El mundo sumergido (J. G. BALLARD)

El mundo sumergido (The Drowned World) se publicó en los Estados Unidos en agosto de 1962 en una deplorable edición de bolsillo, y pasó prácticamente inadvertida. Cuando apareció la edición britá­nica de tapas duras, en enero de 1963, la respuesta fue completa­mente distinta. Kingsley Amis escribió entonces: «Nos hallamos ante algo sin precedentes en este país, una novela de un autor de ciencia ficción que puede juzgarse de acuerdo con los patrones más exigentes… Quizá Ballard sea el más imaginativo de los sucesores de Wells».

James Graham Ballard (nacido en 1930) pasó su niñez en Shan­ghai, pero desde los quince años vivió en Inglaterra. En 1956 pu­blicó sus primeros cuentos breves, y con El mundo sumergido se con­virtió en el talento indiscutiblemente más poderoso y original de la cf británica. La historia transcurre en el siglo veintiuno; las fluctua­ciones de la radiación solar han fundido los casquetes polares de la Tierra y han elevado el nivel de los mares. Todas las tierras bajas han quedado inundadas, las temperaturas medias han subido y la vida civilizada sólo subsiste en los círculos Ártico y Antártico. La novela está ambientada en Londres y sus alrededores, una ciudad convertida en un pantano. El doctor Robert Kerans es miembro de una expedición que estudia la fauna y la flora de esta nueva Era Triásica. Solitario, escoge el abandonado Hotel Ritz como lugar para acampar, entre los murciélagos, las iguanas, los helechos y los mohos que son ahora sus habitantes naturales. Comienza a tener sueños extraños que le sugieren que parte de su mente está descen­diendo en un «viaje nocturno» a los profundos abismos del remoto pasado biológico de la humanidad.

Es un relato cautivante, que la densa y exquisita prosa de Ba­llard describe minuciosamente. Culmina con una nota en aparien­cia perversa que desconcertó a algunos lectores de su época, pues Kerans decide hundirse cada vez más en el mundo anegado, en busca de los «paraísos olvidados del sol renacido». Este propósito lo llevará irremisiblemente a la muerte, aunque antes le proporcio­nará satisfacción psicológica. Lo que Ballard ha hecho en realidad es invertir las prioridades de la «clásica» novela inglesa catastrófi­ca (El día de los trífidos, de Wyndham, o La muerte de la hierba, de Christopher). En su novela, el desastre resulta bienvenido porque el paisaje que ha producido coincide con el estado mental del héroe. La tarea de Kerans es surrealista, en busca de una verdad psíquica. Es justo hablar de surrealismo, ya que la influencia de los pinto­res del movimiento surrealista ha marcado a Ballard mucho más que a ningún otro escritor. El Londres inundado de su novela se pa­rece a unos de los mágicos bosques de Max Ernst; el libro incluso podría haberse llamado Europa después de la lluvia. Al mismo tiempo, Ballard tiene un estilo muy personal. Como en el mejor de sus pri­meros cuentos breves –reunidos en Las voces del tiempo (1963) y Playa terminal (1964)–, el lenguaje de esta novela se distingue por el uso vivaz de terminología médica y biológica, así como por la ri­queza de las referencias mitológicas y artísticas. Ballard es uno de los escasos escritores de cf que ha combinado con éxito elementos científicos y artísticos en una prosa impecable, logrando concentrar en una sola oración todo el suspenso que a otros autores les de­manda libros enteros. Aunque no guste a todo el mundo, Ballard es el tipo de autor cuya obra acaba por ser adictiva para el lector, pues es una voz verdaderamente única.

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El planeta errante (FRITZ LEIBER)

Si este libro se titulara Las cien mejores novelas fantásticas, Fritz Leiber (nacido en 1910) merecería por lo menos tres artículos. Ha escrito menos obras notables de ciencia ficción que de horror sobrenatural y espada y hechicería. Entre los primeros suele citarse como la me­jor la novela corta El gran tiempo (1961). Personalmente prefiero El planeta errante (The Wanderer), que es una novela larga, ambiciosa y de lectura fácil y amena.

