LA RAZÓN PERSONAL, ÚLTIMA INSTANCIA DE LA MORALIDAD

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Bernhard Schlink, Mentiras de verano
Trad. Txaro Santoro
Anagrama, Barcelona, 2012, 258 págs.
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por Anna Rossell

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Después de la famosísima novela El lector, que catapultó a Bernhard Schlink a la fama –traducida a 39 lenguas, fue el primer libro alemán que encabezó los más vendidos en la lista del New York Times-, cualquier nueva publicación del autor es esperada con impaciencia y hasta acogida con exagerada generosidad. Es difícil superar o incluso igualar el logradísimo equilibrio entre la acertada selección de ingredientes que reunía El lector: polémico por excelencia, sobre todo en su país, por poner el tema del nacionalsocialismo una vez más en la palestra bajo una óptica osada y renovada, el arte de saberlo prolongar planteándolo en su vertiente filosófica universal, una buena dosis de suspense en el desarrollo y la habilidad para suscitar una porción de mórbido interés a través de la relación sentimental entre sus protagonistas, un joven alumno de instituto y una mujer madura. Mentiras de verano, publicado en alemania en 2010, que desde abril cuenta ya con la segunda edición en España, no ha sido concebido con la ambición de la novela, ni tan siquiera con la algo más modesta de la serie del inspector Selb del mismo autor, de la que el lector hispanohablante puede gozar también en lengua española. El acertado título parece querer no llevar a nadie a engaño, anuncia la intención de una serie de textos sin desmesuradas pretensiones, de fácil lectura y temática desenfadada, ideal como entretenimiento de verano. Y cumple con este objetivo esta colección de siete cuentos, que, con todo, sigue teniendo el sello filosófico que caracteriza todos los escritos de su autor, que tampoco ahora renuncia a plantearse preguntas y a confrontar a sus lectores con la complejidad del comportamiento humano.
Bernhard Schlink (1944, Großdornberg –alemania-), parece querer compensar en la ficción literaria el espinoso realismo de la práctica de su profesión de juez, pues todas sus obras giran en torno a la dicotomía ley versus justicia como dos planos diferentes condenados a no coincidir. Y si bien el autor pretende plantear el tema de modo imparcial y lanzar al aire la pregunta sin arriesgar una respuesta, se insinúa claramente la tesis de que la injusticia es inherente a cualquier sentencia. Así tanto en la serie policíaca de Selb como en El lector la ley se nos presenta como un instrumento inapropiado para administrar justicia y en este último se hace evidente que la moralidad y la legalidad siguen caminos propios y trabajan con materiales distintos. A Schlink le interesa estudiar esta temática, que a menudo le hace plantearse la moralidad de la verdad y la mentira. Ya El lector partía de una mentira en el desarrollo de la trama. En Mentiras de verano Schlink explora las consecuencias de la mentira (o de silenciar la verdad) en la vida de los protagonistas de sus siete historias –algunas algo forzadas- y en sus relaciones. En este caso el autor alemán sale airoso en su intención de no juzgar a sus personajes, la voz narradora se abstiene de cualquier opinión, ni siquiera insinuada, y se limita a su papel de observador imparcial que transmite los hechos tal y como supuestamente sucedieron. Tampoco existe en lo narrado un intento de introspección sicológica, si hay que arriesgar alguna tesis, quizá entonces la de que todos los seres humanos nos servimos en la vida de la mentira, más o menos consciente –también del autoengaño-, para compensar nuestra debilidad y encontrar el propio equilibrio en situaciones de otro modo insuperables o superables sólo con dolor y dificultad. Ante la imparcialidad del narrador cada historia –una breve incursión en la vida cotidiana de individuos corrientes- lleva al lector a plantearse por sí mismo el por qué de la mentira, incluida la propia; a cada lector le corresponderá en cada caso la respuesta. Vistas las Mentiras de verano como una parte del conjunto de su obra, diríase que el autor subraya la motivación personal como único y auténtico referente moral.

© Anna Rossell

LA CARA LÓBREGA DE LA UTOPÍA

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Herta Müller, En tierras bajas
Trad. de Juán José del Solar. Siruela. Madrid, 2009. 182 págs.

