UN EXPONENTE DEL REALISMO ALEMÁN

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por Anna Rossell
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Theodor Fontane, Jenny Treibel,
Traducción y notas de Constanza Pelechá Vela
Erasmus Ediciones, Barcelona, 2012, 198 págs.
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Fontane (Neuruppin –alemania-, 1819- Berlín, 1898), autor clásico del realismo alemán -comparable a nuestro Leopoldo Alas-, que concebía la novela como una forma de retratar su tiempo, nos ha legado con su vastísima obra narrativa un documento vivo y matizado de los ambientes que él frecuentó y conoció bien: los de la nobleza de Brandemburgo y la burguesía berlinesa. Agudo observador y magistral narrador, autor de numerosísimas novelas y relatos, libros de viaje, poesías, biografías y dramas, así como de artículos periodísticos, su mirada escrutadora sabe dibujar con precisión personajes bien diferenciados que cobran vida con todos los repliegues de su carácter. Pero el ojo penetrante de Fontane no se limita a la mera descripción aséptica. La voz narradora se manifiesta distante y crítica y esta actitud confiere a sus textos el carácter de afinado retrato social de su tiempo, de la ya decadente nobleza –en «Effi Briest» (1896), por ejemplo, la novela que en justicia le dio fama internacional- y la pujante burguesía, caracterizada por una ausencia absoluta de identidad. Así Fontane, que como buen representante del realismo tiende a la narración neutral y desapasionada, aprovecha conscientemente la clara imposibilidad de este supuesto teórico para colar su finísima ironía en los matices y dejar sutil constancia de su posicionamiento.

Publicada tres años antes que «Effi Briest», su más afamada novela, «Frau Jenny Treibel» (1893), como reza el título original y que como tantas otras de sus novelas lleva sintomáticamente un nombre de mujer – «Grete Minde», «L’Adultera», «Cécile», «Stine», «Frau Jenny Treibel», «Effi Briest», «Mathilde Möhring»-, se despacha a gusto con la burguesía berlinesa contemporánea. Jenny Treibel, en torno a la cual gira la acción, es una mujer arribista de origen humilde que contrae matrimonio con el rico propietario de una fábrica de pigmento, del significativamente llamado azul de Prusia –también conocido como berlinés). Su ambición la lleva a olvidar sus orígenes y a hacer lo necesario para casar a sus dos hijos con el fin de escalar socialmente. Este objetivo, que conduce toda su vida, la lleva a comportarse contradictoriamente hasta tal punto que a menudo raya en el ridículo con sus supuestas aspiraciones de teatral espiritualidad idealista y su prosaico y material pragmatismo. Si bien la protagonista representa claramente para el autor el paradigma de la clase burguesa, de sus dardos envenenados no se salva (casi) nadie: también el potentado marido de Jenny, que en un principio presenta una cara más humana y coherente, persigue a su vez el ascenso social buscando escalar a toda costa en la política y cediendo sin resistencia a los propósitos casamenteros de su esposa.

Fontane hace distinción entre la burguesía adinerada y la intelectual en cuanto a los campos de interés y el modo de actuar de cada cual, reflejados magistralmente en los diálogos, pero esta distinción no le sirve a esta última para salir mejor parada, lo cual se refleja en algunos de los apellidos que Fontane elije para ella, claramente satirizantes e hilarantes. Frecuentes expresiones francesas e inglesas en boca de los personajes subrayan la hipocresía de una falsa erudición y la falta de una identidad propia en aras de un supuesto refinamiento social. Si alguien se salva de la quema es el profesor Schmidt, quien, con todo, está también inmerso en el ambiente y frecuenta tertulias literarias con sus poco deseables compañeros de profesión. Pero sobre todo la Señora Schmolke, el ama de llaves de éste, una mujer llana, directa y de buen corazón, la única que manifiesta un sentido común sin complicaciones en claro contraste con la sociedad que la rodea, de la que ella no forma parte. Muy útiles son las notas aclaratorias incorporadas por la traductora a pie de página, claves para conducir al lector por la historia cultural alemana del siglo XIX. Del autor están traducidos en España, además, «La adúltera», «Effi Briest», «El Stechlin», «La mujer y el amor», «Errores y extravíos», «Cécile», «Bajo el peral», «Grete Minde», «Irreversible», «Mathilde Möhring» y «La elección del capitán von Schach».

