Nació en 905 y murió el 9 de noviembre de 959. En 912 fue coronado emperador de Bizancio, pero nunca participó activamente en el gobierno ni hizo colgar a las puertas de su palacio las armas que hubieran anunciado su marcha a la guerra, por cuanto prefirió siempre las empresas literarias a las de carácter bélico.
Amenazado por las intenciones de Romano Lecapeno, general armenio que había logrado compartir con él el gobierno del país, libróse hábilmente del rival y de sus hijos (944); luego se entregó de nuevo a sus ocupaciones predilectas y dejó el poder en manos de la emperatriz Elena.
Creador y animador de un intenso movimiento literario y científico, este soberano contribuyó eficazmente al progreso intelectual de Bizancio, y él mismo cultivó las letras, las bellas artes y la música. Muchas son las obras debidas directamente a él o bien a sus sugerencias.
Entre las primeras figuran el Tratado sobre los temas (v.), que utiliza fuentes geográficas de los siglos V y VI; el Tratado sobre la administración del Imperio (v.), en el que se habla del poderío político, diplomático y económico bizantino en el siglo X; el Tratado de las ceremonias y de la corte de Bizancio (v.), documento de gran valor, y la Biografía de Basilio I, panegírico escrito en honor de su ilustre abuelo; se atribuye también a C. la extensa narración referente al traslado de la imagen del Salvador desde Edessa hasta Constantinopla en 941. Carácter de compilación poseen algunas obras de no menor interés compuestas por encargo del emperador: la Colección agraria, la médica y la zoológica.
No puede afirmarse con certeza la participación personal de C. en la redacción de la Enciclopedia histórica (v.), obra que nos ha legado fragmentos de Polibio, Diodoro, Dión Casio y Nicolás de Damasco; sí, en cambio, parece haber promovido la ampliación y la revisión de los Basílicos. Al círculo de literatos reunido en torno al soberano pertenecieron, entre otros, José Genesio, Teodoro Dafnopates y Constantino Rodio.
G. Rossi Taibbi