Empotrados (IAN WATSON)

Empotrados

Aunque había publicado un par de relatos breves en New Worlds, Ian Watson (nacido en 1943) era prácticamente desconocido para los lectores de cf hasta que en 1973 irrumpió en este campo de ma­nera explosiva. El ruidoso acontecimiento fue la publicación de su primera novela, Empotrados (The Embedding). Libro de ritmo vertigi­noso, un poco confuso pero muy estimulante, presagió una reno­vada preocupación de la cf británica por las ideas, la política y las modas intelectuales. Parecía meterse con todo: con la antropología, la lingüística, la contaminación, las drogas, los viajes espaciales, los contactos con extraterrestres, los movimientos de liberación lati­noamericanos, la CÍA, y lo que a uno se le ocurra.

Watson escribe con vigor y elegancia, moviendo a numerosos personajes en un mundo demasiado real del futuro próximo. La novela se inicia en un instituto de investigación británico, donde el lingüista Chris Sole enseña una extraña forma de lenguaje a cuatro niños que viven en un medio artificial. El lenguaje es el inglés, pero gramaticalmente reestructurado por un ordenador: un inglés «autoempotrado» que ninguna persona normalmente socializada pue­de hablar. El objetivo del experimento es descubrir si la gramática es inherente al cerebro humano, o si se puede entrenar a los indivi­duos para que piensen en gramáticas más complejas, con lo cual se abrirían nuevas posibilidades para la mente. Mientras tanto, en Brasil, un amigo de Chris Sole estudia a una tribu indígena cono­cida como xemahoa. Una inundación amenaza el territorio de los xemahoa a causa de una gran represa construida por el gobierno militar brasileño con asistencia financiera y técnica de los Estados Unidos. El antropólogo Pierre Darriand está orgulloso de haber descubierto que los xemahoa hablan dos clases de lenguaje: el ha­bla cotidiana y una segunda lengua, rapsódica, que emplean bajo los efectos de una droga. Este «xemahoa B» es un lenguaje «autoempotrado» de sintaxis aparentemente incomprensible, similar al lenguaje artificial que Sole enseña a los niños en Inglaterra.

Un tercer elemento aparece en la historia. A la órbita terres-tre llega una nave espacial alienígena, y Chris Sole es enviado a los Estados Unidos para intentar comunicarse con los ocupantes de la nave. Los extraterrestres se autodenominan sp’thra. Aprenden in­glés con gran rapidez, y luego se descubre que los idiomas son su principal preocupación: quieren intercambiar tecnología por cere­bros humanos vivos, «programados» para hablar diferentes idio­mas terrestres. Se excitan sobremanera con los descubrimientos de Pierre Darriand en la cuenca del Amazonas, y el gobierno de los Es­tados Unidos se encuentra en la difícil posición de tener que poner fin a las inundaciones provocadas por la represa.

La tensión de la historia crece a medida que las cosas empiezan a ir mal. Algunas de las escenas finales son realmente sorprenden­tes. El libro termina, en cierto modo, con el triunfo de la especie hu­mana. Por desgracia, el aspecto maquiavélico de la naturaleza del hombre ha frustrado una posible trascendencia. Empotrados fue un comienzo brillante para Ian Watson, y le valió muchos elogios: J. G. Ballard lo calificó como «el autor británico más interesante de la cf de ideas o, más exactamente, el único escritor británico de ideas». Las novelas que siguieron, The Jonah Kit (1975) y The Martian Inca (1977) demostraron ser casi tan buenas como la primera, aunque un poco más esquemáticas en la aplicación de la nueva fórmula descubierta por Watson: los escenarios son también futuros cerca­nos, en países como Japón y Bolivia, y las imaginativas historias sur­gen de las ultimísimas especulaciones científicas. A mediados de los años setenta, el mundo se había vuelto campo orégano para Ian Watson.

