­tos de gaya ciencia; parte de la obra está dedicada al Consistorio de Barcelona fun­dado en 1390 a imitación de los Juegos Flo­rales y en los que Villena intervino activamen­te. Los trabajos de Hércules (v.), escrita en 1417 en catalán y traducida al castellano por el mismo autor se divide en doce capí­tulos, dedicados a cada uno de los trabajos del semidiós. De carácter alegórico, didác­tico e histórico el Arte cisoria (1423?, v.) es un compuesto de doctrina culinaria y de las buenas maneras en la mesa. Inicia este libro toda una literatura, no muy abundan­te, pero siempre atractiva, en que las reali­dades cotidianas se subliman en el gracejo con que suelen abordarse, en la actitud de comprensión y en la regocijada resignación que ya implica el mismo hecho de elección del tema.

Otros libros se atribuyen a Villena en ellos, el Libro de la peste, la Consolación a Juan Fernández de Valera, Tratado de Al­quimia, Carta moral a Suero de Quiñones. El lenguaje de Villena resulta con frecuencia ampuloso y latinizante. Así fue la vida y obra de este solitario y raro personaje; «Honra de España y del siglo presente», le llamó Juan de Mena; tras la enumeración de sus obras; otra crítica mucho más mo­derna añade: «Tous ces oeuvres prouvent… et l’e manque de talent de l’auteur.»