La estación de la calle perdido (China Miéville)

La estación de la calle perdido (China Miéville)
 

Originalmente, esta reseña le otorgaba al libro una recomendación de 3 y medio, que, me parece, no está mal. Sin embargo la reseña data de hace dos años (evidentemente estaba reseñando una edición inglesa), y recalcitrantemente, me he visto obligado a subirle la nota (como si le importara realmente a alguien lo que opine acerca de este libro un idiota como yo), aunque no me desdiga de lo que he dicho hace dos años.
La razón del aumento es fácil: este libro en particular con sus muchas virtudes y (unos cuantos) defectos no ha abandonado mi cabeza desde que lo leí hace ese tiempo. No hay forma de que me lo quite de encima, me ha invadido desde entonces, me descubro pensando en determinado aspecto de la narrativa o en algún truco sucio que usa Miéville para con el lector (especialmente en alguno de los momentos de la historia o algún pedazo de pseudobiología fantástica de lo mas retorcido) con una sonrisa en la boca en los momentos más insospechados a riego de mi salud: como cruzando la calle mientras un conductor decide que voy a ser la siguiente muesca en su volante.
Y un libro así, capaz de colonizar tu cerebro por sorpresa hasta el cuerpo calloso, evidentemente merece una reconsideración. Así que aquí está la reseña original con la nueva puntuación.

SI MIÉVILLE ESCRIBIERA ciencia ficción, posiblemente alguien lo compararía con Jack Vance por dos motivos. El primero es esa extraña facilidad para lo alienígena que ambos tienen. Lo segundo es, por decirlo de alguna manera, el descaro con el que escriben. Pero como Miéville no escribe ciencia ficción, sino algo más bien que podría ser definido como Gran Fantasía Racionalista, se salva de la odiosa analogía y queda campante en su propio rincón de escritor.

La estación de la calle Perdido es una obra de muchas cualidades, algunos defectos y otra cualidad más que elimina algún defecto. Esta es la historia de Isaac Grinembulin, diletante en muchas ciencias y maestro de pocas, pero dotado de una poderosa intuición. Es la historia de una ciudad innegablemente construida con una imaginación poderosa y un par de tópicos al uso, Nueva Crobuzón, una cosmopolita entidad que da cobijo a numerosas criaturas y muchas pequeñas historias. Es la historia oculta de Yagharek, el garuda, hombre-pájaro que contrata a Grimnebulin para que le devuelva el don de volar que perdió (o le fue arrebatado) por un crimen incomprensible para los humanos de Nueva Crobuzón. Es la historia de Lin, la escultora Khepri que es la amante de Isaac Grimnebulin y que acepta un trabajo que se revelará tan arriesgado como las imprevisibles consecuencias del contrato de Isaac con Yagharek. Es también una historia de revueltas ciudadanas, maniobras políticas, investigación y creación, y, sobre todo, la historia de una amenaza que destruirá a los habitantes de Nueva Crobuzón, ya sean malvados, justos o indiferentes, si alguien no hace frente al terrible genio que la curiosidad y el vicio de los hombres ha permitido escapar de su botella.

Nueva Crobuzón es un engendro posmodermo que es parte Londres victoriano (con autómatas a vapor), parte Brazil de Terry William (un sistema totalitario, corrupto y represor), parte Castillo de Otranto (imaginería gótica), parte Gormenghast de Mervyn Peake y parte planeta alienígena. La prosa de Miéville lleva al lector a replantearse continuamente las suposiciones que hace con respecto a la ciudad y sus habitantes, como en el caso de las Khepri, la raza de mujeres con cabeza de escarabajo. Miéville describe detalladamente las sociedades Khepri, pero a un servidor que esto escribe le desconcertaba el extraño lenguaje de signos usado por Lin en su comunicación con Isaac, con descripciones de los órganos con los que Lin señaliza sus mensajes, hasta que caí en la cuenta: Las Khepri no son mujeres con cabeza de escarabajo. Son mujeres cuya cabeza es un escarabajo. Lin hace señales con los apéndices del escarabajo que es su cabeza, antenas, patas, mandíbulas y alas. Lo mismo puede decirse de muchas otras especies que habitan en las páginas de esta novela, como los Garuda (que no son simplemente hombres con alas) o los anfibios Vodyanoids y sus poderes sobre el agua o los mismos seres humanos de Nueva Crobuzón, a los que una cruel ciencia puede Remodelar con partes animales o mecánicas con una inventiva infinita. El talento de Miéville para lo exótico se manifiesta de muchas maneras y contribuye a darle a esta novela una cualidad especial que de no tenerla la convertirían en un producto más para rellenar las estanterías.