© Anna Rossell

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EL FINAL DE LA UTOPÍA

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Uwe Tellkamp, La Torre
Trad. Carmen Gauger
Anagrama, Barcelona, 2011, 887 págs.

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Por Anna Rossell

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Como avanza el subtítulo, Sobre un país desaparecido, La Torre es la epopeya del hundimiento de la República Democrática Alemana. Uwe Tellkamp (Dresden, alemania, 1968) conoce por experiencia los ambientes que recrea y sabe transmitir con verosimilitud diálogos y situaciones: sitúa la acción en un barrio residencial de su ciudad natal y sus protagonistas representan la burguesía intelectual entre la que él creció, uno de los cuales –Christian- comparte con el autor rasgos biográficos. La novela –Deutscher Buchpreis 2008- arranca en 1982, un mes después de la muerte de Brezhnev, y acaba el 9 de noviembre de 1989-, con la caída del muro. En casi novecientas páginas Tellkamp se despacha a gusto con un diferenciado y amplio repertorio de personajes, todo un espectro de actitudes y posiciones ideológicas en los últimos años de la RDA.
La arquitectura de tan amplia panorámica se sustenta sobre todo en tres caracteres: el adolescente, bachiller y soldado Christian Hoffmann, su padre, Richard, médico, y su tío Meno Rohde, biólogo de formación, investigador frustrado por no cumplir con los obligados requisitos de estricta fidelidad a la nomenklatura, y lector en una editorial. En torno a estos tres pilares, que le permiten dar cuenta sobre todo del mundo de la edición y la censura, de la sanidad y del militar en el antiguo satélite de la Unión Soviética, el autor despliega otro sinfín de personajes, que nos acercan a los sombríos matices de una sociedad burguesa intelectual que cree en el humanismo y en el librepensamiento y se encierra en sí misma para protegerse de la atmósfera hostil que reina en su país entre los muros de las decadentes mansiones, otro tiempo esplendorosas, que ahora se ven obligados a compartir por imposición socialista. A ello remite el título, que alude a la vez al aislamiento en la torre de marfil y a la Sociedad de la Torre del Bildungsroman de Goethe Los años de formación de Wilhelm Meister. Es patente la intención de dejar constancia de los rasgos más negros característicos de la RDA, así como el esfuerzo de hacerlo con objetividad y sin ira: los problemas de las viviendas compartidas, la dolorosa desconfianza de todos hacia todos por el espionaje generalizado en el estado policial, la censura editorial, las separaciones familiares, los intentos de huída, los chantajes, los entresijos de la propaganda, los mecanismos de defensa -desde la sutileza en la escritura hasta el cinismo-, las concesiones hasta la humillación de todo aquél que pretende estudiar una carrera, los constantes sobornos integrados en la vida cotidiana, el deterioro medioambiental por la grave contaminación.
El lector agradecerá sin duda la pormenorizada prolijidad de los ambientes que le permitirán hacerse una idea ajustada del panorama político, social y humano de la alemania del Este. Sin embargo la novela peca a mi modo de ver de innecesaria reiteración, sin la cual se mantendría igualmente la visión panorámica.
Estilísticamente la novela se sirve de la técnica de montaje: cada uno de los personajes principales narra desde su punto de vista personal, se alterna el estilo indirecto con las extensas entradas del diario de Meno Rohde y con el flujo de conciencia, sobre todo hacia el final, en que el realismo predominante da paso a algunas escenas surrealistas. Asimismo Tellkamp compagina momentos de escueta sintaxis en los diálogos con otra larguísima y enrevesada, a su vez con largos incisos intercalados.
Tellkamp se ganó el reconocimiento literario en su país sobre todo a partir de la concesión del Premio Ingeborg Bachmann 2004 precisamente por su soberano manejo de los estilos lingüísticos, con un capítulo de su proyecto de novela Der Schlaf in den Uhren. Posiblemente sea la capacidad para desarrollar diferentes registros, –argot funcionarial, el grosero de algunos soldados o el dialecto sajón, entre otros- , una de las mejores cualidades de la novela original, que se pierde forzosamente en la traducción española. Al lector en español no familiarizado con la historia de la RDA y las claves de su vida cotidiana, sirven de gran ayuda las frecuentes aclaraciones a pie de página con que la traductora dota a su versión. No sale tan airosa, sin embargo, en la tarea de la difícil traducción a la que se enfrenta, contaminada demasiado a menudo de calcos alemanes léxicos y sintácticos. La Torre es la primera novela de Tellmann que se publica en España, también en catalán (Empuries 2011).

