Domingo Faustino Sarmiento

Escri­tor y político argentino nació en San Juan en 1811 y murió en Asunción del Paraguay en 1888. De familia modesta, cursó tan sólo estudios primarios y se elevó por su propio esfuerzo hasta la presidencia de la Repú­blica, después de haber sido empleado de comercio, obrero minero y maestro de es­cuela, y tras haber pasado buena parte de su vida en el exilio. Se da el caso curioso de que el joven Domingo Faustino se tras­ladó a los quince años de edad a San Fran­cisco de Monte Grande, en la provincia de San Luis, donde en una pequeña escuela de un tío suyo se dedicó a enseñar las pri­meras letras a los niños; hecho singular y simbólico en la vida de Sarmiento y en la vida y desarrollo de los pueblos jóvenes que saben crecer y formarse con extraordinaria capacidad autodidáctica. Roberto F. Giusti sienta un juicio que juzgamos interesante reproducir: «Cada nación tiene una figura prócer de escritor que ha elevado por en­cima de los demás de que igualmente se enorgullece.

La Argentina, por consenti­miento casi unánime, reconoce su escritor más vigoroso y representativo en Sarmien­to.» La vida lo va formando en sus ideas, va forjando su carácter y su temperamento: soberbio y violento, es honesto, sincero y apasionado. Ama entrañablemente a su pa­tria, quiere hacerla grande y limpia, y fus­tiga sus vicios y defectos sin piedad. Se le llamaba «el loco Sarmiento» y alguien, con gran sagacidad, lo ha llamado «el hombre repre­sentativo del intelecto americano»; con me­nos finura, Menéndez Pelayo habló de «el gaucho de la república de las letras». Sus campañas y su temperamento lo enfrentaron con los «federales», cuyos procedimientos expeditivos y violentos sembraban la cons­ternación por el país; y el «unitario» de entonces tuvo que emigrar por primera vez a Chile. Volvió en 1839 a San Juan, donde sus campañas de prensa le hicieron la vida irrespirable, y tuvo que volver a Chile (1841); y allí fue donde realmente se de­sarrolló su personalidad.

Allí estuvo con Andrés Bello, allí fue profesor universitario y tuvo ocasión de propugnar una reforma de la ortografía; allí escribió su primer libro autobiográfico: Mi defensa (1843) y su obra maestra, Facundo o Civilización y Barba­rie (v. Facundo), en folletines de El Pro­greso (1845); allí lo protegió el presidente Montt, que lo envió en misión oficial a estudiar la organización de la enseñanza en diversos países del mundo: Francia, España, Suiza, Alemania, Italia, Estados Unidos y África, consecuencia del viaje es su infor­me De la Educación Popular (1849) y su libro epistolar titulado Viajes por Europa, África y América (v.). En Chile fundó la primera revista pedagógica de América del Sur: El Monitor de las escuelas primarias; el sentido pedagógico había de inspirar des­pués su obra de gobierno y no abandonaría jamás al maestro, que fundó en 1858 en Buenos Aires los Anales de la Educación Común, y en 1885, El Censor.

Asistió a la batalla de Caseros (1852) con Urquiza, se distanció de éste, volvió en seguida a Chile, donde publicó el Diario de la Campaña del ejercito Grande (1852) y encendió con ello napoleónica con Juan Bautista Alberdi, de la que no salió bien librado, pues las Cartas pilotarías de Alberdi rayan a una altura superior a Las ciento y una, de nuestro autor. D rutado por San Juan en el mismo 1852, acepta la doctrina federal en sus Comentazas a la Constitución de la Confederación Argentina (1853), pero defiende a Buenos Aires en su conflicto con la Confederación. Senador y ministro, gobernador de San Juan en 1862, renuncia en 1864 y Mitre lo envía como representante diplomático a Chile, Perú y Estados Unidos. Presidente de la República de 1868 a 1874, su período se caracterizó por la autoridad frente al caudillismo y al desorden, por el fomento y desarrollo de la educación pública, y por su preocupación en reorganizar la econo­mía: se interesó intensamente por la inmi­gración europea, terminó el ferrocarril de Rosario a Córdoba y echó los cimientos del Banco Nacional Argentino.

Todavía fue ministro del Interior con Avellaneda, de­sempeñó otros cargos menores y fundó la Sociedad Protectora de Animales. En el resto de su producción literaria hay que resaltar una obra que ocupa un lugar im­portante, muy próximo al de Facundo: la titulada Recuerdos de provincia (v.), tam­bién de fondo autobiográfico, como la ya citada Mi defensa. En Argirópolis (1850), trata de los problemas de la organización de su país; es interesante su Vida de Lin­coln (1866); y su personalidad extraña y desbordante, fecunda y contradictoria, se vuelca en una de sus obras más discutidas: Conflicto y armonías de las razas en Amé­rica (v.), publicada en 1883. El conjunto de sus obras, en la edición de París de 1909, alcanza los cincuenta y dos volúmenes. Casi ninguna de ellas es una obra orgánica; su estilo es descuidado, pero jugoso y eficaz; hay en su obra, como en su vida, una espe­cie de «desorden creador», una contradic­ción constante y fecunda.

A la vuelta de su viaje de estudios por Europa, África y América, se casó en Chile con una viuda 1849), de la que se separó en 1850, al volver a su patria; la viuda tenía un hijo, al que quiso Sarmiento entrañablemente y cuya trágica muerte, en la guerra con Paraguay (1866), causó profunda amargura al ilustre argen­tino; en su ancianidad escribió y publicó la Vida de Dominguito (1885), una mues­tra más de las múltiples facetas de la perso­nalidad de nuestro autor, más político que literato, genial en sus arrebatos y en sus contradicciones; pensador influido por los residuos de la filosofía romántica y arras­trado después hacia el empirismo, pero sin abandonar nunca su personalidad y su individualismo de estirpe hispánica y perfiles argentinos robustamente definidos.

J. Sapiña