La estación de la calle Perdido tiene demasiadas virtudes como obra de imaginación como para tener ese destino. Pero también tiene sus defectos, por supuesto, y algunos de estos defectos lastran la novela impidiendo que se convierta en algo más de lo que es. El principal es que a mitad de la misma ésta pierde impulso porque todas las situaciones se han planteado ya y el destino de los personajes está más o menos claro. Aunque Miéville se reserva una sorpresa o dos, la narración no tiene el mismo ímpetu que el principio, en el que se presentan a los personajes y las relaciones entre ellos, así como las consecuencias directas de sus actos. Actos que luego, por supuesto, deben redimir, pese a que la redención me parece menos interesante a veces que el que los personajes cometan los actos en sí.

La fuerza como escenario de Nueva Crobuzón está en que no es simplemente en ser un refrito de las posibles influencias que cito anteriormente (el steampunk, la distopía y el gótico), sino que por una extraña alquimia funciona más como una especie de bazar de las Mil Y Una Noches, un lugar regido por sus propias leyes y que el lector descubre poco a poco, con sentido de la maravilla. De ahí esa frase descriptiva del carácter de la ciudad al principio de la novela "Nueva Crobuzón es una ciudad a la que no convence la Ley de la Gravedad", preparando al lector para el dispositivo literario que hace que la ciudad en cuestión funcione mejor como personaje de lo que lo hacen los personajes principales de esta novela. A esta novela se le puede acusar de muchas cosas, pero no de no tener un trasfondo cuando menos ambicioso y complejo. Y tampoco es que sólo tenga un buen trasfondo y personajes poco definidos, Miéville tiene unas cuantas ocurrencias que le dan a la narración más sustancia de las que parecen posibles en ese contexto, como, por ejemplo, el intento de contratar a un peculiar "embajador" para que haga frente al problema actual de Nueva Crobuzón, o las inspiraciones monotemáticas de Isaac frente su teoría favorita acerca de cómo funciona el mundo, o la peculiar aparición de una Inteligencia Constructa que aspira a la deidad y su curiosa congregación de máquinas y mecánicos.

En cuanto al descaro al que me refiero al principio, en realidad he usado un eufemismo suave: Miéville tiene, en realidad, un morro que se lo pisa. Y por eso mismo se le perdonan algunas cosas. El ejemplo más claro es la aparición de una entidad, El Tejedor (Weaver) que cumple la función de deus ex machina en la estructura de la novela. En un momento determinado, esta entidad arácnida (y posiblemente más allá de definiciones tontas tales como "locura" o "cordura") rescata al grueso de los baqueteados héroes de Miéville de un asalto de las fuerzas del orden de Nueva Crobuzón (quienes, curiosamente, habían contratado a esa entidad para acabar con la amenaza que se cierna sobre la ciudad). La razón por la que lo hace me desarmó completamente. Más o menos, el Tejedor (siendo una entidad multidimensional y de conducta imprevisible) dice que le ha gustado la historia hasta ahora (o sea, el libro que uno está leyendo hasta esa intervención de esta entidad alienígena) y le gustaría que la historia continuase, así que rescata a los maltrechos héroes y les proporciona una nueva casilla de salida en el juego. Otro gran ejemplo de ese "descaro" es cuando el grupo de héroes a su pesar se ve obligado a contratar los servicios de un grupo de mercenarios. Antes de que el lector pueda terminar de pensar "esto me suena a partida de r…" uno de los personajes se adelanta y afirma que no confía en un grupo de sociópatas como esos que van metiéndose en jaleos varios sólo para conseguir "oro y experiencia".

Ante esto, tuve que reírme y perdonarle el truco.

Juan Sin Letras. Una cruzada literaria.

Juan Sin Letras. Una cruzada literaria.

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