Leyendas, Wilhelm Hauff

Publicados en 1825 y en 1827, en el «Márchenalmanach», los cuentos de Wilhelm Hauff (1802-1827) están divididos en tres grupos, cada uno con su propio marco. El primero (La cara­vana [Die Karawane]) comprende seis cuentos narrados por el caballero de Bag­dad Ielim Baruch y por cinco mercaderes, durante un reposo en el desierto de la cara­vana de que forman parte. La más conocida de este grupo es la «Historia del Califa Ci­güeña» «[Die Geschichte vom Kalif Storch»], en que trata de un califa transformado en cigüeña y luego, después de muchas vici­situdes, vuelto a su forma de hombre. El segundo grupo, El Jeque de Alejandría y sus esclavos [Der Scheik von Alessandria und seine Sklaven], comprende seis cuentos narrados al jeque por sus esclavos, a quie­nes libera el duodécimo día del Ramadán, para implorar de Alá el regreso de su hijo Kiaram, que le habían robado los francos. El tercero, La posada en el Spessart [Das Wirtshaus im Spessart], comprende cuatro cuentos narrados por cuatro jóvenes aloja­dos en una posada de un bosque del Spes­sart, donde se habían perdido. De este grupo el cuento más bello es El corazón frío [Das Kalte Herz], en que se narra el en­cantamiento que padece Peter Munk por obra de los espíritus que habitan la Selva Negra. Estos cuentos, que figuran entre las expresiones más características de la época, no reflejan la verdadera personalidad ar­tística de Hauff, de inspiración netamente humorística, pero contribuyen eficazmente a su fama.

A. Musa

Leyendas de Cristo, Selma Lagerlóf

[Kristuslegender]. Colección de leyendas sobre la vida de Jesús, de la escritora sueca Selma Lagerlóf (1858-1940), publicada en 1904.

La más extensa, «El niño de Belén» narra la matanza de los inocentes y la fuga mila­grosa del pequeño Jesús con la ayuda de las abejas, de los lirios y de un soldado romano al que había dado de beber mien­tras éste se encontraba de guardia bajo un sol abrasador. Las «leyendas» van sucediéndose en una narración líricamente ingenua, propia de aquella poesía de las pequeñas cosas características de la Lagerlóf. «En el templo» presenta al pequeño Jesús pasando entre las dos columnas negras de Abraham, llamadas la puerta de la justicia, tan uni­das una con otra que no pasa ni siquiera una paja. Atravesando así el puente del paraíso y tocando el cuerno de Moisés (que había permanecido sin voz desde que Moisés llamó a los hijos de Israel dispersos en el desierto), Jesús atrae la atención de los sacerdotes, que se interesan por él y le acosan a preguntas. En «Nuestro Señor y ,San Pedro» queda demostrado, en cambio, cómo la dureza de alma encuentra en sí misma su castigo; mientras que «La noche Santa», en la que los perros no muerden, las ovejas no se asustan y el fuego no que­ma, es una idílica visión de paz, lo mismo que «La fuga a Egipto», cuando la palmera se inclina hacia el suelo al contacto de la dulce caricia de las diminutas manos del niño Jesús, para ofrecerle sus frutos. [Trad. española por Rodolfo J. Slaby (Barcelona, 1925)]. Selma Lagerlóf es Premio Nobel, 1909.

C. Schimansky

Leyendas, Gustavo Adolfo Bécquer

Colección de narraciones legendarias del poeta español Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870), publicada póstuma en 1871. Con una de las mejores prosas del siglo XIX español Bécquer enlaza la leyen­da romántica con los cuentos de la obra de Rubén Darío Azul (v.). El sentimiento y la visión romántica logran un nuevo ritmo expresivo, se afinan, se vuelcan hacia lo subjetivo, situándose mucho más cerca del mundo legendario nórdico que de Zorrilla o el Duque de Rivas. Algunas veces el autor, al colocar la narración en boca de un personaje e imitar su modo familiar, consigue, mediante este recurso naturalista, sorprendentes efectos; tal es el caso del alud de palabras de la beata en «Maese Pé­rez el organista».

Entre las 18 leyendas, una, «Tres fechas», se desarrolla en época contemporánea al autor, y otra, «El beso», narra el castigo a la profanación de una estatua durante la guerra de la Indepen­dencia; sin embargo, el marco de ambas, calles e iglesias de Toledo, es medieval. Otras dos se desenvuelven en el lejano y exótico mundo hindú. En la primera, «La Creación», la única en que predomina la sonrisa irónica, presenta a Brahma, eterna­mente aburrido y fastidiado, buscando una distracción en la creación; entre los seres creados están los gandharvas, chiquillos traviesos e incorregibles, que un día logran entrar en el laboratorio del gran dios, donde mezclan y confunden todos los productos allí encerrados, dando así origen a un mundo raquítico, oscuro, ligeramente acha­tado por los polos; Brahma, indignado, está a punto de destruirlo, pero prefiere entre­garlo a los gandharvas para que jueguen con él. En la segunda, «El caudillo de las manos rojas», narra, en una prosa que imita la manera oriental, el angustioso peregri­naje del príncipe Pulo-Dheli, que por el amor de Siannah, mató a su hermano, es­poso de ésta.

