Guía del autoestopista galáctico (Douglas Adams)

Toca un libro curioso. Y es que, originariamente, este libro fue en realidad una novela radiofónica. Fue tras el éxito de la radionovela que el autor decidió pasarla a libro convencional. Por lo visto, existen también series televisivas y teatrales en las que ha colaborado el autor, un juego de ordenador, cómics y una toalla de baño.

La edición que tengo entre mis manos es un regalo y venía con lector por un periodo de tres días. Es la “Edición Definitiva” de la editorial Anagrama. ¿Y por qué definitiva? Et bien, porque además del texto de la Guía, incluye un epílogo de Robbie Stamp, uno de los productores ejecutivos de la película; una serie de entrevistas que este mismo autor ha hecho a los actores, así como la primera hoja de rodaje, del día 19 de abril de 2004 (para cinéfilos o maníacos) y una magnífica autoentrevista con Karey Kirkpatrick, guionista de la película.

¿Qué es la Guía del autoestopista galáctico? Pues bien:

  • "No se trata de un libro terrestre, pues nunca se publicó en la Tierra y, hasta que ocurrió la terrible catástrofe, ningún terrícola lo vio ni oyó hablar de él"
  • Probablemente, se trate del libro más notable que jamás publicaran las grandes compañías editoras de la Osa Menor, de las cuales tampoco ha oído hablar terrícola alguno."
  • Y además, en muchas civilizaciones, esta Guía ya ha sustituido a la gran Enciclopedia Galáctica como "la fuente de todo el conocimiento y la sabiduría", por dos razones: a) es un poco más barata y b)porque ostenta la simpática leyenda: NO SE ASUSTE. (Y aquí es cuando todos los lectores aspiran hacia dentro y dicen: OH!).

    Y ya aquí empieza la parodia, pues la Enciclopedia Galáctica es una creación de Isaac Asimov que aparece en su "Trilogía de la Fundación". ¿Quieren aún más parodia? Pues bien, la Guía del autoestopista galáctico pertenece a una "trilogía en cinco partes". Douglas Adams no pudo evitar añadir los libros 4 y 5, de ahí su nombre.

    Yo no sé mucho de Ciencia Ficción. La verdad es que nunca me han llamado la atención los planetas imaginarios, los monstruos de múltiples cabezas, las princesas peinas al ilicitano modo, las espadas láser o las transgresiones temporales que no se puedan hacer en un DeLorean. Así pues, tampoco puedo decir hasta qué punto es paródica la Guía del Autoestopista Galáctico. Pero no deja descanso a la mandíbula. Lo que me ha encantado de este libro (aparte de que me lo leyeran en voz alta en el Parque de San Francisco) es que, más que una parodia de la desbordante imaginación de los autores de ciencia ficción, parece una parodia del propio género humano.

    Adams utiliza todo tipo de monstruos y galaxias para reírse de los humanos. El método es sencillo, pero desternillante: ¿qué hay que hacer para reírse de algo? Apreciarlo con suficiente distancia, deshacerse de las categorías, romper las etiquetas, atreverse a mirar las cosas por primera vez. Adams no deja títere ni terrícola con cabeza: se ríe de la burocracia:

    ”- Pero los planos estaban a la vista…
    – ¿A la vista? Si incluso tuve que bajar al sótano para verlos.
    – Ahí está el departamento de exposición pública.
    – Con una linterna.”

    Se ríe de las máquinas ultraperfectas que somos capaces de construir mediante dos personajes metálicamente entrañables: Eddie, un ordenador de pareado perfecto: tan inteligente como insolente; y Marvin, un robot deprimidísimo que deprime a quien lo tenga al lado. Se ríe de la política y de las parafernalias de los gobiernos:

    ”Sólo seis personas en toda la Galaxia sabían que la función del Presidente galáctico no consistía en ejercer el poder, sino en desviar la atención de él.”

    Se ríe de todo y de todos a la vez; de la onomastia alucinante de los libros de Ciencia Ficción utilizando nombres como Prostetnic Vogon Jeltz, (monstruo monstruoso capaz de hacer monstruosa poesía pero dispuesto a escuchar críticas metafísicas acerca de ella), la Voraz Bestia Bugblatter de Traal, o Slartibartfast; de los mundos posibles mediante la creación de un planeta cuya principal fuente de ingresos es precisamente, la construcción de planetas; se ríe de los humanos haciendo que los ratones se rían de ellos; se ríe consigo mismo utilizando absurdos y lógicas ilógicas, así por ejemplo , se dice de un anciano solitario que “declaró repetidas veces que nada era verdad, aunque más tarde se averiguó que mentía”. También se ríe de los delirios enrevesados de la Biblia y de las exégesis grotescas que todo hijo de vecino está dispuesto a acometer antes o después. De hecho, aporta un argumento para demostrar la no existencia de Dios que haría reventar de risa a San Anselmo: “Me niego a demostrar que existo”, dice Dios, “porque la demostración anula la fe y sin fe no soy nada”.

    Por eso me gusta, porque utiliza el mundo de la ciencia ficción para reírse un poquito de ella. Y también para reírse sanamente de nosotros mismos. Además, gracias al distanciamiento que surge de contemplarnos a nosotros mismos a través de los ojos (acuosos, verdosos, sanguinolentos, sopocientos, digitales…) de los monstruos de la galaxia, Adams ilumina las regiones más asumidas del comportamiento humano, esas que nunca se someten a crítica, de tan interiorizadas como las tenemos. De hecho, creo que todas las citas que hasta ahora he utilizado no tienen por qué atribuirse única y exclusivamente a un libro de ciencia ficción…

    ¿La trama? La trama es bien sencilla. La tierra es destruida y Arthur Dent, un humano humanísimo, con preocupaciones humanísimas se encuentra fuera de la esfera del humano y se ve obligado a sentir como ajeno todo lo humano (por hacerle un esguince a Terencio). Consigue salvarse gracias a Ford Prefect (sic), con el que se ve arrojado al espacio exterior. Allí, primero sufre una serie de peripecias de la mano (no recuerdo exactamente si tienen este tipo de extremidades) de los vogones, raza extraterrestre contra la que conviene precaverse. Finalmente son recogidos por la nave robada por Zaphod Beeblebrox y sus dos cabezas, que utiliza la energía de la improbabilidad para funcionar (¿qué esto es altamente improbable? Claro, pues por eso). Se dirigen a Magrathea, a buscar un tesoro (no podía faltar). No os cuento lo que sucede al final por no estropearlo; eso sí: es digno de Ingmar Bergmann…

    Un viaje definitivamente alucinante, divertidísimo, pero muy sabio; para amantes y no amantes de la Ciencia Ficción, para amantes del humor absurdo, de los juegos de palabras y de los disparates… ¿Se animan? Pues cojan la toalla… y cuidado con los hooloovoos…, que en vez de ser a whiter shade of pale son a smart shade of blue 😉

    Viaje a la historia de la publicidad gráfica. Arte y nostalgia

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