Ensayista, dramaturgo y novelista francés. Nació en Mondovi (departamento de Constantina, Argelia) en 1913, murió en accidente de automóvil en La Chapelle Champigny (Francia) el 4 de enero de 1960. Su padre era un modesto artesano de origen alsaciano que murió en la primera batalla del Marne (1914); su madre, de ascendencia española, quedó viuda a los veinticinco años.
Trasladada la familia a Argel, C. asiste a la escuela, donde encuentra a un maestro, M. Germain, verdadero santo seglar, del cual el niño aprende las virtudes de los buenos pobres: la honradez en el pensar, el amor a la libertad moral y la pureza de corazón; también le contagia su afición al fútbol. M. Germain le consigue una beca para cursar los estudios de Magisterio. C. estudia, lee, observa la vida circundante, y es guardameta del Racing Universitario de Argel.
Pronto se le declara una tuberculosis grave. Renuncia a los estudios y entra de redactor en la prefectura de Argel. En la oficina hay poco trabajo y aquel joven funcionario aprovecha el tiempo: escribe para él, evoca el cielo y el mar, el placer de tenderse y de correr desnudo bajo el sol. Así nacen sus primeros cuentos, que aparecerán en 1938 con el título de Noces.
No olvida el tiempo en que con un grupo de camaradas y obreros — en su mayoría musulmanes — fundó una compañía teatral «amateur», de la que era director y actor. Su amigo Pascal Pia, redactor de Alger républicain, le invita a colaborar en su diario. Así nace el periodista. Su primer reportaje sobre la miseria de los trabajadores musulmanes es de una aspereza tal que repercute en París: el nombre de C. pasa a la lista negra de los sospechosos.
A veinte años de distancia del conflicto argelino, C., el muchacho pobre y oscuro, el hermano de los musulmanes, es el primero en lanzar la voz de alarma. Pero ha llegado el momento de «subir» a París. En la capital hace el aprendizaje de la soledad y la miseria. Más tarde dirá: «No aprendí el socialismo en Marx, sino en la vida». Entra de secretario de redacción en Paris-Soir. No escribe; trabaja junto a las máquinas, entre los obreros.
En 1933 ingresa en el partido comunista, pero muy pronto lo abandona. En la imprenta, entre los linotipistas y los correctores, hay algunos anarquistas, hombres puros, de una intransigencia feroz. Al salir del trabajo, a las dos de la madrugada, va con ellos a beber «la copa de la amistad» en un pequeño bar de Croissant. Estalla la guerra y Paris-Soir se repliega a Clermont-Ferrand. Con cuatro camaradas ha alquilado un piso amueblado de dos habitaciones en la calle Jaude, a pocos metros de La Montague, el diario de Laval.
Allí se forma una especie de falansterio: las mujeres cocinan y zurcen la ropa; los hombres echan en el cajón de la cómoda el dinero de su paga. C. tiene su «rincón» junto a la ventana. Allí, a las dos de la madrugada, cuando todos duermen, escribe L’Étranger, la novela cuyo tema dostoievskiano (el crimen y el castigo) le fue inspirado por un suceso real.
Este suceso le permite poner en claro los datos de su propio problema, que es el de todo el mundo: cómo conciliar la fe en la vida y lo absurdo de esta misma vida, de lo cual la época ofrece un aterrador espectáculo. El extraño es la primera obra de una nueva era de la literatura —y de la vida— que se llamará Existencialismo. La novela, escrita en 1940, aparecerá en 1942, sin ninguna publicidad. C., que ha vuelto a encontrar a Pascal Pia en Clermont-Ferrand, entra en la Resistencia.
Forma parte de la red «Combat» y vive en París en la clandestinidad. No le interesa que se hable de él. Pero el libro encuentra en seguida entre los jóvenes un eco sorprendente. En el momento de la Liberación (24 de agosto de 1944), Combat, órgano clandestino de la resistencia, se convierte en diario público bajo la dirección de Pascal Pia, que nombra a Camús jefe de redacción.
En algunas semanas, C. pasa a ser el escritor más célebre de Francia y poco después uno de los grandes nombres de resonancia mundial. Combat, diario de los «puros», alcanza un enorme éxito moral y su influencia es considerable. Sin duda, C. fue, con el general De Gaulle, el hombre que devolvió a los franceses, destrozados por la ocupación, indecisos entre la desesperación y la rebelión, el gusto de vivir y la fe en el hombre.
El filósofo de lo absurdo extrae esta fe del fondo de su negra desesperación: «El mundo en que vivo me repugna — escribe —. Pero me siento solidario de los hombres que sufren en él». En esto, la vida recobra su ritmo normal. Las intrigas, las banderías terminan con el diario de los «puros»; Combat se convierte en un periódico como los demás. C. lo abandona y se va con su público; él mismo define su misión: «Mi papel no es en modo alguno el de transformar el mundo ni al hombre. No tengo suficiente virtud ni talento para ello.
Pero quizá sea el de servir desde mi sitio a los valores sin los que un mundo, aun transformado, no vale la pena de ser vivido; sin los que un hombre, aunque nuevo, no es digno de ser respetado». Con todo, el tema del absurdo, central en nuestro autor, parece dejar entrever resquebrajaduras en algunas de sus obras, sobre todo en las últimas. Aparece ahí un estoicismo moderno fundado, no en la esperanza de Dios ni en el sentido del honor, sino en una lucidez voluntaria.
Camus comprueba el absurdo, pero no lo acepta y su pensamiento llega a desarrollarse en dos planos: el de la dialéctica, que termina en un enigma, y el de la vitalidad sensible y superiormente consciente, que al fin gana en secreto la partida. La muerte inesperada de C., en un momento de plena evolución, significa una pérdida tremenda, inapreciable. Después de haberle sido concedido el premio Nobel en 1958, C. declaró a un periodista: «Mi obra aún no ha empezado». Contaba entonces cuarenta y cinco años (v. Obras).