La Celestina es una obra literaria española que en sus primeras ediciones (¿1499?, 1500, 1501) fue titulada Comedia y, a partir de algunas ediciones de 1502, Tragicomedia de Calisto y Melibea. Ya en el siglo xvi fue impresa 80 veces en castellano, lo que revela una aceptación poco común, y muy pronto se tradujo al italiano, el alemán, el francés y el latín; también desde esa época empezó a utilizarse el título de La Celestina con que sería conocida para la posteridad, inspirado por la fuerza de su protagonista, la alcahueta por antonomasia.
Los orígenes de la obra continúan siendo poco claros, aunque se han podido establecer las fases principales de su publicación: las primeras ediciones ofrecen un texto en dieciséis actos, unos versos acrósticos en los que se dice que fue «acabado» por el bachiller F. de Rojas, nacido en La Puebla de Montalbán, y, a partir de la edición de 1500, una epístola del autor, que confiesa que halló el primer acto manuscrito y anónimo y lo continuó con quince más. A partir de las ediciones de 1502 incluye cinco actos nuevos (entre el XIV y el XV, con lo que pasó a tener 21) y presenta adiciones en algunos (menos en el primero y casi todo el segundo); en la citada epístola del autor se recoge la opinión de «algunos» según los cuales el autor del primer acto fue Juan de Mena o Rodrigo de Cota. A partir de una edición de 1526 se intercaló, entre los actos XVIII y XIX otro, llamado el «acto de Traso». Exceptuando esta última modalidad, en la impresión de las dos primeras fases de La Celestina intervino el bachiller, el cual siempre afirmó que el acto primero no era suyo y se atribuyó la paternidad del resto. A principios del siglo xx, la crítica adoptó la curiosa actitud de negar la veracidad de estas afirmaciones de Rojas, a quien unos consideraron autor del acto primero y del resto de la obra en veintiuno, y otros le atribuyeron del primero al XVI de la primera fase y le negaron los cinco intercalados y las adiciones que se advierten a partir de 1502. En la actualidad, se cree que Rojas fue veraz y que, por tanto, el primer acto de La Celestina es de un autor castellano desconocido, de fines del siglo xv, y el resto, tanto en la versión compuesta de dieciséis actos como en la de veintiuno con adiciones, se debe al bachiller.
La acción transcurre en tiempo contemporáneo al de la composición de la obra (finales del siglo xv) en una ciudad española (Salamanca, Toledo, Sevilla, parece que es intencionada esta vaguedad). El joven Calisto, rico, gallardo y culto, se enamora de Melibea, muchacha de condición similar, y al ser rechazado por esta, su criado Sempronio le aconseja que recurra a la mediación de una vieja tercera llamada Celestina, y el joven va en su busca. Pármeno, otro criado de Calisto, le pone en guardia contra Celestina, cuya ruindad le explica con todo detalle. Pero, llegada Celestina a casa de Calisto, con su hábil dialéctica y sus promesas se capta el favor de Pármeno, y recibe dinero de Calisto en pago de su futura tercería. Los dos criados y Celestina deciden aprovecharse todo lo posible de la dadivosidad del enamorado Calisto. Celestina, en la soledad de una habitación, conjura a Plutón untando con un ponzoñoso hechizo un ovillo, y luego se dirige a casa de Melibea, donde entra con la excusa de vender hilado. Al hallarse a solas con Melibea, le hace grandes elogios de Calisto, ante lo cual la muchacha reacciona airadamente, pero la alcahueta deja en su poder el ovillo. Al día siguiente Melibea manda llamar a Celestina y le confiesa su pasión por Calisto; así se concierta una cita de los dos enamorados para aquella misma noche. Acompañado de Sempronio y Pármeno, Calisto se encamina a medianoche a casa de Melibea y habla con ella a través de la puerta. Deciden verse la noche siguiente en el huerto, o jardín, de Melibea.
Por la mañana, Sempronio y Pármeno van a casa de Celestina para reclamarle la parte que les toca de las dádivas de Calisto, pero como se niega a darles nada, Sempronio la mata. Ambos huyen, pero son apresados por la justicia y decapitados en la plaza pública. Calisto, que ensimismado en sus pensamientos amorosos poco se preocupa de las muertes de Celestina, Sempronio y Pármeno, toma otros dos criados, Sosia y Tristán, y a las doce de la noche se encamina a casa de Melibea; con una escalera de mano entra en el jardín y allí gozan del amor.
Siguen los cinco actos intercalados a partir de las ediciones de 1502, según los cuales Elicia y Areusa, pupilas de Celestina y amantes de Sempronio y Pármeno, deciden vengar las muertes en la persona de Calisto y contratan a un rufián llamado Centurio para que lo mate. Tiempo después, cuando una noche se halla Calisto en el jardín con Melibea, unos compañeros de Centurio arman alboroto en la calle, lo que espanta a los criados Sosia y Tristán, que se ponen a gritar.
