UNA PREMONICIÓN DE ACTUALIDAD

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Joseph Roth, El Anticristo,
Introducción de Ignacio Vidal-Folch,
El anticristo (J.Roth)
por Anna Rossell
Trad. de José Luis Gil Aristu,
Capitan Swing, Madrid, 2013, 224 págs.

Increíble, por clarividente, este ensayo del austríaco Joseph Roth (Brody –Galitzia-, 1894-París, 1939), escritor y periodista prolífico y brillante, que es hoy aún de rabiosa actualidad. Publicado en 1934, fruto de una poderosa capacidad de observación de los signos de los tiempos, el autor nos brinda una magnífica reflexión sobre los males que amenazan al género humano con el cataclismo universal. Roth, quien ya en 1923 -fecha en que se comenzó a publicar por entregas su novela «Das Spinnennetz» («La tela de araña») en el diario «Arbeiterzeitung»-, que sorprendió al mundo con la lúcida profecía anunciadora del fatídico nazismo, sigue en su «Anticristo» dando muestras de la misma agudeza premonitoria. Él, que reprochó a la «Neue Sachlichkeit» («Nueva objetividad») construir una literatura sólo con los puros hechos, muestra cuál es su concepción de la literatura yendo más allá: no sólo describiendo sino interpretando los acontecimientos.

Roth, nacido judío pero convertido al catolicismo, revela en este libro, a pesar de su juventud, una portentosa experiencia y madurez. Si bien, como ya se echa de ver en el título, «El Anticristo» está escrito desde la perspectiva de la fe de su autor, éste dota a su ensayo de un registro metafórico, que le otorga la validez universal de un clásico. A pesar de que elude a conciencia nombres de países y de personas, Roth no renuncia a escribir con meridiana claridad sobre aquello a que se refiere; al lector no le queda duda alguna. Llevado por una profunda convicción religiosa en el sentido más genuino de la palabra, Roth llama «Anticristo» a cualquier actitud ambiciosa, hipócrita, explotadora y dominada por el prejuicio. Estructuradas en doce capítulos, por sus páginas desfilan, inconfundibles, todos y cada uno de los fenómenos de la emergente modernidad que sentó los pilares del pasado siglo XX: la rutilante superficialidad de la industria cinematográfica de Hollywood, la nueva arquitectura, el socialismo soviético, el sionismo, el antisionismo, el ascenso del nazismo, la dialéctica de la democracia y la manipulación de masas. Roth no deja títere con cabeza. Así llama “nuevo hombre” a “aquél en quien ha comenzado a actuar el Anticristo” y detecta tal actuación en la pasión embriagadora por la riqueza material y en la frivolidad que se respira por doquier en los EEUU, en los desmanes de los especuladores del capitalismo codicioso, incapaz de producir felicidad; en la ciega cicatería materialista de la URSS, en la connivencia por interés del Vaticano con los poderes fácticos del mundo. En definitiva, Roth llama «Anticristo» a las amenazas que ve proyectarse en la modernidad emergente y a la desespiritualización general que se impone por doquier. Adelantado a su tiempo, «El Anticristo» es, más allá de todo esto, un alegato contra la expoliación de la tierra, una advertencia que ve en el desequilibrio ecológico y la deshumanización -consecuencia inmediata de la explotación petrolífera y la fabricación de armas químicas- la vorágine que lleva a la definitiva catástrofe.
Con un lenguaje tan plástico como el de una película expresionista, Roth describe la excavadora como un monstruo, una máquina infernal de destrucción. Su admonición acusatoria de que en un extremo del mundo tres hombres estampan una firma y en el otro miles se ven sumidos en la miseria es, en nuestro mundo globalizado, de la más descarnada actualidad.
Con buena dosis de sarcasmo Roth se despacha a gusto con todo lo que le parece denunciable, incluyendo a sus propios jefes, Benno Reifenberg primero y Friedrich Sieburg después, del periódico «Frankfurter Zeitung», del que Roth era en aquellos años corresponsal en el extranjero, y a quienes el autor llama irónicamente «El señor de las mil lenguas». Por encargo de Sieburg, Roth se desplazó a los países de los que habla.
Cabe destacar especialmente la interesante reflexión que aborda Roth sobre el fenómeno del cine, que el escritor considera uno de los primeros y más esenciales síntomas desespiritualizadores y al que dedica varios capítulos específicos –Entre nosotros y la gracia de la razón se ha interpuesto un poder y Hollywood, el Hades del hombre moderno-, pero que ejerce de hilo conductor en todo el ensayo.

