Humanista español. Nació en Cuenca, probablemente en 1490, y murió en Viena a causa de la peste el 3 de octubre de 1532. Hermano de Juan (v.), célebre autor del Diálogo de la lengua (v.), fue también erasmista. Poseemos escasas noticias referentes a los primeros años de su vida; amigo del famoso humanista italiano Pietro Martire d’Anghiera (v.), parece haber sido introducido por éste en el conocimiento de la literatura, circunstancia, empero, no demostrada por documentos. Tampoco existen huellas de sus estudios en las Universidades de Alcalá de Henares y Bolonia. Posiblemente, debió de ser un autodidacto; se le juzga, no obstante, jurisconsulto o clérigo.
En cuanto segundón de familia noble, siguió a la corte de España en sus traslados. Más seguros son los datos de su existencia posteriores a 1520, época en la cual su figura aparece más destacada en la escena política española, junto a Carlos I. Latinista oficial y secretario del emperador a partir de 1526, dirigió el departamento encargado de las relaciones con Roma y el resto de Italia, y, en varias ocasiones, estuvo en Placencia, Bolonia, Mantua, Nápoles, Innsbruck y Augsburgo. En 1527 su influencia en la corte era ya considerable. Este mismo año, empero, fue acusado por la Inquisición a causa de sus opiniones francamente erasminianas. Valdés mantenía correspondencia con Erasmo de Rotterdam desde 1525; se trataba de una relación meramente epistolar, pero no por ello menos íntima.
En el insigne holandés encontró Alfonso el elemento espiritual necesario para la determinación de su actitud respecto de la Reforma, la Iglesia católica y, por ende, la política imperial. Relacionóse, además, con Melanchthon, que dirigía las negociaciones de los protestantes con el Emperador. Estos contactos con el mundo de la Reforma se manifestaron profundos en las dos obras impresas en Nápoles en 1529: el Diálogo de las cosas ocurridas en Roma (v.), denominado también Diálogo de Lactancio y un arcediano, y el Diálogo de Mercurio y Carón (v.).
En el primero de ambos textos el autor procura rebatir las acusaciones dirigidas contra Carlos I con motivo del asalto y el saqueo de Roma (1527) por las tropas imperiales, en tanto que en el segundo atribuye a los manejos de Francisco I los acontecimientos que siguieron a la derrota de Pavía. La violencia de la sátira anticlerical y el espíritu erasmiano de ambos diálogos agravaron las acusaciones de herejía contra el autor, a quien, sin embargo, Clemente VII absolvió completamente en 1529.
G. Bellini