Paisaje, misterio, superstición y amor por una mujer inalcanzable se unen en tres de las leyendas más logradas: «Los ojos verdes», en que un joven noble, desa­fiando los consejos de su montero, se hunde en las aguas de una laguna, arrastrado por el encanto de unos ojos de mujer que le ofrecen un amor eterno; «La corza blan­ca», en la cual Garcés, montero de Don Dionís, enamorado de su hija Constanza, se propone cazar una misteriosa corza blanca para regalarla a ella; mientras espera su presa se duerme, siendo despertado por una canción, y ve entonces a las ciervas en tropel capitaneadas por la corza blanca que se dirigen hacia el río, y allí, ante sus ató­nitos ojos, a la luz de la luna inmóvil, unas bellísimas mujeres desnudas juguetean en el agua, las cuales, al ser descubiertas, se transforman en ciervos; el joven arroja su saeta a la corza blanca, y aparece Constanza mortalmente herida, revolcándose en su propia sangre; «El rayo de luna», llena de contrastes de sombra y luz, cuyo protago­nista, enamorado de la soledad de tal forma «que algunas veces había deseado no tener sombra», descubre una mujer misteriosa, la persigue, corre tras ella, pero es inútil, no logra alcanzarla; al fin descubre que se trataba de un rayo de luna.

La locura como castigo aparece en el relato «La ajorca de oro»: una muchacha caprichosa exige a su enamorado la joya que brilla en el brazo de la Virgen del Rosario, patrona de To­ledo; el sacrílego cae vencido a los pies del altar. Toledo es también marco de otras dos leyendas: «El Cristo de la Calavera», casi antirromántica; la intervención divina impide un duelo que va a desarrollarse ante un crucifijo; los dos combatientes acaban amigos y olvidan a la dama motivo de la disputa; y «La rosa de pasión», que pre­senta un conflicto entre religiones: el amor conduce a una joven hebrea a ser sacrifi­cada por su propio padre; una misteriosa flor con los atributos de la Pasión del Sal­vador crece en el lugar del martirio. El mismo motivo del amor entre gentes de distinta religión, esta vez un guerrero cris­tiano y la hija de un alcaide moro, arrastra a los protagonistas de «La cueva de la mora» a un trágico desenlace; los cadáveres de los enamorados vagan aún por los alre­dedores de la cueva en que encontraron la muerte. En «La cruz del diablo» narra las luchas entre un pueblo y su aborrecido señor, y a la muerte de éste con el demo­nio que anima su armadura, con la cual finalmente construyen una cruz maldita. En «Creed en Dios», el barón de Montagut, incrédulo, hombre de negros instintos, es llevado por un corcel hasta el trono del Señor; devuelto a Montagut no encuentra su castillo, en su lugar hay un convento; una leyenda cuenta que al último señor se lo llevó el diablo hace cien años. En «La promesa», el conde ha de casarse con un cadáver para que cese un prodigio mara­villoso : era imposible cubrir de tierra la mano de la muerta. «El gnomo» posee un sentido casi panteísta, con el diálogo entre el Viento y el Agua, y los diabólicos espí­ritus, dueños de las riquezas de la tierra.

Pero las más originales y conocidas leyen­das son las referentes al mundo de los muertos. En «Maese Pérez el organista», el ánima del ciego organista de Santa Inés vuelve a la tierra en la noche de Navidad, para tocar el órgano del pequeño templo; en «El Monte de las Ánimas», el joven que en la noche de Difuntos desafía la leyenda que rodea el antiguo-convento de los Tem­plarios es encontrado muerto el día si­guiente; y por último, el «Miserere», la de mayor fuerza, la más impresionante; el autor encuentra en un viejísimo cuaderno de música de una abadía un Miserere in­acabado; notas en alemán ponen una densa atmósfera de misterio: «Crujen, crujen los huesos y de sus médulas han de parecer que salen los alaridos», «es la Humanidad que solloza y gime», «las notas son huesos cubiertos de carne». Un viejo le cuenta la historia de aquella música: es la transcrip­ción musical del Miserere que cantaban pi­diendo misericordia los cadáveres de unos monjes asesinados por unos bandoleros, muertos probablemente en pecado.