© Anna Rossell

(Publicado en Quimera. Revista de Literatura, nº 366, mayo 2014, p. 57

LA VERDADERA HISTORIA ESTÁ EN LOS REPLIEGUES

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Joseph Roth, Job. Història d’un home senzill,
Trad. de Judith Vilar,
L’Avenç, Barcelona, 2012, 174 págs.
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por Anna Rossell
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Magistral esta novela del gran narrador centroeuropeo Joseph Roth (Brody –Galicia del este, Imperio Austrohúngaro-, 1894; París, 1939), que a partir de un argumento sencillo sabe contar un capítulo de la historia con mayúsculas, la de los judíos del este europeo en las primeras décadas del siglo XX. Nada como la buena literatura para documentar unos hechos, un comportamiento, una forma de ser y de vivir, las consecuencias de los sucesos sobre la vida de los individuos. Porque sólo un observador preciso dirige su mirada hacia el detalle significativo, hacia lo sutil y lo inefable, sabe que la verdadera historia está en los repliegues, y sólo una pluma sensible es capaz de transmitirla. La historiografía al uso carece de herramientas para ello. Roth pertenece a ese linaje de escritores de la llamada generación perdida europea del siglo XX que asistió a las grandes transformaciones político-sociales de su continente, acontecimientos que él quiso y logró documentar magníficamente. Nadie como él supo retratar el desmoronamiento del imperio austro-húngaro (La marcha de Radetzky, 1932), nadie predijo, diez años antes, la ascensión del nazismo al poder (La tela de araña, 1923). Coetáneo y amigo de Stefan Zweig -como él, judío-, sus diferencias radicaban en su posicionamiento ante los acontecimientos, en el caso de Roth de simpatía decididamente socialista durante muchos años, antes de que en 1926 -desencantado por su estancia en la Unión Soviética- su escritura diera un vuelco melancólico de nostalgia hacia la desaparecida monarquía. Roth es el narrador por excelencia que dominó y practicó todo tipo de registros (reportaje, glosa, crítica teatral, cinematográfica y literaria). Dedicado tanto al periodismo –trabajó para los periódicos más importantes de su tiempo- como a la ficción literaria, algunos estudiosos valoran por igual la alta calidad de sus crónicas periodísticas y la de su narrativa más estrictamente literaria. La sagacidad y precisión de sus artículos lo sitúan a la altura de otros coetáneos de renombre como Egon Erwin Kisch y Kurt Tucholsky. Este dominio de los géneros, unido a la extraordinaria capacidad de recepción de Roth, cristaliza en una prosa a menudo poética, de gran belleza, magníficamente vertida al catalán por la traductora, que nos permite acercarnos a personajes vivos y a ambientes intimistas, descritos con la profundidad psicológica y la precisión de quien pinta un cuadro tras cuya prolijidad de detalles y gestos se esconde lo verdaderamente importante de una historia. Job, relata como reza el subtítulo, el devenir de un hombre sencillo, un judío –Mendel Singer-, que vive humildemente con su esposa y sus cuatro hijos en la pequeña localidad de Zuchnov, en la Rusia de los zares. Como la figura del Job bíblico, Singer es un hombre piadoso y temeroso de Dios, al que progresivamente asolan todas las desgracias, que, como Job, asume como voluntad divina, hasta que la acumulación de adversidades le lleva a ver en el cielo a su enemigo más acérrimo y a perder la fe. La familia de Singer no se nos presenta como un caso aislado. De la mano de Roth conocemos los avatares que aquejaron a tantas otras familias de su condición y creencias en la Rusia campesina de los años anteriores a la Gran Guerra, la emigración a los Estados Unidos, su acogimiento allí por parte de la comunidad judía, la fraterna cordialidad reinante en el barrio de sus correligionarios, las consecuencias de la campaña bélica, … . Sólo el final, un tanto sorprendente y poco realista, testimonia –la novela vio la luz en 1930- la regresión de Roth a una fe ciega en valores ancestrales como tabla de salvación para el humano.
En España se dio a conocer muy pronto (desde los años treinta del siglo pasado) la literatura de este gran narrador centroeuropeo, en cambio los estudios sobre ella y su vida se han hecho esperar. Pero entretanto al renovado interés por su obra –veinticinco libros sólo a partir del año 2000, doce en Acantilado- se han añadido estudios (dos de ellos, de Géza von Cziffra, también en Acantilado) como los de Pilar Estelrich, Visió d’Àustria a Joseph Roth (Universidad de Barcelona, 1992), Soma Morgenstern, Huida y fin de Joseph Roth (Pre-Textos, 1999, 2008), Géza von Cziffra, El santo bebedor. Recuerdos de Joseph Roth (Trea, 2000; Acantilado, 2009), Claudio Magris, Lejos de donde. Joseph Roth y la tradición hebraico-oriental (Eunsa, 2002, 2003, 2004), Olga García, La obra de Joseph Roth, Liceus, 2006), Géza von Cziffra, Joseph Roth, cuentista extraordinario (Acantilado, 2009) y la biografía de Helmut Nürnberger, Joseph Roth (Alfons el Magnànim, 1995).