A partir de este momento, vuelven a coincidir los textos de las ediciones primitivas y el de las de 1502 en adelante: al salir del huerto, Calisto no acierta con los peldaños de la escalera, cae a la calle y muere. Los criados se llevan el cuerpo, y Melibea, desesperada, es consolada por su padre, Pleberio (que ignora todo el proceso de sus amores); ella pide ser llevada a la azotea alta de la casa y quedarse sola. Desde allí declara a su padre sus amores con Calisto y la muerte de este, y finalmente se arroja desde lo alto de la torre y se mata. Pleberio cuenta a su mujer, Alisa, lo ocurrido, profiere un largo lamento y maldice al amor.
La Celestina, por su forma dramática, por algunos de sus rasgos estilísticos y técnicos y por los nombres de sus personajes, se inserta en una vieja tradición europea: la que, derivada de la comedia nueva griega, recogieron Plauto y Terencio y conservaron en latín los autores de la culta y minoritaria comedia elegíaca y, posteriormente, el teatro de los humanistas (también en latín). En esta tradición es frecuente el caso de dos jóvenes que consiguen hacer realidad su amor gracias a los criados y a la intervención de una alcahueta o tercera. Sin embargo, la obra española supone la ruptura con esta tradición. Destaca la clara intención moral de La Celestina, donde en oposición a sus precedentes latinos, medievales y humanísticos (en los que siempre triunfa el amor logrado con deshonestidad), todos los pecadores reciben el mayor de los castigos. Implacablemente, la muerte sin confesión, y por añadidura el desesperado suicidio de Melibea, castiga a los principales personajes de la tragicomedia, en lo que constituye una evidente lección moral, como atestiguan las palabras que aparecen en algunas de las ediciones primitivas: «compuesta en reprehensión de los locos enamorados […], fecha en aviso de los engaños de las alcahuetas y malos y lisonjeros sirvientes», frases que adquieren su verdadero alcance si se considera que los jóvenes nobles vivían entregados al cuidado de sus criados, quienes les facilitaban todos los vicios cuando querían arrancarles dádivas. Es de advertir que la Inquisición jamás puso reparo ni introdujo enmienda alguna en las numerosas ediciones que se hicieron de La Celestina en España durante los siglos xvi y xvii. Sólo se prohibió a partir de 1793, a causa de los episodios amorosos que en la obra se describen, que habían pasado a ser inmorales para criterios más modernos, y de las blasfemias que profieren algunos de los personajes. Pero la lascivia y la blasfemia reciben, en la obra, el peor de los castigos; en ello reside su moralidad.
La obra está escrita en forma de diálogo dramático, a base de parlamentos de los personajes que intervienen en la acción, pero la falta de acotaciones escénicas que permitan advertir los movimientos de los personajes hace dudar de que fuera compuesta con la intención de ser representada (tampoco los argumentos que encabezan cada acto tienen carácter dramático) y existen testimonios de que en su época se llevara a las tablas. No obstante, se ha representado en teatro con un resultado excelente. En la obra, el diálogo se impone sobre lo que se podría llamar el decorado, sobre el movimiento y sobre el tiempo, de tal suerte que este se paraliza, para dejar hablar a los personajes largamente en una escena que transcurre en pocos segundos, o se acelera, cuando un diálogo de pocas líneas se produce en el espacio de dos horas. Por otra parte, a veces ocurre que dos personajes hablan en un lugar determinado (la casa de Calisto, por ejemplo), siguen dialogando por la calle y acaban su conversación en otro lugar (la casa de Celestina), sin que haya ni la más mínima fisura en el coloquio. Se trata de una técnica dramática que parece más cinematográfica que teatral, pero que, en realidad, obedece al propósito de los autores de cifrarlo todo en el diálogo, empeño que se impone a las conveniencias de tiempo, lugar y movimiento.
La Celestina rompe también con la tradición secular al abandonar el latín para ser redactada en un castellano elegante, culto y a veces engolado en boca de Calisto y de Melibea, y otro popular en boca de Celestina, sus pupilas y los criados, con lo que se oponen dos mundos y dos ambientes, captados de la misma realidad. El autor del primer acto y el bachiller Rojas (supuestamente considerados como autores distintos) llevaron a cabo la auténtica revolución literaria de prescindir del latín, aunque no fueron capaces de renunciar a la tradición clásica que se refleja en los nombres de los personajes (Calisto, Melibea, Pármeno, Sempronio, Pleberio, Centurio, etc.), los cuales se mantienen fieles a los de las asistencia, viejas comedias de Plauto y Terencio.
La Celestina se puede considerar una obra realista, donde todo transcurre con lógica y de acuerdo con las reacciones psicológicas de los personajes. Para el lector, el nexo con la realidad queda roto cuando advierte que el cambio de actitud de Melibea respecto a Calisto no se debe sólo a las eficaces palabras de Celestina, sino también, y principalmente, al ovillo hechizado que esta deja en poder de aquella, ovillo al que Plutón, o sea, el diablo, ha infundido un poder sobrenatural. La magia, pues, es aceptada por el bachiller Rojas como un elemento real, y ello no es de extrañar si se tiene en cuenta el gran número de procesos de brujas que se celebraron en el siglo xvi en toda Europa, y en algunos de los cuales, realizados en España, se encuentran conjuros muy parecidos al que Celestina realiza al invocar a Plutón.
De la Enciclopedia Espasa
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