El doctor Edward Sanders, especialista en lepra, llega a Port Matarre, África occidental. Ha sido llamado por un amigo, quien le ha enviado informes incongruentes acerca de una jungla que se está transformando en cristal. Antes de viajar río arriba, Sanders encuentra a varios personajes extraños, entre ellos un sacerdote aparentemente torturado por la culpa y un arquitecto taciturno que lleva un revólver. Por diferentes razones, todos se ven atraídos por las misteriosas transformaciones que se están produciendo tierra adentro. Un cordón militar rodea el área afectada, pero finalmente se le permite a Sanders ver lo que sucede. Sanders descubre que la vida vegetal y animal del bosque ha sido congelada por una enfermedad del tiempo y convertida en algo parecido a una vasta gruta cristalina. Las descripciones de este paisaje fantas-magórico son de una fuerza alucinante.
En realidad, el argumento de El mundo de cristal (The Crystal World) tiene poca importancia. La fuerza de la novela radica en su imaginería visual, terreno en el cual Ballard descuella: un helicóptero averiado, cristalizado con aspecto de dragón fabulo-so; un cocodrilo enjoyado; un hombre arrancado de la jungla y cristalizado en parte, tambaleándose en la zona afectada, con una viga de madera sobre los hombros; el padre Balthus, cristalizado en la nave de la iglesia como si estuviera crucificado; leprosos transformados en una alegre banda de arlequines; un pistolero negro, vestido con una piel de cocodrilo, fundiéndose en algo que es en parte hombre, en parte bestia. Novela de desastre, y remate de la despareja trilogía que comenzaba con El mundo sumergido y La sequía (1964), este libro es en realidad un thriller metafísico acerca del impulso humano a buscar un mundo allende el tiempo, y acerca de la necesidad de negarse a uno mismo a fin de entrar en él. El final de la novela, el viaje de Sanders río arriba para perderse en el bosque cristalino, se parece más a un triunfo que a una derrota.
El mundo de cristal se publicó por primera vez en una ver-sión abreviada en New Worlds, una revista británica que, a media-dos del sesenta, se convirtió en plataforma de una «nueva ola» de cf. Entonces existía la creencia unánime de que la cf se había vuelto excesivamente convencional, anquilosada, decadente, y que era hora de encontrar nuevos temas y nuevos modos de expresión. Nadie tuvo más importancia en la creación de este clima de sentimientos y acción que J. G. Ballard. No inventó el rótulo de «nueva ola» –que los críticos comenzaron a utilizar por analogía con la nouvelle vague del cine francés, representada por filmes de Truffaut, Godard y Resnais–, pero inmediatamente fue considera-do su principal figura británica. «Los mayores desarrollos del futuro inmediato no tendrán lugar en la Luna ni en Marte, sino en la Tierra», escribía Ballard en New Worlds, «y es el espacio interior, no el exterior, el que hace falta explorar. El único planeta verdaderamente extraño es la Tierra.» En El mundo de cristal Ballard evoca con éxito ese carácter extraño de nuestro planeta, de la misma manera que en sus brillantes cuentos breves de aquel entonces, reunidos en The Disaster Area (1967), Vermilion Sands (1971), y en su libro «más experimental», La exhibición de atrocidades (1970). Todas estas obras demuestran que Ballard es el más original e independiente de los escritores contemporáneos de cf.
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