© Anna Rossell

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Muerte entre poetas, de Ángela Vallvey.

Muerte entre poetas. Vida entre cabrones... (como la Universidad misma)

Comprada por casualidad y leída por gusto, estamos ante una novela que refleja perfrectamente una época, y eso ya es mucho.

Es fama que la novela finalista del Premio Planeta suele ser mejor que la ganadora. En este caso, no podemos estar seguros de tal cosa, pues  no hemos llegado a leer «La hermandad de la Buena suerte», de Fernando Savater, pero la finalista nos ha dejado un regusto agridulce.

Por diversas circunstancias tuve el placer de conocer a la autora y tengo que decir, sin cinismo, que me gusta mucho más ella que la novela. Y no sólo en presencia, que vale lo suyo, sino también en agudeza, inteligencia y conversación. De hecho, tras conocer a Angela Vallvey y leer su novela tiene uno la impresión de que se ha contenido o de que le han recortado de algún modo los ramalazos de vivacidad e inteligencia que, aún así, descollan entre las páginas de este libro un poco obvio en lo que se refiere a la trama policiaca.

La trama negra no es mala, pero resulta algo floja, aunque con gracia. Pero la gracia no es de la trama, sino de la autora. Me explico: los investigadores no interesan a nadie y los investigados no tienen ni media bofetada como criminales, pero el conjunto, con el enfoque que le da la autora, resulta curioso.

La idea es más o menos esta: una vieja millonaria y viuda de un poetastro del franquismo, trata de lavar la imagen de su marido convocando un bien pagado congreso de poetas donde cada uno de ellos deberá presentar una ponencia sobre el poeta difunto. La gracia del tema reside en que todos se odian bastante entre sí (con más o menos cordialidad), y concretamente odian más que a nadie a uno de los asistentes, que es asesinado.

El difunto era un profesor universitario que plagiaba los trabajos de sus becarios (algo común), mamoneaba las subvenciones (algo habitual), y cerraba el paso a todo el que no le rindiese la suficiente pleitesía (algo corriente)

A partir de ahí, tenemos un recorrido demasiado amplio por la vidas y amores de cada cual, con una web investigadora detrás de todo, un hacker que no sabe lo que dice, unos policías que aparecen poco y no investigan un carajo y un esfuerzo mínimo por interesar al lector en todo lo que no sean las peripecias personales de cada cual, muy a lo ilusiones perdidas de Balzac, pero con toda la mierda y la podredumbre de la universidad y el mundillo poético perfectamente retratados.

El culpable puede ser uno cualquiera o ninguno. La novela negra es mala. La novela costumbrista es brillante.

