La era del diamante (Neal Stephenson )

La era del diamante (Neal Stephenson )

En un futuro en el que la nanotecnología ha destruido el orden social, el mundo está fragmentado en phyles independientes. En él, se enfrentan tradiciones milenarias con las promesas de nuevas tecnologías.

Tras leer con gran placer la refrescante Snow Crash y la monumental Criptonomicón, me decidí a probar fortuna con la cronológicamente intermedia La era del diamante. Mi intención era comprobar si iba a poder encender una tercera vela en mi altar particular a Neal Sthepenson. Supongo que acabaré haciéndolo, pero he de reconocer que me ha costado más leer esta obra que las anteriormente citadas.

 

La aproximación de Stephenson a la historia es, no obstante, similar. Sigue descansando en una miríada de personajes de desigual importancia y en la multiplicidad y conexión de sus trayectorias. Sin embargo, quizá más que en otras obras, dosifica en exceso la descripción del entorno y demora las claves que sustentan una trama menos ligada explícitamente, lo que obliga a poner los cinco sentidos en una lectura que en ocasiones se vuelve laboriosa. En cualquier caso, La era del diamante sigue siendo, como manda la marca de la casa, una novela ambiciosa y proteínica a nivel de ideas.

 

De nuevo, uno de los puntos fuertes de Stephenson es la recreación creíble, aunque con un punto de caricatura, de sociedades, siempre atomizadas, plausiblemente cercanas. En el presente caso, el mundo se encuentra dividido en amplias «phyles» o tribus, post-nacionales en su mayoría pero no todas (también queda un rinconcito para las ‘entidades cuasinacionales organizadas en franquicias’ de Snow Crash), regidas por una ley superior: el Protocolo Económico Común (globalización al poder). Ese mundo que se nos presenta está inmerso en la revolución nanotecnológica, con la que se puede crear prácticamente de todo a partir de prácticamente poca cosa: nos reencontramos con el lugar común del compilador de materia. En este contexto van a acabar enfrentándose dos subcorrientes, la occidental y la oriental, tras dos paradigmas sociotecnológicos diferentes: la Toma y la Simiente.

 

Quizá, uno de los logros estilísticos de la novela es ligar una imagen neovictoriana con la nanotecnología, dándole un aire de steam-punk futurista: aquí no se trata de una tecnología que dé más de sí de lo que históricamente dio (el vapor), sino de una sociedad tecnológicamente avanzada que se mira en el idealizado espejo costumbrista de una época anterior. En ambos casos, la tecnología conquistada era/será ‘prodigiosa’ pero la fortuna social estaba/estará desigualmente repartida.

 

También en ese contexto dinámico se desenvuelve otra de las subtramas, la centrada en el Manual ilustrado para jovencitas (segunda mitad del título de la novela) que va a involucrar a un ingeniero y a un prócer neovictoriano, un conspirador confuciano y un par de huérfanos (en la práctica): Harv y Nell (algo así como Bart y Lisa Simpson pero un par de clases por debajo de la ‘media’). El Manual condensa la idea de que la educación debe proveer a las nuevas generaciones de las herramientas críticas y la valentía (el camino entre la conformidad y la rebelión) que les evite perpetuar por mero mimetismo los esquemas aprendidos por las generaciones precedentes. Por medio de una historia fantástica, el Manual, que es interactivo, va a posibilitar la metamorfosis de Nell en una auténtica princesa, a la vez que de forma alegórica nos va a ilustrar sobre otros aspectos de la historia.

 

Y, así, por estas tramas y entre encabezamientos folletinescos para no desmerecer el aire neovictoriano, va discurriendo una novela enrevesada y exigente con el lector, salpicada de algunos de los temas clásicos del imaginario de Stephenson (contranálisis criptográfico, ordenadores/máquinas de Turing, la figura del Astuto/Tecnólogo…), guiños potenciales (una venerable viejecita que de joven iba en monopatín y tenía inquietudes de autodefensa…) y localizaciones que volverán a aparecer en otras obras (Shanghai…)

 

Uno, quizá, de los problemas que puede tener esta novela, globalmente considerada, es cierta descompensación. Hay importantes conexiones argumentales que discurren de forma casi subliminal, mientras que temas más accesorios se tratan con asombroso grado de detalle (otra marca de la casa). Del mismo modo, un buen número de personajes sufren el maltrato de desaparecer bruscamente (Harv, el juez Fang, Miranda…) En algún momento, puede dar la impresión de que el autor ha dado forma, un tanto apresuradamente, a una novela que bien completada iba a quedar muy extensa… cuando quizá ya había decidido que esa novela larga y trabajada con mimo iba a ser Criptonomicón.

 

Para acabar: avisa el editor en el prólogo que La era del diamante no es un libro que vaya a entusiasmar a un lector ‘hembra’. (Obviamente, Miguel Barceló se apresta a orillar la connotación sexista del calificativo empleado por Cortázar para describir al lector ‘acomodaticio’)… Bueno, aun coincidiendo con él en que en este libro encontramos no sólo buena ciencia ficción, sino incluso una ciencia ficción muy meritoria, he de reconocer que su lectura ha chocado, de tanto en cuanto, con mi lado ‘femenino’. Es, en cualquier caso, un libro que agradece una relectura.

por Luis Fonseca

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