Herta Müller, El hombre es un gran faisán en el mundo
Trad. de Juán José del Solar. Siruela. Madrid, 2009. 120 págs.

por Anna Rossell
http://annarossell.blogspot.com.es/
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Doblemente merecido el Nobel otorgado este año por la Academia Sueca a la escritora en lengua alemana Herta Müller (1953, Nitzkydorf –Rumanía-). Y la decisión afirma la voluntad de la Academia de no sucumbir a reconocimientos anunciados y atenerse a los verdaderos valores. El premio rinde homenaje a una literatura de escenarios olvidados, el entorno natal de la escritora –Banat-, un recóndito lugar germanohablante en la región de Timisoara, Rumanía. La autora, que debutó con la antología de cuentos En tierras bajas (Niederungen), que vio la luz en la Rumanía de Ceaucescu de 1982, en versión censurada, se revela ya en sus primeros textos como maestra de la fina observación y la sobriedad, pero su mérito es tanto mayor cuanto que su obra -de fuerte influencia autobiográfica- construye un depurado lenguaje, que trampea la censura para describir al detalle los asfixiantes ambientes del régimen rumano de los ochenta. Lo hace en su país, a pesar del acoso y derribo a que fue sometida –desde 1984 tenía prohibido publicar-. La policía secreta de Ceaucescu, consideraba “enemigo del Estado” al círculo de escritores al que Müller pertenecía, la Aktionsgruppe Banat, y le abrió a ella un proceso que siguió activo incluso después de que abandonara Rumanía, en 1987, para instalarse en la República Federal de alemania.
«En tierras bajas» (Siruela 1990, 2007, 2009) es un compendio de quince cuentos, uno de los cuales, mucho más extenso, da título al libro y anuncia su contenido. El hombre es un gran faisán en el mundo (Siruela, 1992, 2007,2009) es un rosario de otros cuarenta y nueve. Más que historias Müller transmite en ambos libros ambientes opresivos y asfixiantes de un pueblo, un villorrio perdido -uno de tantos- de su región natal y de su gente, la minoría suabo-alemana de Banat. Los títulos del primero parecen suscribir instantáneas de la vida rural, condensan la esencia de cuadros: La oración fúnebre; El baño suabo; Mi familia; Papá, mamá y el pequeño;… contrariamente, los del segundo remiten a elementos aparentemente superfluos, pero forman el eje excéntrico en torno al cual se construye todo lo demás. En el primero los penetrantes ojos de una niña describen con estremecedora impavidez las escenas de la insoportable vida familiar cotidiana y del pueblo. En el segundo la voz narra desde la objetividad omnisciente. También aquí los cuentos, que pueden leerse aisladamente o como un todo, son cuadros de la lóbrega y malsana vida diaria a partir de un protagonista, Windisch, de su familia y sus relaciones. Su hilo conductor es la emigración, por la que apuesta Windisch y tantos otros vecinos, los sobornos y humillaciones a los que les y se someten para obtener su pasaporte y que protagonizan el policía y el cura, el embrutecimiento general. Müller refleja en ambos libros un mismo ambiente y es irreverente donde el realismo exige irreverencia: nada más lejos de los idilios campestres y la armonía que debiera reinar en una pequeña comunidad supuestamente redimida por el socialismo de la ignorante superstición, de estrecheces económicas, del amiguismo para obtener poder económico-social y de la brutalidad humana: -“En el lugar donde se desangró el macho cabrío no ha vuelto a crecer la hierba […]” (El hombre es un gran faisán en el mundo), –“La Granja estatal está integrada por un presidente […], que es cuñado del alcalde y hermano del presidente de la CPA”- (En tierras bajas). Con otro estilo pero con la misma contundencia crítica que Elfriede Jelinek, Müller nos describe un anti-idilio del que no hay escapatoria, y coloca de un plumazo a un mismo nivel capitalismo y socialismo: la rudeza y la violencia en las relaciones humanas y sexuales –“Tu padre […] violó a una mujer en un campo de nabos, […] junto con cuatro soldados más. […]. Cuando nos fuimos la mujer sangraba”; la hipocresía social –“Mi bisabuelo viajaba cada sábado, […], a una pequeña ciudad […]. La gente dice que en esa ciudad se juntaba con otra mujer. […], según la gente, ésta sólo podía ser una prostituta del balneario […]”-; el modelo burgués como meta –“Muchos saludos desde la soleada costa del mar Negro”-; la tosquedad y fealdad de la apariencia física, reflejo del embrutecimiento interior –“[..] se asoma la cara angulosa de mi madre con un pañuelo de seda negra en la cabeza, con unos ojos saltones y punzantes, con una boca sin dientes”-; la total ausencia de ternura, la brutalidad en el trato con los animales –“Y cuando llega el otoño son sacrificados. […] les arrancan las plumas. La vena principal queda a la vista y se torna cada vez más gruesa […]. La abuela se para con sus pantuflas sobre las alas. Luego le estiran la cabeza hacia atrás, el cuchillo […]-; la precariedad y el alcoholismo –“El médico vive lejos. Tiene una bicicleta sin luces, […] llega demasiado tarde. Mi padre ha vomitado el hígado, que apesta a tierra podrida en el cubo […]-; la discriminación que sufre el suicida -“El cura pasa rápidamente ante la iglesia […], pues a los muertos que no aguardan resignados a que Dios les quite la vida y les regale la muerte, […] no se les puede llevar a la iglesia”-; el maltrato como método educativo –“A veces mamá me pegaba cuando me oía llorar y me decía: pues nada, ahora al menos tienes un motivo”-; un erial donde no cabe la ilusión: “Una muñeca de cara rechoncha y expresión dura. Cuando se caiga al suelo, o cuando se seque, se le caerán más granos del cuerpo y tendrá un agujero en la barriga, o tres ojos, o una gran cicatriz […], o los labios partidos”- (En tierras bajas); el soborno, el cobro de favores –“Amalie siente la boca del policía en su cuello […]. El policía se desabrocha la chaqueta. ‘Desvístete’. […]. El cura se quita la sotana negra, […]. El policía besa el hombro de Amalie. […]. El cura acaricia el muslo de Amalie”- (El hombre es un gran faisán en el mundo). Todo remite a la mentira de la propaganda de un régimen. Y para que no quepa duda de que no se trata de un solo lugar perdido de su país, Müller hace una breve –pero suficiente- escapada al ambiente urbano -“cuando me fui a la ciudad, vi a la muerte en la calle […]. Allí los hombres caían sobre el asfalto, gimoteaban, se estremecían y no eran de nadie. Y luego venía gente que les quitaba los anillos y los relojes […] cuando sus manos aún no estaban del todo tiesas, […].”- (En tierras bajas)