 

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Defectos más comunes de una novela (V) Ya los cartagineses…

Bisabuelo del protagonista

Lo diré una y mil veces: el personaje y el escenario deben tener antecedentes para ser capaces de generar empatía en el lector y que éste no se encoja de hombros cuando el protagonista se despide de alguien, está a punto de morir o le toca la lotería.

El antecedente es importante, insisto, pero a veces nos encontramos con novelas en las que se comienza hablando de la infancia del protagonista, del escaparate de la pastelería que miraba (llevo tres o cuatro en novelas españolas), del trabajo de su padre, las peleas familiares, y hasta de los juegos con el perro y el gato de la familia.

A veces tengo la impresión de que el autor se regodea un tiempo en el costumbrismo para dar gusto a su abuela y a sus tíos, los únicos que no le fallarán como lectores, para que se reconozcan en esas escenas y se la enseñen a otra gente.

Por tanto, es necesario darle unas raíces a las personajes, peor no tan grandes ni tan profundas que se conviertan en un estorbo para el desarrollo de la trama o de los propios caracteres. Si nos hemos lanzado a escribir una novela psicológica puede estar muy bien, vale, pero si lo que vamos a intentar es contar unos hechos, no hay que confundir el género.

Y un aviso: la novela psicológica es un género muy difícil que sólo unos pocos, muy señalados, saben cultivar. El resto se limita a ponerse delante del espejo, hurgarse la nariz y contar al lector lo que siente. Y cuando se hace eso, en lugar de apelar a lo universal de la naturaleza humana, se acaba apelando a la curiosidad morbosa del cotilla.

Puede funcionar, pero no deja de ser una mierda.

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Vida y destino (Vasili Grossman)

Vida y destino, Vasili Grossman

Dos prisioneros rusos, muertos de hambre, cubiertos de miedo y piojos, hablan entre sí en un campo de internamiento nazi. -¡Qué bien estamos aquí! Imagina que estuviésemos en Siberia, en manos de los nuestros. A estos al menos los podemos odiar.

Así empieza una obra minumental sobre la batalla de Stalingrado vista desde el lado ruso, con una visión tan salvajemente realista que no es de extrañar que el libro no pudiese ser publicado hasta muchos años después de la muerte de su autor.

En 1985 Seix Barral publicó una primera versión en castellano de esta novela,traducida no del ruso sino del francés. La edición pasó casi completamente inadvertida, por lo que el desconocimiento de Vassili Grossman y su obra siguió pesando en el mundo de habla hispana, quizás porque el momento no era el más favorable desde el punto de vista ideológico, con una especie de extrñao Zeitgeis apuntalando los maltrechos muros de la URSS para retrasar su inevitable caída. Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores subsanó posteriormente esta  deficiencia al lanzar una traducción íntegra de Vida y destino desde su idioma original, en momentos en que las circunstancias históricas favorecen la recepción de la obra de Grossman, tras la derrota completa del bloque comunista.
 

Vida y destino responde al vasto plan de abarcar el mundo conocido de su autor en una coyuntura tan crucial como fuera la batalla de Stalingrado, decisiva en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial. Se trata de una ‘novela total’, ambiciosa modalidad que ha hecho escuela en la literatura rusa. Dostoievski, Tolstói, Pasternak, Bulgákov, Solyenitzin, en menor medida Turguéniev y Sholojov; son los nombres más representativos de esta tradición, a la que ahora sabemos se suma Vassili Grossman. Y lo ha hecho del modo más propio: cultivando un estilo llano y natural, carente de artificios esteticistas pero con algunos efectos teatrales muy cercanos al gusto ruso por lo trágico.

Vida y Destino es, en efecto, una de esas obras río en las que todo fluye y en las que parece que nada importa. Y cuando decimos que nada importa nos referimos a que el autor parece adoptar a veces el punto de vista de la naturalñeza, que simplemente deja correr los acontecimientos, sin preocuparse demasiuado de quién vive y quién muere, porque ese es el destino inevitable de todo y de todos. 

