Uso correcto del verbo «abochornar»

Causar bochorno el excesivo calor (trans.).

a ) «Y tratándome como á alma condenada me abochornaban los tuétanos y me escaldaban las pajarillas.»Esteb. Gonz. fol. 357 (Dicc. Autor.) «Convertiréme en ceniza, ½ Pues tus soles me abochornan.» Quev. Musa 6, rom. 2 (R. 69. 1541).

a ) Part. «Como el diablo, del cielo ½ Huyendo, á la tierra baja [el agua], ½ El invierno tiritando ½ Y el verano abuchornada.» Alarcón, El semejante á si mismo, 1. 1 (R. 20. 641). <a

«Una bermejuela abuchornada de rizos, y con más colores que barba teñida, dijo: Ya sé lo que es, venga el libro.» Quev. Perinola (R. 48. 4642).

met. Sonrojar (trans.).

— a ) Me abochornó con su indiscreción. «Mas conviene ½ Que el acreedor sea cócora,½ — Y que allí los acometa½ Donde más los abochorna.» Bretón, Me voy de Madrid, 3. 4 (2. 69).

a ) Part. «¡Con qué amor, con qué frescura ½ Que pone en el alameda ½ De la esperanza los pies½ Y el alma! Pero después, ½ ¡Qué abochornado se queda!» Lope, Los milagros del desprecio, 1. 4 (R. 34. 2362).

— b ) Refl. «Que yo también me atufo y me abochorno.» Rojas, Entre bobos anda el juego, 1 (R. 54. 213).

a ) Con de, para expresar el origen del sonrojo. «Tanto me abochorné de oírle semejante proposición, que se podían cocer dos panes en mis carrillos.» Pícara Justina, fol. 122 (Dicc. Autor.). «Me abochorno de pensar ½ Lo que él puede imaginar ½ Y lo que hablará la gente.» A Saav. Tanto vales cuanto tienes, 3. 8 (4. 84). <a

«Tu corazón afectuoso ½ Recompensa con usura½ Esos que yo me abochorno ½ De oírte llamar servicios.» Bretón, El amigo mártir (2. 114).

«Otorgó Alfonso el juramento con otros vasallos suyos, y repitióse otra vez; mudándosele en ambas el color al rey, ya abochornado de la sospecha, ya indignado del atrevimiento.» — b b ) Con por, para expresar la causa del sonrojo. «Abochornarse por algo.» Acad. Gram.

Compuesto de á y bochorno. Nótese en Alarcón y Quevedo la forma abuchornar, en que la u originaria subsiste gracias á la simpatía de las dos labiales b u.

Del diccionario Cuervo.

Semana Negra de Gijón: El verano de los juguetes muertos

Toni Hill y su nueva novela...

Hoy sábado arranca en serio la Semana Negra de Gijón en su edición de 2011 y arranca con algunas novelas importantes, como las presentadas esta tarde. En otros medios se ha hablado ya sobradamente de la presentación de la novela  iraní «¿quién mató al Ayatohla Kanuni?» y de otras más conocidas que se presentaron esta tarde, así que nosotros nos vamos a decantar por una novela que nos ha sonado muy interesante.

De la mano de Paco Camarasa, Toni Hill nos habló de su obra El verano de los juguetes muertos, una novela en la que se exacerba el realismo hasta el punto de que el autor se permite que sus protagonistas desarrollen en ocasiones la violenciia gratuita del que no puede justifica ni siquiera ante sí mismo lo que hace, pero necesita hacerlo para seguir adelante.

Lsa trama ya en su planteamiento nos indica que se va a centrar en los hechos como debe suceder en una buena novela negra, pero sin dejar nunca de lado la faceta psicológica de los personajes.

Un policía apartado del servicio por distintas infracciones del reglamento es llamado para resolver, privadamente y con la máxima discreción, un caso complicado. No es policía oficialmente, pero de sus buenos oficios puede depender que se olvide su pasado.

Sin embargo a medida que profundiza en la investigación, el policía se da cuenta de que todo está ramificado, y de que tan poco jusstificable es su modo de romper las normas como permanecer al lado de tanta corrupción, tanta podredumbre y tanta desesperanza.

