Y mañana serán clones (JOHN VARLEY)

Y mañana serán clones

«Ella es tu padre», le dice un personaje a otro durante una ingenua revelación en un cuento de John Varley (nacido en 1947).  La historia en cuestión se recorta sobre el mismo telón de fondo de esta novela, una sociedad polimorfa, en un futuro lejano, en la cual los personajes cambian de sexo voluntariamente.  Esta frase me ha quedado grabada en la memoria, y me hace pensar en John Varley como el autor de aquel «ella es tu padre».  Varley es un fenómeno interesante de los años setenta: un escritor de ciencia ficción «feminista» cuyos personajes principales son mujeres.  No es que Varley escriba realmente acerca de las desigualdades sexuales ni de la lucha de las mujeres para liberarse de papeles genéricos.  En el futuro que él imagina tales problemas han sido resueltos hace mucho tiempo: han sido superados por un recurso tecnológico.

Y mañana serán clones (The Ophiuchi Hotline) fue la primera novela de Varley.  Es vertiginosa, compleja, y resplandeciente.  El título hace referencia a la fuente de todos los recursos tecnológicos que han hecho posible una sociedad interplanetaria fundada sobre la bioingeniería, la clonación y los cambios de sexo.  La Línea Caliente es un circuito de información científica, dirigido a la raza humana por benefactores extraterres-tres desconocidos que parecen vivir cerca de una estrella en la constelación de Ophiuchus(«la portadora de astucia o la médica»).  Ese caudal de información compensa una terrible pérdida que la humanidad ha experimentado recientemente, la pérdida del planeta Tierra.  Ahora la gente vive en la Luna, en Marte, en Venus y en los principales satélites de los planetas exteriores.  No pueden regresar a su mundo de origen, que ha sido ocupado por «Invasores».  Los Invasores son grandes e inescrutables entidades que parecen venir de algún gigantesco planeta de gas.  La invasión de la Tierra se ha realizado en beneficio de «tres especies inteligentes» (y he aquí un bonito toque): «ballenas de esperma, ballenas «asesinas», y delfines de morro de botella».

No se dieron explicaciones a la humanidad.  No se enviaron embajadores ni se amenazó con ultimátums.  Los humanos resistían la Invasión, pero la resistencia fue ignorada.  Las bombas H no explotaron, los tanques no se movieron, las armas no dispararon… Por lo que se sabe … los Invasores jamás mataron a un ser humano.  Les bastó con destruir por completo todos los artilugios de la civilización humana.  En el camino dejaron la tierra arada, las semillas germinadas, y la hierba.

En los dos años siguientes, diez billones de humanos murie-ron de hambre.

A pesar de este pequeño inconveniente, los seres humanos se marcharon a otros planetas del sistema solar, proeza tecnológica in-mensamente favorecida por el conocimiento que les llegaba de la Línea Caliente de Ophiuchi.  El personaje central de la novela es Lilo, una genetista que ha nacido y se ha criado en la Luna.  Tiene más de cincuenta años, pero aparenta veinte.  En esa sociedad, el cuerpo humano es ilimitadamente maleable, y cada cual puede ser tan joven y tan hermoso como lo desee.  Se pueden quitar y reemplazar las extremidades a capricho (la mayoría de los astronautas carecen de piernas, lo que facilita sus movimientos en condiciones de ingravidez), y en un término de meses se pueden clonar cuerpos enteros de reemplazo.  La gente tiene en general registrados sus recuerdos y su personalidad, de modo que, en caso de muerte accidental, se puede implantar el registro en un cuerpo clonado, y hacer efectivamente «renacer» a la persona.

El intrincado argumento de la novela sigue a Lilo a través de una serie de reencarnaciones, cuando es reclutada por la fuerza en un loco intento de liberarse de los Invasores.  Al final descubre que los Invasores y la Línea Caliente están estrechamente vinculados y que la humanidad está destinada a seguir viajando por el espacio más que a volver a la Tierra.

La prosa de Varley no tiene ninguna cualidad especial, pero la historia está muy bien contada y desborda imaginación.  Mi reserva más seria concierne a la ingenuidad del libro.  En una sociedad en la cual la gente puede curarse sin dolor, en la cual hasta la muerte se vuelve apenas una irritación secundaria, nadie sufre.  En un momento dado, Lilo cae en la densa atmósfera de Júpiter, de la que sale sólo con la piel irritada por el sol.  A pesar de la jerga tecnológica, la visión que Varley ofrece del futuro parece derivar de esas fantasías infantiles en que todos los deseos se cumplen.

