Camilo Castelo Branco

Nació en Lis­boa el 16 de marzo de 1825 y murió el 1.° de junio de 1890 en San Miguel de Seide. Su vida novelesca aparece reflejada en los cen­tenares de obras que compuso, en general novelas, y también en textos históricos, polémicos, dramáticos, etc.

Hijo natural y huérfano de padre y madre a los diez años, pasó la adolescencia en un pueblo de Trásos-Montes, entre campesinos. Fue el nove­lista de las provincias septentrionales de Portugal. De temperamento ardiente, vio­lento y donjuanesco, luego de un matrimo­nio contraído a los quince años con una aldeana de la cual había tenido una hija, y tras haber sido seminarista y recibido las órdenes menores, unióse con Ana Plácido, esposa de un acaudalado comerciante; huyó con ella en 1859 y provocó un escándalo que les llevó a ambos a la cárcel.

Aquí es­cribió Romance dum homem rico (1861) y Amor de perdición (1862, v.), trágica his­toria de sentimientos amorosos contrariados por violentos odios familiares que había de ser su novela más famosa. Ana, con la cual convivió al recobrar la libertad, pero que hasta 1888 no pudo recibir como esposa, fue siempre su compañera.

Como Balzac, C. hubo de escribir febrilmente para ganarse la vida; ello explica, hasta cierto punto, la insistencia del tema que inspira sus nove­las: el amor en lucha contra los intereses y prejuicios. Sin embargo, además de vigo­roso prosista y autor de páginas de conci­sión clásica y dramática intensidad (Nove­las do Minho, 1875), fue un escritor extra­ñamente romántico, y cabe afirmar que re­corrió todo el camino que va de lo sublime a lo burlesco y sarcástico.

Las ideas centra­les de su obra (cristiana a pesar de ciertas apariencias de ateísmo) son las de pecado, penitencia y redención por el dolor. Reac­cionó frente al naturalismo, y así nacieron sus novelas Eusébio Macario (1879) y A Corja (1880). No obstante, y sin traicionar su propio temperamento original, rebelde a las escuelas, acabó por asimilar los pro­cedimientos estilísticos propios del impresio­nismo.

Afligido por dolores morales, singu­larmente por la locura de su hijo, y perdida la vista, llevó finalmente a cabo sus propó­sitos de suicidio tantas veces formulados, y se quitó la vida con un disparo de pistola.

J. Prado Coelho