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NARRATIVA UNIVERSAL CENTROEUROPEA

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Joseph Roth, Job
Trad. de Berta Vias Mahou. Acantilado. Barcelona, 2007. 218 págs.

Joseph Roth, La rebelión
Trad. de Feliu Formosa. Acantilado. Barcelona, 2008. 148 págs.

por Anna Rossell
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Los grandes acontecimientos históricos han sido siempre fuente de inspiración para la literatura. Hay en ellos material épico abundante para fabular e inmortalizar hechos y ambientes que mantienen vivo su recuerdo. Sin embargo no abundan los autores capaces de captar sus entresijos, de leer en los repliegues de la historia y plasmarlos con la sensibilidad necesaria para que resulten cercanos. Son escasos los que logran no simplemente hacerlos entender, sino comprender. Únicamente lo consiguen quienes, más allá de la mera descripción de los hechos, encuentran el lenguaje para describir con sutileza y profundidad sus consecuencias para los seres humanos involucrados en ellos. Joseph Roth pertenece a este linaje. El es uno de los más grandes representantes de la literatura centroeuropea en lengua alemana de principios del siglo XX. El supo retratar como ningún otro el desmoronamiento del imperio austro-húngaro. Nacido en 1894 en Brody -Galicia del este, centro-Europa-, austriaco de ascendencia judía, fue uno de los autores de la llamada generación perdida europea. Coetáneo de Stefan Zweig y como él, y a diferencia de tantos otros, nada entusiasta de la Gran Guerra, participó finalmente en ella y después de la contienda se vio obligado a interrumpir sus estudios para sobrevivir. Puede decirse que fue escritor en el más amplio sentido de la palabra, pues se dedicó tanto al periodismo, en el que cultivó toda clase de géneros (reportaje, glosa, crítica teatral, cinematográfica y literaria), como a las bellas letras, y muchos valoran tanto la alta calidad de sus trabajos periodísticos como su obra más estrictamente literaria. Es magistral su dominio de la pluma y poseía un desarrollado sentido del olfato para anticiparse a los acontecimientos: su novela La tela de araña (1923) es una detallada descripción del advenimiento y la intrincada construcción del nacionalsocialismo diez años antes de la subida de Hitler al poder. A estas cualidades hay que añadir su sagacidad y la precisión de su escritura periodística, que lo sitúan a la altura de contemporáneos suyos de tanto renombre como Egon Erwin Kisch y Kurt Tucholsky. Roth, que trabajó para los periódicos más importantes de la época y firmaba sus colaboraciones para el diario socialista Vorwärts con el sobrenombre de Joseph el rojo, ejerció la crítica político-social y arremetió contra los políticos reaccionarios de su tiempo.
Autor de cuantiosas novelas, la mayoría de ellas traducidas al español, su fama comenzó a extenderse sobre todo a partir de La marcha de Radezky (1932). A través del devenir de varias generaciones de la familia Trotta, Roth transmite en ella una visión panorámica del canto del cisne de la monarquía de los Habsburgo, saga cuyos avatares retomó en La cripta de los capuchinos (1938). El tono especialmente melancólico de su escritura a partir de 1926 -año en que viajó a la URSS como corresponsal- da idea del cambio de rumbo que, por desencanto, sufrió su ideología de tendencia socialista, que se tornó en nostalgia de la época monárquica. Como su coetáneo Zweig, veía en aquel pasado un tiempo glorioso que había sabido unir nacionalidades y culturas diversas, un momento álgido de cosmopolitismo cultural perdido para siempre.
