Dión Casio

Nació en Nicea (Bitinia) no después del 165; se ignora también la fe­cha precisa de su muerte. Vivió en Roma con su padre, Casiano Aproniano, que había sido procónsul en Cilicia y gobernador de Dalmacia.

Llegó a senador en la época de Cómodo y participó en la reunión senato­rial en cuyo transcurso tuvo lugar la «damnatio memoriae» de éste y la elección a la dignidad imperial del literato Pertinax, quien favoreció a Dión con el cargo de pre­tor (194). En los tumultos que llevaron a Septimio Severo al trono del Imperio, mos­tróse partidario de éste, a pesar del carác­ter militarista de su régimen.

Ello le in­dujo a reunir en una obrita los prodigios que habían anunciado el advenimiento de Severo y en la que refería los hechos ante­riores, desde la muerte de Cómodo y las sucesivas eliminaciones de Pertinax, Didio Juliano, Pescenio Nigro y Clodio Albino.

Entre 198 y 199 concibe e inicia la com­posición de la gran Historia romana (v.), obra que, como las precedentes, también gratas al emperador, debía trazar toda la evolución de la urbe hasta culminar en la figura y la actuación de Septimio Severo, quien recompensó al autor con el nombra­miento de «cónsul suffectus», en fecha no determinada (tal noticia procede de la Historia, LXXVI, 16, 4).

Durante el invierno de 216-17, Dión acompañó a Caracalla a su nativo territorio de Bitinia, concretamente a Nicomedia, y en 218 fue nombrado por Macrino «curator ad corrigendum statum civitatium» de Pérgamo y Esmirna, cargo en el cual permaneció probablemente has­ta el 222 (asesinato de Heliogábalo y adve­nimiento de Alejandro Severo). Por aquel entonces llevó a cabo la primera redacción de su Historia, que terminó con la muer­te de Septimio Severo (211).

El reinado de Alejandro Severo, campeón de la toleran­cia y la ecuanimidad, representó, como es natural, para Dión el período culminante de su carrera: el soberano le nombró sucesi­vamente (224-27) procónsul de África y gobernador de Dalmacia y la Panonia su­perior; por último, en 229 fue colega del emperador en el consulado, y no en calidad de cónsul suplente, sino ordinario.

Pero poco después, como hubiese ya notado durante el gobierno de Panonia la irreprimible indisciplina de las fuerzas militares, que ha­bía de provocar el asesinato del emperador (235) y el advenimiento de Maximino y, por otra parte, contrariaba su ideal jurí­dico del régimen, obtuvo permiso para sa­lir de Italia alegando razones de salud (su­fría de podagra) y, tras una breve perma­nencia en Campania, volvió a su nativa Bitinia, donde reanudó la composición de la Historia, que amplió hasta el año de su consulado.

Un pasaje de su último libro (LXXXj 4, 1), referente a la amenaza de Artajerjes, el renovador del Imperio persa, contra el dominio romano, demuestra que el autor escribía aún entre 232 y 233. Fue hijo de su tiempo en cuanto dado a la creencia en los sueños y la magia, que, sin embargo, no alcanzó jamás en él el valor de un verdadero sentimiento religioso.

E. Paratore