Como dijo el autor, contar con ciertos conocimientos de psicología, le sirvió para escribir la novela. Lerla, puede servir para adquirirlos, o para acercarse un paso más a la naturaleza humana…

Javier Pérez

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El verano del pequeño San John (JOHN CROWLEY)

El verano del pequeño San John

El título (Engine Summer) es un juego de palabras con «Indian Sum-mer» y, por cierto, la cultura surgida después de la catástrofe que este libro describe tiene un vago parecido con la de los indios nor-teamericanos.  El narrador se llama Junco que Habla, y otros personajes llevan nombres como Pintada de Rojo y Siete Manos.  Todos viven juntos en una apacible comunidad consumidora de drogas, llamada Belaire Pequeña.  Francamente, los dos primeros capítulos son difíciles de seguir, pues el lector se pierde en un mar de nombres extraños y una topografía manifiestamente mal definida.  Pero vale la pena perseverar, pues pronto esta obra se convierte en una novela de ciencia ficción de excepcional sensibilidad y belleza.  Su autor, el norteamericano John Crowley (nacido en 1942), había publicado previamente dos novelas de cf – The Deep (1975) y Beasts (1976)-, y desde entonces se hizo famoso por su maravillosa novela fantástica: Pequeño, Grande (1981).

El libro es la autobiografía oral, o apología, de Junco que Ha-bla.  Estas gentes, que se llaman a sí mismas voceros de la verdad, son magníficas narradoras de cuentos.  Parece que fueron comple-tamente analfabetas, aunque muy civilizadas, y entre ellas goza de gran estima el comadreo.  Junco nos relata su infancia, haciendo muchas digresiones para recoger los cuentos folklóricos que han formado su visión del mundo.  A los individuos, muertos hace ya mucho tiempo, que han construido las vastas autopistas («»Y esto, ¿para qué sirve?», pregunta Junco cuando ve una carretera por pri-mera vez.  «Para matar gente», responde simplemente Siete Ma-nos»), los conoce como Ángeles; y a los héroes que han venido des-pués, los fundadores de la cultura, los llama Santos.  Junco tiene la esperanza de que un día también él sea recordado como Santo.

Se enamora de una chica frívola conocida como Una vez al día.  Otra tribu empieza a comerciar con los habitantes de Belaire Pequeña, y Una vez al día se va con ellos.  Varios años después, Junco decide buscarla.  La búsqueda es lenta y tortuosa.  Pasa muchos meses en compañía de un Santo que vive encaramado en un roble.  Este hombre puede leer («Tiempo, vida, libros», es una frase conmovedora que descifra en el título de un viejo tomo de siglos atrás), y le habla a Junco de la incomprensible sociedad de los viejos tiempos, anteriores a la Tormenta.  Junco medita sobre las maravillas del pasado:

Ah, qué populoso era el mundo en aquellos tiempos; lo imaginaba tanto más vivo que en estos períodos de calma en que nada cambia y el alumbramiento de una idea nueva puede arrastrarse durante muchas generaciones.  En aquellos tiempos las cosas se comenzaban y concluían en una sola vida, las grandes fuerzas se entrechocaban y eran devoradas por otras nuevas.  Era como una carrera monstruosa entre la destrucción y la perfección; tan pronto como una parte del mundo era conquistada, la Conquista se volvía contra los conquistadores, como la carretera que los mataba a miles; y del mismo modo, los sueños mecánicos que los ángeles llevaron a cabo con un trabajo y un ingenio inconcebibles, esos sueños que se propagaban por el aire como semillas volantes, durante todo el día, y que pasaban invisibles a través de las paredes y los muros de piedra, y los cuerpos de los propios ángeles cuando se sentaban a esperarlos, y que aparecían simultáneamente ante todos los ángeles para prevenirlos o instruirlos, un sueño soñado por todos para que todos pudieran actuar de común acuerdo… Y todo se precipitó cuando la Tempestad se hizo inminente.  La Tempestad era el fin de la carrera; las soluciones eran cada vez más extravagantes y más desesperadas, y los desastres más tre-mendos, y los ángeles soñaron entonces los sueños más descabella-dos, que viviríamos eternamente, o casi, que abandonaríamos la Tierra, esta Tierra estragada, y que flotaríamos en ciudades suspendidas entre la Tierra y la Luna para siempre…

Es una visión perturbadora de nuestro propio mundo; la apa-ci-ble, encantadora y otoñal narración de Crowley nos sorprende hasta el revelador final, cuando Junco encuentra de verdad a un «Ángel».  Dista mucho de ser un relato convencional de aventuras de cf.  Mejor será describirlo como un poesía en prosa.

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