Pero Roth conservó la mirada lúcida y penetrante que ve en la humildad y el sufrimiento del menos favorecido un reflejo de las condiciones sociales y políticas que rigen su destino. La andadura de sus personajes es la que habla de la verdadera historia, no hay otra. El realismo de su prosa se nutre de su capacidad para la observación y la descripción sensible de lo minucioso. El universo que sale de su pluma es el de las personas de carne y hueso que transportan al lector al ambiente que las envuelve y le sumergen irrefrenablemente en él. En La rebelión (1924) viajamos al escenario vienés de la primera posguerra mundial y acompañamos a Andreas Pum en sus esfuerzos cotidianos por rehacer su vida. Pum es un ex combatiente inválido que ha visto recompensados sus servicios a la causa con una condecoración y una licencia para tocar el organillo por las calles. Todo en la novela gira en torno a este personaje. El constituye el eje a partir del cual Roth desgrana el desencanto sufrido por tantos otros como él, gente sencilla, ávida de calidez humana. Su ingenua naturaleza le permite creer firmemente en el orden del mundo y en Dios, en el gobierno y en las leyes, y a despreciar a quienes se desmarcan de su manto supuestamente protector. Su condecoración y su licencia le llenan del inocente orgullo que sustenta su fe en los hombres y el futuro. Pero la insensible frialdad de aquellos que han rehecho su vida como si la guerra no hubiera significado más que un breve e incómodo paréntesis, la crueldad de quienes se arriman al sol que más calienta a costa de lo que sea y de quien sea y sobre todo la sinrazón de los mecanismos de una burocracia que no sirve al individuo sino que lo pone absurdamente a su servicio, le irán convirtiendo en un opositor, un rebelde como los que él antes despreciaba. Aunque en un registro narrativo muy distinto del de Kafka, Roth, como el escritor de Praga, retrata un mundo en el que la burocracia y la corrupción determinan el destino del individuo como antes lo hiciera Dios. La vida de Andreas Pum, como la de K. en El Proceso, transcurrirá y se apagará, víctima de este omnipotente desatino.
Roth es el escritor de los más desfavorecidos, el narrador de mundos que se vienen abajo. También en Job (1930) describe una biografía triste. También Job es la historia de un desencanto. La novela narra la andadura de una humilde familia judía de Zuchnow, una pequeña localidad por aquel entonces rusa. En el protagonista Mendel Singer el autor recrea la historia de Job. Como el personaje bíblico, también Mendel Singer es un hombre piadoso y recto, que confía plenamente en el Dios bondadoso y cree ciegamente en el sentido oculto de los designios divinos. La modesta vida que le permite llevar su sueldo de maestro, con el que debe alimentar a su mujer Deborah y a su descendencia, transcurre con cierta tranquilidad hasta el nacimiento de su cuarto y último hijo, Menuchim. El benjamín de la familia es un niño tullido, que con su enfermedad sumirá a los padres en la tristeza más profunda. El infortunio de los Singer va en aumento al ser llamados a filas sus otros dos hijos varones y acaba de colmarse cuando su hija se entrega a sus amoríos con cosacos, amoríos que el padre desea cortar de raíz. La carta de uno de los hijos, que les informa de su deserción y de su nueva vida en los EEUU y les invita a seguirle llega en el momento justo. La familia emigra a América y deja atrás a Menuchim, al cuidado de una joven pareja. Estalla la guerra y las desgracias se suceden cayendo como una plaga sobre ellos: el hijo americano se alista voluntario y pierde la vida en la contienda, el otro sirve al zar y se da por desaparecido, la madre muere como consecuencia de la noticia y la hija enloquece. Como Andreas Pum contra el Estado y el gobierno, también Mendel Singer se rebela contra Dios. Le declara la guerra a un Dios desconsiderado e injusto al que acusa de cruel y de cebarse en los más débiles. Mendel Singer pierde su fe, deja de rezar, destierra a Dios de su corazón y abomina de Él. Su mundo interior se ha desmoronado. El final, feliz a pesar de todo, casi de cuento de hadas, no resta calidad al genio narrativo de Roth, cuya selecta pluma moldea al personaje con magistral sutileza y sabe hacer del lenguaje literario una exquisita herramienta. Salpicando el texto con notas de finísimo humor -evitando en todo momento el melodrama-, da vida a las emociones más inasequibles. Roth pone de manifiesto los recovecos más recónditos del alma de sus criaturas con la mera insinuación de un gesto, sabe captar y transmitir como nadie lo etéreo, lo sublime, lo inmaterial. Es el maestro de lo intangible.