La prosa de Müller es calculada, lacónicamente escueta, sobria, hirsuta, precisa. En el léxico y en la sintaxis. Utiliza la clamorosa ausencia de conjunciones como una afilada herramienta. Müller nombra sin nombrar, dice sin decir. Mejor aún, nombra precisamente porque no lo nombra, dice justamente porque no lo dice. Nunca la ausencia de palabras se ha revelado tan significativa, nunca la descripción indirecta tan exacta: “Mi blusa es suave, sus botones son pequeños, sus ojales, grandes. Mi falda es matinal y se alza como la niebla. Las manos de Toni arden sobre mi vientre. Mis rodillas se alejan nadando una de otra […]. El puente es hueco y gime, y el eco me cae en la boca. Toni jadea, y la hierba suspira.” (En tierras bajas). La repetición y el efecto enumerativo que consigue con la brevedad de la oración acentúan la extrema lobreguez de los paisajes geográficos y humanos: “Un acceso de tos sacude la cabeza de mamá y le arranca saliva de la boca. El cuello […] debió haber sido bello, antes de que yo existiera. Desde que yo existo, los senos de mamá son fláccidos, desde que yo existo, mamá está enferma de las piernas, desde que yo existo, mamá tiene el vientre caído, desde que yo existo, mamá tiene hemorroides y las pasa negras y gime en el retrete.” (En tierras bajas). Y sabe de la fuerza de la poesía, del vivo realismo del surrealismo: “El manzano tiembla. Sus hojas son orejas que están a la escucha. El manzano abreva sus manzanas verdes.” (El hombre es un gran faisán en el mundo).

