Siggi Jepsen es un joven que se encuentra ingresado en un reformatorio. Como castigo, tiene que escribir una redacción en el que el tema ha de versar sobre “La alegría del deber”. Este ejercicio se extenderá más allá de lo que se espera, por voluntad propia. En él, Siggi, se remontará a su niñez, que se desarrolló durante la segunda guerra mundial, en un pueblo al norte de alemania.

Como digo en el escueto argumento, escueto no por el número de frases, Siggi es un joven al que han recluido en un reformatorio, un reformatorio donde llevan a los jóvenes que sentencian como “de educación difícil”.

La mayor parte de la historia es la que nos cuenta el personaje a través de su ejercicio de redacción, entrelazada con su vida en el reformatorio.

Por voluntad propia, Siggi desea, necesita extenderse en el castigo impuesto, recluyéndose en su habitación por un periodo muy largo mientras redacta en sus cuadernos cómo se desarrolló su infancia. Nos llevará de su mano hacia todo un ejercicio de introspección, que por momentos ahoga.

El tema de la redacción debe tratar sobre el cumplimiento del deber, concretamente “la alegría del deber”, tema que Siggi mostrará a través de la figura de su padre como un claro ejemplo, no de alegría, sólo la forma en que su padre, policía del pequeño pueblo, cumple con su deber. La orden que llega al pueblo de Rugbüll de prohibir al artista Max Ludwing Nansen a seguir pintando sus cuadros, se convierte en una fijación. No sólo destruye pinturas de Nansen sino la infancia de Siggi.

Es toda una reconstrucción de su niñez, contada magistralmente al detalle, pero sólo si el lector se agarra fuerte de la mano de Siggi leerá además las letras invisibles, que no entre líneas que es otra cosa. De lo contrario, leerá una buena novela, pero se asomará a su interior de igual forma que los psicólogos del reformatorio.

Es una novela intensa, desgarradora…y su autor consigue con una especial sutileza mostrarnos el “alma” de Siggi.