© Anna Rossell
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UNA CORRESPONDENCIA MÁS

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Joseph Roth, Cartas (1911-1939),
Edición y notas de Hermann Kesten.
Trad. de Eduardo Gil Bera,
Acantilado, Barcelona, 2009, 685 págs.

por Anna Rossell
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Sin duda la correspondencia o los diarios de un escritor son una valiosa fuente de información para quien desea conocer en profundidad al autor y su obra. En ellos se nos presenta la persona en su humanidad más expuesta, lo cual puede iluminar aspectos de su vida y modo de pensar que nos ayuden a forjarnos una idea de ella, a completarla o corregirla. Por esto –y por la curiosidad morbosa que conlleva la indagación en la intimidad ajena- la posibilidad de acceder a esta documentación va acompañada de expectante interés. En el prefacio al volumen de cartas del gran narrador austrohúngaro Joseph Roth (Brody, Imperio Austrohúngaro, 2 de septiembre de 1894-París, 27 de mayo de 1939) que acaba de ver la luz de la mano de Acantilado, el editor de este intercambio epistolar y amigo de Roth, Hermann Kesten, se extiende en consideraciones acerca de los motivos para la publicación de este tipo de documentos privados así como de los criterios que pudieran aconsejar una selección, y alega dos razones a favor de su decisión de publicar todas las cartas conservadas del autor, sin restricción alguna: “[…] la primera de ellas es que, treinta años después de su muerte, aún no hay ninguna biografía de Roth; la segunda consiste en que cualquier lector […] reconocerá en él a un maestro de la forma breve sin que tengan que probárselo sus ‘mejores’ cartas”. El primer argumento convence: en 1970, año de la edición del original alemán, no existía ninguna biografía de Roth (la primera, de David Bronsen, Joseph Roth, eine Biographie, salió en 1974), al segundo cabe replicar que la mejor prueba de la concisión estilística de Roth es su literatura. Una vez cumplida su función –servir a filólogos de fuente de datos para la composición de una biografía o el estudio de aspectos concretos de la obra- no tiene sentido publicar todas las cartas conservadas del autor, muchas de las cuales se explayan en detalles de la vida cotidiana, privada y profesional, que se repiten machaconamente. Cierto que en España se dio a conocer muy pronto (desde los años treinta del siglo pasado) la literatura de este gran narrador centroeuropeo y que en cambio los estudios sobre ella y su vida se han hecho esperar. Pero entretanto al renovado interés por su obra –veinticinco libros sólo a partir del año 2000, doce en Acantilado- se han añadido estudios (dos de ellos, de Géza von Cziffra, también en Acantilado) como los de Pilar Estelrich, Visió d’Àustria a Joseph Roth (Universidad de Barcelona, 1992), Soma Morgenstern, Huida y fin de Joseph Roth (Pre-Textos, 1999, 2008), Géza von Cziffra, El santo bebedor. Recuerdos de Joseph Roth (Trea, 2000; Acantilado, 2009), Claudio Magris, Lejos de donde. Joseph Roth y la tradición hebraico-oriental (Eunsa, 2002, 2003, 2004), Olga García, La obra de Joseph Roth, Liceus, 2006), Géza von Cziffra, Joseph Roth, cuentista extraordinario (Acantilado, 2009) y la biografía de Helmut Nürnberger, Joseph Roth (Alfons el Magnànim, 1995).