© Anna Rossell
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CONVERSACIONES DESIGUALES

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Josefine y yo
Hans Magnus Enzensberger
Trad. de Richard Gross. Anagrama, Barcelona, 2008, 158 págs.

por Anna Rossell
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“¿Qué impulsa a la gente a interesarse tanto por Josefina? Problema tan difícil de resolver como el del canto de Josefina, y estrechamente relacionado con él”. Esta es la cuestión que se plantea el ratón narrador del cuento de Kafka, Josefine, la cantora o el pueblo de los ratones, una parábola sobre la relación dialéctica entre el artista y su público. Hans Magnus Enzensberger (Kaufbeuren, Baviera, 1929) se inspira en la pregunta nuclear de este texto kafkiano para seguir fabulando sobre el personaje de Josefine y sobre el nexo entre ella y su admirador. El relato -en forma de anotaciones de diario que abarcan el espacio temporal de un año (de septiembre de 1990 a septiembre de 1991)- compendia las conversaciones mantenidas a lo largo de este tiempo por una anciana burguesa y un solitario economista treintañero, Joachim, dedicado a su rutina profesional y a la escritura de poemas en su tiempo libre. La vieja dama, que recuerda en cierto modo la de la obra teatral de Dürrenmatt, excéntrica ex cantante supuestamente afamada y tres veces casada, convive en un viejo caserón, reflejo deslucido de la vieja gloria, con Fryda, una fiel sirvienta judía de ascendencia polaca, con la que mantiene una recíproca relación de tiranía y amistad. Un incidente inicial, el frustrado robo del bolso de la dama en una calle de Berlín gracias a la intervención de un transeúnte, Joachim, sirve de excusa algo forzada para hacer confluir a los dos personajes. Como agradecimiento la dama invitará al joven a tomar el té en su casa, un ritual que se repetirá a partir de este momento todos los martes hasta la muerte de Josefine.
Al igual que la historia del escritor de Praga, que alude en el título al cuento del flautista de Hamelín, el encantador de ratas, el relato de Enzensberger pretende ser una indagación más amplia acerca de las razones que sostienen cualquier relación entre un líder y sus seguidores en general. A juzgar por las conversaciones que mantienen estos dos improvisados amigos, la intención de Enzensberger es, además, pasar revista a una amplia gama de temas de la vida moderna, fenómenos de la sociedad de masas, cotidianos y no tan cotidianos, como la publicidad, la moda, la probable reelección del canciller Kohl, el dinero, el progreso o la guerra de Irak. A quien conozca la trayectoria de Enzensberger no puede extrañar que el autor construya un personaje que llame a cada cosa por su nombre, guste o no guste a quien lo oiga. Así su vieja dama, de ademán déspota aunque de fondo tierno, niña de los ojos del autor, es una descarada, de absoluta incorrección política, que dispara las verdades a bocajarro, tal como las piensa y siente, y deja fuera de combate a su interlocutor, a quien deslumbra y anonada por la contundente seguridad y clarividencia de cada una de sus sentencias. Sin embargo, y como puede inferirse de la desigual naturaleza de los personajes, la guerra dialéctica que sostienen no reviste profundidad filosófica alguna. Precisamente de esto se trata. Enzensberger parece proponerse como único objetivo decir lisa y llanamente que hay cosas que saltan a la vista, que son sencillas sin más, y que quien le da vueltas a la tuerca es un hipócrita, esconde algún interés o sucumbe a la música del flautista de turno dejándose llevar por su debilidad de carácter. Desde luego el relato del autor alemán sigue teniendo su sello, pero dista mucho de la seriedad que revisten las obras de todo género que caracterizan al penetrante y concienzudo Enzensberger, ganador de tantos y merecidos galardones. En consonancia con la tesis que propugna, la obra no puede ser de calado intelectual ni lo pretende, prueba de ello la constituye la sintomática ausencia en las conversaciones de Josefine y Joachim del tema de la reunificación alemana, a la que no se hace siquiera alusión, precisamente en el año 1991. Con Josefine y yo Enzensberger se ha permitido un divertimento sin complicaciones, un paseo por una galería temática variopinta que entretiene por la desenvoltura y agilidad de su desenfadada prosa, de registro predominantemente deslenguado, que sabe mantener bien la traducción, y la ligereza y la simplicidad del argumento, armado en una estructura igualmente sencilla. Se lee de un tirón este relato exento de complicación, pero no de humor agudo, que a menudo proporciona al lector el secreto y hondo placer de escuchar de la boca de la irreverente dama, al menos por una vez, lo que él, como tantos otros, íntimamente piensa y por falso pudor no se atreve a manifestar.