El arraigo de esta tradición debe mucho a la circunstancia de que la literatura pueda constituir una excelente manera de dar cuenta de épocas convulsas, a falta de otras vías.  La Rusia de los últimos siglos ha sabido de este problema, como muchos otros países; lo que en ella ha potenciado a la literatura como forma de representación social y proveedora de orden es un relativo rezago en otras áreas culturales que pudieran responder al apremio aludido, con similar eficacia a la prestada por la novela. Y en Rusia han sido artífices de la novela, tal vez mejor que filósofos, sociólogos o científicos,quienes han asumido el ingente deber de captar el espíritu de una época y trazar el retrato de la misma. Desde Oblomov al Don apacible, desde Guerra y Paz al Archipiélago Gulag, los escritores rusos nos presentan apersonajes en busca d eun destino que no sale a su encuentro, sino que se muestra esquivo, perezoso, sin querer convertirse en fatalidad.

En Vida y destino se yuxtaponen la grandeza terrible de lo épico y lo conmovedor de la cotidianeidad. Épica más bien sórdida y atroz, en este caso, puesto que concierne a una de las guerras más despiadadas de la historia, aquella que sacrificó a millones de alemanes y soviéticos en nombre de unos regímenes e ideologías que son vergüenza de la humanidad. Y una cotidianeidad asaltada y despedazada por la contingencia histórica, pero rehecha sobre la misma complejidad de la naturaleza humana, manifiesta tanto en las grandilocuentes justificaciones de la abominable matanza como en los pequeños instantes en que el hombre común despliega las más corrientes de sus facultades. Lo familiar, lo humano, lo incomprensible, tiene mucho de romántico en esta novela, donde de vez en cuando, a borbotones, la irracionalidad de lo humano se antepone a toda lógica y todo razonamiento.

El universo de personajes de la novela es representativo de una variedad posible de categorías humanas y situaciones en que se ven envueltas. Hay de todo: generales y soldados,comunistas recalcitrantes y disidentes, valientes y cobardes y mucho más. Nunca se trata de tipos humanos monolíticos o acartonados. En Vida y destino no hay lugar para simplismos ni para la caricatura. El mezquino puede en cualquier momento mostrarse magnánimo como el que más. El hombre de talante íntegro es susceptible de quebrarse y cometer una villanía. El comedido puede volverse imprudente, y el imprudente mostrarse comedido. Tampoco hay maniqueísmos: los pocos alemanes que habitan la novela no son una encarnación apócrifa del mal, sino que se muestran tan vulnerables como cualquier ser humano. Lo mismo que Krímov, un comisario comunista que de victimario se torna víctima de la paranoia estalinista. Grossman es aquí heredero de Balzac y nos muestra una comedia humana que poco tiene de comedia pero que lo tiene todo de humana.

Vasili Grossmann

La amplitud y diversidad en los personajes tiene su correlato en la gama de escenarios en que ellos se desenvuelven.La novela tiene su vórtice en la batalla de Stalingrado, pero no se reduce a un mero relato bélico, sino que comprende situaciones paralelas en lugares distintos, tan heterogéneos como un campo alemán para prisioneros de guerra, un campo de trabajo forzado soviético, la estepa caucásica, la prisión moscovita de la Lubianka, un instituto científico, etc. La mirada panorámica de Grossman refleja la multitud de circunstancias que concurren en la decisiva instancia en que las dos mayores potencias totalitarias de Europa concentran su esfuerzo bélico en la ciudad del Volga. Y entre tanto, en la retaguardia, continúan las pequeñas mezquindades de quienes hacen equilibrismos sobre el alambre de la ortodoxia política, los que buscan pequeños ascensos, denuncian a sus vecinos o se enfrentan a verdaderas epopeyas para conseguir una habitación un poco más grande, o un poco más de combustible para la estufa.

