Christine de Pisan

Nació en Venecia en 1363 y murió hacia 1430 en el monasterio de Poissy. La tierra de Francia resultó una segunda patria para la hija de Tommaso da Pizzano, el docto «literator in scientia et arte astrologiae», a quien Carlos V había llamado junto a sí desde la lejana Bolonia.

Casada a los quince años con un notario real y ya viuda en 1389 con tres hijos, perdió luego incluso el apoyo de su amadí­simo padre. No tardó, empero, en reaccio­nar y, aprovechando su sólida cultura, se entregó a una extensa labor literaria, pro­vechosa para ella y para sus propios hijos. Viuda fiel en cuyo corazón brilló siempre una sola llama, jamás pensó en la posibili­dad de cantar el amor al estilo de la mujer enamorada.

Sin embargo, Les Balades de divers propos aparecen, en ciertos momen­tos, matizadas por un tono emotivo de año­ranza contenida, propio de una pasión dolorosamente soportada: «Seulete suy et seulete vueil estre, / Seulete m’a mon douz ami laisiee…».

Se trata del canto desesperado de la soledad y la fidelidad (v. Obras poé­ticas). Incluso demasiado consciente de su misión de «dicteur», se obstina en crear, alentada por el éxito y los nobles protec­tores, interminables composiciones poéticas (Le Chemin de Long Estude, Epistre d’Othea á Héctor…)

En los albores del siglo XV cri­ticó los ataques antifeministas de Jean de Meung y provocó una ardiente discusión acerca del Román de la Rose. Los tratados «feministas» La cité des Dames y Le livre des trois vertus (v. El tesoro de la ciudad de las damas o El libro de las tres virtudes) ofrecen una imagen de mujer graciosa y valerosa.

No obstante, el acento poético más alto de Christine es el suscitado por la compa­sión hacia las desventuras de Francia, víc­tima de la guerra civil, y la fe en la don­cella de Orléans (Poema de Juana de Arco, v. Juana de Arco).

En 1418, la autora se vio obligada a huir de París y buscar refu­gio seguro en un monasterio. El 13 de julio de 1429 tomó de nuevo la pluma para mani­festar su esperanza en el «gentil Dauphin» que, tras haber libertado Orléans, marcha­ba hacia Reims. Luego, su voz calló para siempre.

A. R. Poli