© Anna Rossell
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UN ESTUDIO SOBRE LA VIOLENCIA

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EL HONOR PERDIDO DE KATHARINA BLUM
O CÓMO SURGE LA VIOLENCIA Y ADÓNDE PUEDE CONDUCIR
Heinrich Böll
Trad. de Helene Katendahl. Trad. del epílogo de Bárbara Serrano. Seix Barral, Barcelona, 2007, 154 págs.

por Anna Rossell
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Heinrich Böll (Colonia, 1917-Colonia, 1985) fue el último de los escritores alemanes occidentales que desde los primeros años de la posguerra hasta su muerte representó la voz de la otra alemania, aquella que pasó revista con ojo crítico a todos y cada uno de los momentos de la reconstrucción social y política del país después del nacionalsocialismo y de la guerra. Su literatura retrata con distante ironía, de modo pormenorizado, ambientes de un tiempo y una geografía íntimamente ligados a su entorno más directo, y sin embargo es a la vez universal. El honor perdido de Katharina Blum vuelve a dar fe de esta trayectoria. Este relato, publicado por primera vez en 1974 en el semanario Spiegel, fue el producto de la tensión que desencadenaron los métodos de persecución policial de los miembros de la RAF, la guerrilla urbana de extrema izquierda que en los años setenta del siglo pasado sembró el terror en alemania occidental en nombre del antiimperialismo. Los asesinatos y atentados perpetrados por el grupo así como la actuación de la policía para acabar con ellos propiciaron un clima de tensión antes desconocido en alemania y desencadenaron una fuerte polémica acerca de la violencia. La historia de Katharina Blum surgió como reacción del autor al acoso a que se vio sometido por parte del diario amarillo Bild-Zeitung, que en 1971 y 1972 había publicado artículos que le acusaban de simpatizar con la RAF. Cuando los manipuladores de la opinión pública tildan directamente de terrorista a quien critica a los órganos de seguridad del Estado por sus prácticas abusivas para combatir el terrorismo un gran peligro se cierne sobre la democracia, cuya buena salud tanto depende del buen periodismo. Böll, difamado como simpatizante del terrorismo y comparado con Goebbels en las páginas del Bild-Zeitung, vivió en carne propia las consecuencias del periodismo amarillo hasta el punto de que el día de la detención de Baader, uno de los fundadores de la RAF, la policía llegó a cercar su vivienda. El autor, que atento siempre a la contradicción humana y a los comportamientos deshonestos, abominaba de la hipocresía individual y social, por lo que se ganó merecidamente la fama de moralista, no podía dejar pasar la oportunidad de mostrar cómo surge la violencia y adónde puede conducir, como reza el subtítulo del relato. Con la historia del personaje ficticio de Katharina Blum, Böll pone al descubierto cómo el poder manipulador de un periodismo sensacionalista y sin escrúpulos consigue hundir el honor de la más inocente de las criaturas hasta el punto de llevarla a cometer homicidio movida precisamente por la condición sencilla y transparente de su naturaleza. A Katharina, una mujer joven de clase media, trabajadora e íntegra, se le transforma la vida a partir del día en que, en una fiesta de carnaval, conoce al hombre de su vida, un prófugo, Ludwig, que huye de la justicia por deserción y robo de dinero al ejército. Su amor es correspondido y empieza así un idilio que será el comienzo de su desgracia. Por amor Blum incurre en el delito de ayudar a escapar a Ludwig, al que además facilitará la segunda vivienda de un acosador suyo que, contra su voluntad, le ha dejado la llave. Lo demás vendrá rodado: el Bild-Zeitung transforma una vida honrada y sin complicaciones en una existencia de moral dudosa y de ascendencia más que sospechosa. Katharina acabará encarcelada por asesinato, perderá a su madre y a sus amigos, que sucumben al envenenamiento de la noticia fácil. Adelantándose a sus detractores, de derechas y de izquierdas, en el epílogo que escribió diez años después de la primera publicación para una reedición del libro, Böll llamó irónicamente „panfleto“ a su relato, un relato cuya vigencia sigue tristemente en boga. Lejos de ser un panfleto, la historia de Katharina es una narración lúcida que, a modo de artículo periodístico a la contra del que combate, desenmascara los mecanismos que generan la violencia cuando ésta se ejerce con la supuesta intención de combatirla.