Las cartas del autor austrohúngaro, que abarcan desde 1911 hasta casi su muerte e incluyen un amplio registro de destinatarios –familiares, editores, su traductora al francés y amigos-, reflejan un Roth desarraigado y errante, cada vez más aquejado por las penurias económicas y el alcoholismo, fervoroso monárquico en lo ideológico, directo y sincero en el carácter, que dice lo que piensa, aunque ello pueda acarrearle más problemas. La correspondencia gana interés a partir de 1933, cuando Hitler se hace con el poder en alemania. Sin duda, además de las notas de Kesten, las cartas más valiosas –y más numerosas- son las que intercambia con Stefan Zweig, amigo que le socorría en los apuros económicos y al que sin embargo no tuvo ningún reparo en reprocharle duramente su “actitud vacilante” ante el nacionalsocialismo. Éstas, las del año 1933, y las de 1935, donde se refleja la sorprendente intención de Zweig de preparar un manifiesto contra el horror nazi, salvan este volumen, que, por lo demás, no descubre nada verdaderamente nuevo.

© Anna Rossell
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Tarabas, de Joseph Roth

Tarabas, de Joseph Roth

Joseph Roth ha sentido siempre predilección por el mundo al margen del orden, el mundo de los fugitivos o parias, de los que no se dejan integrar, de los perseguidos y de los criminales, de los impulsivos y de los apatridas. Y ahora nos cuenta —en uno de sus libros más bonitos— esta balada del coronel Tarabas, hijo de un terrateniente ruso que ya pronto se perdió en un mundo marginado y peligroso, y rozó el crimen, al que luego la gran guerra pareció integrar y rehabilitar, que ascendió a comandante y coronel, y que no pudo resignarse a que terminase la guerra. Tarabas siguió siendo soldado, se encargó de formar y dirigir un regimiento en la nueva Rusia, la guarnición estaba en una pequeña ciudad pero los reglamentos, las órdenes burocráticas, todo el aparato administrativo no estaban hechos para él, la faltaba la guerra y de nuevo se vio envuelto en aprietos y extravagancias, de nuevo llegó al borde de todos los órdenes y más allá al desorden, y esta vez fue arrastrado hasta la auténtica y santa miseria, a la verdadera falta de patria, a la penitencia. Termina como vagabundo y «santo», encuentra el camino hacia el absoluto. No sé si esta leyenda del coronel Tarabas contada como una balada tiene su origen en una realidad, si (como finge el libro) existió un hombre así en alguna parte de la gran Rusia y en el caos de la guerra y la posguerra, o si todo es juego e invención del autor. Poco importa. La obra es auténtica. Tiene algo de la rigidez y monomanía del derviche, algo obseso y embrujado, y si se desarrolla en las lindes del orden humano y si tiene una tendencia al caos y lo salvaje llega en cambio hasta los órdenes superiores, allí donde hay penitencia y santificación.

Hermann Hesse

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