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El día de los trífidos (JOHN WYNDHAM)

trifiRecuerdo muy bien la impresión que me causó este libro de Wyndham cuando lo leí a los trece años. El héroe se despierta en un hospital, con los ojos vendados, después de una pequeña opera­ción. Sabe que es miércoles, pero, extrañamente, faltan los ruidos propios de un día laborable; no oye el tránsito habitual, sino sólo un extraño arrastrar de pies y un ocasional grito humano. Finalmente, se arranca el vendaje para descubrir que casi todo el mundo, ex­cepto él, se ha vuelto ciego. Es un comienzo brillante, uno de los mejores ganchos de la ficción popular. El estilo carece de pretensio­nes, es muy inglés, muy de clase media, algo frívolo, un poco indife­rente. Pero la historia es tremendamente cautivante. Bill se pasea por las calles de Londres, evitando a la gente, presa de pánico. Pronto se encuentra con una atractiva joven que también conserva la vista. Son los elegidos, realmente. Entonces llegan los trífidos, grandes plantas ambulatorias, posiblemente de origen extraterres­tre, que han sido cultivadas por su valioso aceite. En un mundo re­pentinamente ciego, las plantas se han hecho dueñas de la situa­ción, deambulando por las calles de la ciudad y atacando con sus picaduras fatales. Así, resumido, parece absurdo, pero Wyndham consigue transmitir una sorprendente verosimilitud. Juega con los temores colectivos de posguerra sugiriendo que la ceguera univer­sal ha sido provocada por la puesta en marcha prematura de un dis­positivo militar secreto en la órbita de la Tierra. Da a entender que los trífidos son la venganza de la naturaleza sobre una raza humana arrogante. Pero sería un error insistir en el aspecto «moral» de lo que es ante todo un excitante juego de evasión.

El autor, cuyo nombre completo es John Wyndham Parkes Lu­cas Beynon Harris (1903–1969), hizo un largo aprendizaje en revis­tas populares británicas y norteamericanas, aunque no permitió que ese dato se conociera. Para la mayoría de los lectores, «John Wyndham» era en 1951 un escritor novel (gran parte de su obra previa había aparecido firmada por «John Beynon Harris» o «John Beynon»). Se convirtió en un bestseller en Gran Bretaña, y los críticos suelen compararlo con H. G. Wells. En realidad, su agudeza y su originalidad eran mucho menores que las de Wells. Sus novelas posteriores, Kraken acecha (1953) y Las crisálidas (1955), tuvieron también mucho éxito y muchos inspirados imitadores. Son la quin­taesencia de las «novelas de desastre» británicas, consideradas hoy una subcategoría de la moderna ciencia ficción. En cada una de ellas, algún cataclismo domina la Tierra, y unos pocos y valientes individuos luchan por sobrevivir, normalmente sin demasiada difi­cultad. En realidad, se trata de libros bastante afables, relatos de ca­taclismos domesticados.

El día de los trífidos (The Day of the Triffids) describe una catás­trofe muy amena. Mueren millones de personas, pero el lector no se en­tristece. Bill y su puñado de bien disciplinados amigos tienen mu­chas oportunidades para probar su humanidad. Hay también muchas oportunidades sexuales. En determinado momento, se exhorta al héroe a que tome varias «esposas», pues no hay suficiente cantidad de hombres. Él permanece fiel a la monogamia, pero, ¡vaya situa­ción difícil! No hay en el libro sexualidad manifiesta, aunque el lec­tor es dueño de dejar volar su imaginación…

El relato termina con el héroe y la heroína viviendo una vida fe­liz en la isla de Wight, y no hay duda de que sus hijos se convertirán en robustos modelos ingleses. Este final contrasta con la dolorosa sensación de pérdida que se experimenta en los últimos capítulos de La Tierra permanece, de George Stewart. La novela de Wyndham carece de la profundidad del libro de Stewart, pero, de todos mo­dos, es una pieza efectiva de la moderna fabricación de mitos. En cierto sentido, está cargada de nostalgia por el Frente Interno de la segunda guerra mundial, al proyectar, como lo hace, un espíritu de Dunquerque más bien alegre, una visión disciplinada de las cosas.

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