Anna Rossell

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UN ESTUDIO SOBRE LA VIOLENCIA

EL HONOR PERDIDO DE KATHARINA BLUM
O CÓMO SURGE LA VIOLENCIA Y ADÓNDE PUEDE CONDUCIR
Heinrich Böll
Trad. de Helene Katendahl. Trad. del epílogo de Bárbara Serrano. Seix Barral, Barcelona, 2007, 154 págs.

Heinrich Böll (Colonia, 1917-Colonia, 1985) fue el último de los escritores alemanes occidentales que desde los primeros años de la posguerra hasta su muerte representó la voz de la otra alemania, aquella que pasó revista con ojo crítico a todos y cada uno de los momentos de la reconstrucción social y política del país después del nacionalsocialismo y de la guerra. Su literatura retrata con distante ironía, de modo pormenorizado, ambientes de un tiempo y una geografía íntimamente ligados a su entorno más directo, y sin embargo es a la vez universal. El honor perdido de Katharina Blum vuelve a dar fe de esta trayectoria. Este relato, publicado por primera vez en 1974 en el semanario Spiegel, fue el producto de la tensión que desencadenaron los métodos de persecución policial de los miembros de la RAF, la guerrilla urbana de extrema izquierda que en los años setenta del siglo pasado sembró el terror en alemania occidental en nombre del antiimperialismo. Los asesinatos y atentados perpetrados por el grupo así como la actuación de la policía para acabar con ellos propiciaron un clima de tensión antes desconocido en alemania y desencadenaron una fuerte polémica acerca de la violencia. La historia de Katharina Blum surgió como reacción del autor al acoso a que se vio sometido por parte del diario amarillo Bild-Zeitung, que en 1971 y 1972 había publicado artículos que le acusaban de simpatizar con la RAF. Cuando los manipuladores de la opinión pública tildan directamente de terrorista a quien critica a los órganos de seguridad del Estado por sus prácticas abusivas para combatir el terrorismo un gran peligro se cierne sobre la democracia, cuya buena salud tanto depende del buen periodismo. Böll, difamado como simpatizante del terrorismo y comparado con Goebbels en las páginas del Bild-Zeitung, vivió en carne propia las consecuencias del periodismo amarillo hasta el punto de que el día de la detención de Baader, uno de los fundadores de la RAF, la policía llegó a cercar su vivienda. El autor, que atento siempre a la contradicción humana y a los comportamientos deshonestos, abominaba de la hipocresía individual y social, por lo que se ganó merecidamente la fama de moralista, no podía dejar pasar la oportunidad de mostrar cómo surge la violencia y adónde puede conducir, como reza el subtítulo del relato. Con la historia del personaje ficticio de Katharina Blum, Böll pone al descubierto cómo el poder manipulador de un periodismo sensacionalista y sin escrúpulos consigue hundir el honor de la más inocente de las criaturas hasta el punto de llevarla a cometer homicidio movida precisamente por la condición sencilla y transparente de su naturaleza. A Katharina, una mujer joven de clase media, trabajadora e íntegra, se le transforma la vida a partir del día en que, en una fiesta de carnaval, conoce al hombre de su vida, un prófugo, Ludwig, que huye de la justicia por deserción y robo de dinero al ejército. Su amor es correspondido y empieza así un idilio que será el comienzo de su desgracia. Por amor Blum incurre en el delito de ayudar a escapar a Ludwig, al que además facilitará la segunda vivienda de un acosador suyo que, contra su voluntad, le ha dejado la llave. Lo demás vendrá rodado: el Bild-Zeitung transforma una vida honrada y sin complicaciones en una existencia de moral dudosa y de ascendencia más que sospechosa. Katharina acabará encarcelada por asesinato, perderá a su madre y a sus amigos, que sucumben al envenenamiento de la noticia fácil. Adelantándose a sus detractores, de derechas y de izquierdas, en el epílogo que escribió diez años después de la primera publicación para una reedición del libro, Böll llamó irónicamente „panfleto“ a su relato, un relato cuya vigencia sigue tristemente en boga. Lejos de ser un panfleto, la historia de Katharina es una narración lúcida que, a modo de artículo periodístico a la contra del que combate, desenmascara los mecanismos que generan la violencia cuando ésta se ejerce con la supuesta intención de combatirla.

© Anna Rossell
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