Esta es la acidísima historia de un publicista de primer nivel que abandona su agencia creativa para contar la verdad sobre ese mundo. Sus afirmaciones son tan impactantes como que la publicidad trata de convertir en infelices a las personas porque un ser humano feliz no consume.

Poco a poco, con distintos pretextos, el autor entra más y más de lleno en la crítica al consumismo, a la obsolescencia planificada de los productos y al circo mercantil en el que sólo importa la manipulación de la gente, idiota de todos modos, para que compre esta o aquella agua mineral.

La historia en sí es un delirio, a medio camino entre las frustraciones amorosas del narrador, que ha perdido a su chica por intentar convencerla de que aborte, las dificultades con la cocaína y una bestialidad final que parece originada en la combinación de todo lo anterior y que, aún así, no consigue parecer convincente como final de la trama, a no ser que se entienda precisamente que le descoloque absoluto es parte del mundo que se trata de reflejar y por eso precisamente hay que acabar con un total descoloque.

El libro es entretenido, muy ágil, y contiene un montón de ideas interesantes, aunque sea a veces para oponerse radicalmente a ella. Además, no sólo refleja el mundo de la publicidad sino que es constituye un estupendo espejo social de la época vista desde la óptica d elos profesionales con éxito y no tanto, como tan a menudo sucede, de la de los fracasados, tan querido y admirados a lo largo de la literatura universal. Aquí el triunfo e suna forma de fracaso, y el fracaso es una forma de desastre.

Muy atractivo.

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