Duiliu Zamfirescu

Nació en Focgani el 30 de octubre de 1858 y murió en Bucarest en 1922. Graduóse en Leyes en esta última ciu­dad, y se dio a conocer al público como poeta en la revista de Macedonski Literatorul; adhirióse al grupo literario «Junimea», que se había trasladado a la capital desde Iagi. Ingresado en la diplomacia, pasó mu­chos años en el extranjero como primer secretario de legación en Roma, Bruselas, Constantinopla y, nuevamente, Roma. En 1909, con su famoso discurso Poporanism in literatura, provocó un verdadero escán­dalo en el ambiente de los «seminatoristas», que no le perdonarían la ironía respecto de su confianza en las facultades poéticas naturales del pueblo, del rumano singular­mente. Zamfirescu fue presidente de la Sociedad de Escritores Rumanos, y ministro de la Guerra en 1920.

Como poeta alterna una sensualidad «vaporosa y dulzona» con un formalismo de sello clasicista, que, sobre todo en Himnos paganos [Imnuri pdgáne, 1879] y Poesías nuevas [Poezii nouá, 1899] revela la influencia de Carducci, del que permanece lejano por vigor intrínseco. Como novelista se le ha definido «un precursor intrépido en el campo de la literatura ru­mana». Su mérito consiste en la captación de los aspectos de la sociedad rumana du­rante una fase evolutiva, en una especie de ciclo narrativo que, iniciado con Vida en el pueblo (1894, v.), prosigue en Tañase Scatiu (1896, v.), En guerra (1898, v.), Di­rectivas [indreptari] y Ana. La represen­tación del ambiente rural gira en tomo a un nuevo tipo de campesino: el del que, después de 1870, empieza a tener conciencia de sus derechos y se rebela frente a la ex­plotación.

Tal rebelión, empero, se apoya, más que en un espíritu de clase, en un senti­miento de raza, que está dispuesto a soste­ner, en nombre de la tradición, a la nobleza agraria, pero no tolera el «venetic» [Táñase Scatiu) explotador doblemente ilegítimo, por cuanto extranjero; la experiencia decisiva de la guerra pondrá en evidencia su pobreza moral, en tanto la defensa del suelo unirá al campesino y al noble, depositarios de una tradición que el aventurero enriquecido ja­más logrará asimilar.

R. Del Conté