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Visitantes milagrosos, de IAN WATSON

Visitantes milagrosos

Una vez tuve un amigo que llamaba «naves espaciales» a todos los grandes coches norteamericanos.  Supongo que se trata de una broma muy común.  En su crítica de 1977 de la película La guerra de las galaxias,].  G. Ballard invirtió la broma diciendo que las naves es-paciales del cine «parecían arruinados automóviles De Soto en Atenas o La Habana, con cerca de un millón de kilómetros a cuestas».  Esta metáfora del automóvil (especialmente ese tipo de coches grandes con colas extravagantes) como nave espacial es utilizada literalmente por Ian Watson en la imagen más notable de la novela.  El joven héroe, Michael Peacocke, vuela a la Luna y regresa, dos veces, en un brillante Ford Thunderbird rojo: «Con cubiertas gigantescas, amplia capota, rodeado de enormes parachoques, con luces posteriores cinemascópicas y tubos de escape dobles: una bestia de acero brillante».

Sin embargo, no se trata sólo de una fantasía humorística, de una mera y divertida Guía del autoestopista galáctico.  Aunque especu-lativa hasta la extravagancia, es una obra seria de ciencia ficción.  Es una novela acerca de platillos voladores (OVNI), y tiene mucho que decir sobre psicología, ecología, religión y el estado actual del mundo.  Está estructurada como serie de aventuras que surgen de un proyecto científico en pequeña escala.  El doctor John Deacon es jefe de un Grupo de Investigación de la Conciencia, con sede en la Universidad, y emplea la hipnosis para investigar estados alterados de conciencia.  Descubre que uno de sus estu-diantes, Michael Peacocke, es particularmente susceptible a la hipnosis: en su primera sesión, el joven recuerda un Encuentro Cercano que había tenido lugar unos años antes, un acontecimien-to que se le había borrado de la memoria.  Deacon no se siente inclinado a creer en platillos voladores, y al principio desdeña la historia de Michael como una fantasía sexual de adolescente.  Pero pronto, a raíz de una serie de acontecimientos anómalos, se ve impulsado a buscar una explicación más amplia de lo que está sucediendo.  Una cinta de audio se borra misteriosamente, un perro muere y le separan brutalmente la cabeza del cuerpo; junto con Michael, ve en un jardín trasero un pterodáctilo suspendido en el aire; la novia de Michael es asustada por dos extraños Hombres de Negro y por un «demonio» que se le aparece de noche.

Deacon llega a la conclusión de que la mente humana tiene ca-pacidad para la «Conciencia OVNI».  Las manifestaciones de ese estado superior de conciencia han tenido una forma sobrenatural en el pasado -visiones de diablos y de ángeles, milagros religiosos-, mientras que en el presente tienden a revelarse como naves espaciales de otros mundos.  Deacon se interesa por el budismo y el sufismo: tal vez la mente tenga la capacidad de proyectar tulpas, objetos tridimensionales y personas físicamente reales, aunque ilusorias.  Sobre la base de la teoría de Jung, supone que los OVNI son símbolos del inconsciente colectivo: tal vez haya un inconsciente planetario, compartido por todos los seres vivos, con el imperativo innato de desarrollar una conciencia mayor.  Posiblemente los OVNI son mensajes de la biomatriz y adoptan formas distorsionadas y horrorosas, de la misma manera en que la vida en la Tierra es dominada por una raza humana enferma y ciega.  Y así sucesivamente.  Mientras tanto, las aventuras se suceden a un ritmo veloz.  Michael vuela a la Luna en un Ford Thunderbird hermético y equipado con un motor antigravitatorio.  No cabe duda de que el coche es un tulpa, pero el viaje, en cierto sentido, es real.  En un segundo viaje se lleva consigo a Deacon, y juntos afrontan un peligro terrible en el otro lado de la Luna, una entidad obscura que Deacon finalmente aprende a comprender y controlar.

Visitantes milagrosos (Miracle Visitors) señala el comienzo de una segunda fase en la carrera de Ian Watson como autor de cf.  El tema incisivo, y a menudo decididamente político, de sus primeras novelas, ha dado paso a un creciente interés por la meta-física.  Este libro es intelectualmente desafiante, pero a ciertos lectores les parecerá rebuscado, inverosímil e inconveniente.  El estilo de Watson, siempre vertiginoso y algo atropellado, también puede ser disuasivo.  Está lleno de preguntas retóricas; cada página está plagada de signos de exclamación y pequeños alaridos: hay frecuentes redundancias del tipo «»Lo siento mucho», se disculpó Michael», y también un uso excesivo de la elipsis… Watson es un escritor irritante, pero también sorprendente.  Quizá ambas cuali-dades sean inseparables.

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