Bécquer se muestra en esta obra como consumado prosista; pero siempre, a través de las imá­genes, de los encantos de la prosa, de los detalles que captan la atención del autor, del misterio que flota en el ambiente, de esa mujer vaporosa, «cendal flotante de leve bruma», que se confunde con un rayo de luna o se pierde en el fondo de una laguna perseguida por el héroe, está el gran poeta de las Rimas (v.).

S. Beser

Este arte, que no tiene por objetivo más que la belleza — la belleza y nada más que la belleza — al damos mía visión honda, aguda y nueva de la vida y de las cosas, afina nuestra sensibilidad, hace que vea­mos, que sintamos lo que antes no veíamos, ni comprendíamos, ni sentíamos. (Azorín)

La prosa de Bécquer, como su verso, bus­ca la cadencia, no la sonoridad; la suge­rencia, no la elocuencia.  (Cernuda)

Leyenda Eterna, Vittoria Aganoor

[Leggenda eterna]. Colección poética italiana de Vittoria Aganoor (1855-1910) publicada en 1900 y re­unida en su edición póstuma de 1912, de las Poesías completas, con las Nuevas poe­sías (Nuove liriche) de 1908, y con un grupo de poesías inéditas (Rime sparse) y un apéndice de prosas. En Vittoria Aganoor hay una vena poética natural; de niña comenzó a versificar con soltura, bajo la guía paternal de su maestro Giacomo Canela. Pero era también literata de buenos estudios, y en parte su poesía es literaria; siempre muy digna, pero con un calor fic­ticio. En esta categoría entran todas las poesías, a menudo de circunstancias, sobre temas sociales, además de los diversos y graciosos cuadritos de género y las fugaces impresiones de viaje. Pero por encima de esta zona puramente literaria vibra un sentido de más verdadera y franca poesía en un grupo poco numeroso pero selecto, de poesías verdaderamente autobiográficas. Desde su primera juventud, Vittoria Aganoor sintió el amor en forma tempestuosa; circunstancias adversas le impidieron por mucho tiempo apaciguarse en un tranquilo y seguro amor (su matrimonio con Pompili no se efectuó antes de 1901, y en la poesía «Diario» se alude a un amor truncado por la muerte). A estos trances la escritora aportaba su carácter mezclado de orgullo y cansancio precoz, de sueños un poco aéreos y de lánguidas nostalgias con cierto fatalismo oriental (era hija de un armenio que había nacido y había transcurrido su niñez en la India).

El mismo título de Leyenda eterna, esto es, lo infinito del amor, que en lo que tiene de genérico es siempre el mismo, contiene dentro sí también los defectos de tal poesía. Buscamos en la vida y en el arte no lo que en el amor es siempre semejante, sino el drama que lo individualiza y lo caracteriza. Sin esto queda el desengaño de las esperanzas por el drama que no ha tenido su natural y es­perado desenvolvimiento, en parte por efec­to de un temperamento recluido y orgu­lloso. Así en «Página de diario» («Pagina di diario») el alma de la poetisa se siente semejante al ocaso autumnal; después, con un grito de rebelión se revuelve contra su destino. Así en la otra poesía «Está en mi sueño» («É nel mió sogno»), después de haber evocado la causa de su niñez, en Padua, se siente más solitaria; tampoco el sueño la ha ilusionado sino por breve tiem­po, y le cae encima un velo de grave tris­teza. Otra, «Orgullo» («Orgoglio»), es una confesión. El amado está a punto de partir; los ojos de ella le dicen que se quede: «así las pupilas suplicaban/pero los labios no se abrieron» («cosí le pupille pregavano/ma il labbro non si schiuse»). Esta dificultad de abrirse al prójimo y a sí misma se refleja en la poesía de Vittoria Aganoor.

M. Vallauri

Este cancionero es ciertamente el más bello que ha compuesto jamás una mujer italiana. (B. Croce)

Leyenda Franciscana, Anónimo

[Ferene-legen­da]. Es el primer libro escrito en húngaro (un códice anterior a 1450). Por el nombre de su descubridor primeramente fue lla­mado Códice Ehrenfeld; luego se le dio el nombre de Jókai, en honor del gran nove­lista. Contiene la traducción húngara, re­sumida, de los Hechos de San Francisco (v.), del Espejo de perfección (v.) y de la Leyenda de San Francisco (v.) de S. Buenaventura, narrando a los monjes los momen­tos principales de la vida del Pobrecito de Asís. Los detalles los encontramos en otros muchos códices. Indudablemente éste in­fluyó en la difusión en Hungría del espí­ritu franciscano.

M. Benedek