Es cierto que la novela tiene como una de sus dimensiones principales la denuncia radical del totalitarismo. Respecto del fascismo –término genérico empleado por el autor-, la denuncia es patente en la representación del martirio de los judíos, eficaz en un par de pasajes que se encuentran entre los más dramáticos de la novela: el de la carta de la madre judía de uno de los protagonistas, Viktor Pávlovich Shtrum,a cuyas manos llega después de asesinada su madre por los nazis; y el del acarreo de una cantidad de judíos a un campo de exterminio. Su destino final es una cámara de gas, en la que otro personaje, Sofía Ósipovna Levinton, consuma al fin su naturaleza maternal con un niño al que ha conocido hace poco.Pero también esta denuncia procede según la modalidad de incisos discursivos en los que el autor declara la guerra al fascismo, contraponiéndolo explícitamente a toda aspiración libertaria y humanitaria. El fascismo –en este sentido- es el enemigo ya no tanto del comunismo soviético como de la patria gran-rusa y de la humanidad toda, incluidos los propios alemanes (sus primeras víctimas).

Por otra parte, la denuncia del régimen soviético es de tipo ‘interno’, consecuentemente con el hecho de que sea el comunismo estalinista la versión de totalitarismo que se ha apoderado de Rusia y su imperio plurinacional y se erija, de este modo, en su enemigo endógeno –así como el fascismo es su enemigo externo-. Grossman nos muestra la perversidad del estalinismo desde la entraña misma del régimen, supresor de libertades y derechos y corruptor de toda relación humana: el del estalinismo es un ambiente emponzoñado por la constante persecución y delación de la individualidad, siempre acosada por el miedo, la doblez y el servilismo. Sin formulaciones discursivas ni sentencias condenatorias, por demás imposibles en el contexto de la época, la tiranía estalinistaes objeto de la acusación que subyace en la certera descripción desus rigores. Tan certera que el régimen impidió la publicación de la novela –y un editor llegó a decirle a su autor que este impedimento se extendería por doscientos años. Por fortuna no ha sido así-.

Pero la novela no consiste en un simple instrumento de denuncia que reduzca su valor al de un burdo folleto de propaganda ideológica. En ella el propósito utilitario circunstancial –universal, si se trata de la crítica del totalitarismo- se imbrica con la intención primordial de retratar, desde las posibilidades ofrecidas por el arte novelístico, un vapuleado fragmento de humanidad, en el que hay sitio –como siempre ocurre allí donde haya seres humanos- para toda clase de pasiones y sentimientos. Así por ejemplo, Shtrum, inserto en la vorágine de la guerra y el despotismo, tiene tiempo para enamorarse de la esposa de un colega que también se ha enamorado de él y prefiere permanecer leal a su marido. Lo que sugerido de esta manera pudiera parecer argumento de culebrón, en la novela se reviste de la mayor naturalidad. Grossman trata este tema con la dosis precisa de arte y realismo, y en sabia mixtura con los demás elementos de una novela que se nos muestra inmensa como la vida. No sólo calidez sino también verismo, nada menos, es lo que se obtiene con esta delicada historia de amor frustrado. Y esta es sólo una de las vívidas demostraciones de humanidad con que nos topamos en la lectura de Vida y destino.

En esta novela, ningún régimen ni ninguna ideología salen bien parados. Todos aparecen como enemigos del hombre y de sus pequeñas cosas. El fascismo co mosntruo y el comunismo com monstruo, encarnados en un antagonismo que el autor nos sabe mostrar como falso a fuerza de constantes paralelismos. A menudo es difícil saber a qué mosntruo se refiere hasta que nos e mencionan los nombres porque todos, de un lado y del otro, fascistas y comunistas, son un mismo enemigod e la gente que quiere sólo vivir.

Esta reseña es una modificación de la aparecida en : http://www.hislibris.com/vida-y-destino-vasili-grossman/

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