Comienza con un eclipse de Luna. En todo el mundo la gente mira al cielo, y en rápida sucesión aparece una docena de persona­jes: astrónomos aficionados, fanáticos de ciencia ficción, entusias­tas de los platillos voladores, y otros, todos brillantemente descritos. Es una narración con muchas tramas. La principal concierne a Paul Hagbolt, Margo Gelhorn, y a su gato Miau, durante un viaje nocturno en California del Sur. Se encuentran con una reunión, al aire libre, de observadores de ovnis. Repentina-mente, las estrellas se desplazan hacia el lado obscuro de la Luna y un nuevo planeta se hace visible. Es el Errante, cuatro veces más grande que la Luna; en la cara visible tiene la forma del símbolo Yin–Yang, mitad oro, mi­tad púrpura: un enorme objeto no identificado que supera la ima­ginación de los fanáticos de los platillos voladores; un mundo artifi­cial que ha viajado a través del hiperespacio y se ha detenido en nuestro sistema solar para reabastecerse en la Luna.

La abrupta llegada del Errante produce catastróficos efectos gravitatorios. Don Merriam, un astronauta norteamericano, consi­gue escapar de la Luna en una pequeña nave espacial justo en el momento en que la Luna comienza a rajarse por la mitad y partirse en dos. Es atraído a la superficie del Errante y descubre que se trata de un planeta hueco, habitado por toda clase de seres inteligentes. Mientras tanto, California se ve sacudida por terremotos, y los océa­nos de todo el mundo comienzan a crecer provocando fortísimas marejadas. Mucha gente muere. Paul, Mar-go y su gatito están a punto de ser absorbidos por un tsunami cuando un «platillo vola­dor» –una versión en miniatura del mismo Errante– desciende y los salva. La nave, repleta de flores y cubierta de espejos, es pilotada por una hermosa felina (Paul llega a llamarla Tigerishka), quien confunde a Miau con un ser inteligente. Al advertir su error, y aprendiendo inglés por telepatía, se refiere despreciativamente a Paul llamándolo «mono». Sin embargo, entre el hombre y la mu­jer–gata surge cierta amistad, que culmina en un acto de amor físico. Tigerishka explica de dónde viene el Errante y por qué: es un planeta a la deriva que escapa de una civilización intergaláctica, su­perpoblada y decadente, y le da una visión perturbadora del cos­mos:

Un estanque puede llenarse de infusorios casi tan rápidamente como un pozo de aguas estancadas. Un continente puede llenarse de conejos casi tan rápidamente como un prado cualquiera. Y la vida inteligente puede expandirse hasta los confines del universo –confines que están por doquier– con la misma rapidez con que llega a la madurez en un solo planeta.

Los planetas de un trillón de soles pueden poblarse de construc­tores de naves tan rápidamente como los de uno solo. Diez millones de trillones de galaxias pueden infectarse con el deseo del pensa­miento – ¡esa gran epidemia!– tan rápidamente como una sola.

La vida inteligente se expande con más rapidez que la peste. Y la ciencia crece de un modo más incontrolable que el cáncer.

Al fin Paul se une a Don Merriam en el Errante y ambos vuel-ven sanos y salvos a la Tierra, antes de que el artefacto regrese al hiperespacio, precisamente tres días después de su llegada.

El planeta errante es en parte una novela de desastre, en parte una ópera espacial. Leiber enriquece el libro con incontables referen­cias a la mitología, la religión, las artes y la cf. Los personajes hablan permanentemente. A pesar de que su trama es un paquete de sor­presas, no se trata de una pieza de ficción hábilmente escrita como bestseller, sino de una obra sumamente excéntrica, casi enciclopé­dica, un compendio de los amplísimos intereses y obsesiones de su autor. Aunque fue bien acogida por parte de los lectores cuando su publicó por primera vez, El planeta errante es hoy una novela olvi­dada, a la que muy rara vez se menciona en los estudios críticos de ciencia ficción. Yo creo que es la obra maestra de Leiber y que requiere una revalorización.

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