Cabe preguntarse por la formación musical del autor; sobre los motivos que le han llevado a escribir un monólogo como este, puesto que en él la música es la protagonista. Sobre sus propias aptitudes musicales, cuenta Süskind:
"Da eine vom Vater ererbte Sehnenverkürzung des 5. Fingers und eine von der Mutter ererbte Überlänge der Finger 2, 3 und 4 mich hauptsächlich auf akkordisch begleitendes Spiel beschränkten verziechtete ich auf eine solistische Karriere und warf mich im Wintersemester 1968 auf das Studium der mittleren und neuren Geschichte an der Universität München".
(Como el acortamiento de un tendón del quinto dedo heredado de mi padre y el alargamiento de los dedos 2, 3 y 4 heredados de mi madre me hicieron limitarme al acompañamiento de acordes, renuncié a una carrera en solitario y me lancé en el semestre de invierno de 1968 al estudio de la Historia medieval y moderna en la universidad de Múnich).
En esta cita no se puede averiguar en realidad la relación de Süskind con la música, pero sí la ironía que es capaz de destilar. Y es que Der Kontrabass es una obra absolutamente irónica.
La obra se desarrolla en la habitación insonorizada de un funcionario de la Orquesta Nacional. La obra viene vertebrada por algunas frases que se repiten como "Aber das am Rande" (Pero eso al margen) o por el hecho de que de vez en cuando, para crear la idea de secuencia, se para a beber cerveza.
Durante todo el monólogo, el contrabajista mantiene una relación ambivalente con su instrumento y con lo que significa. En ocasiones, utiliza la ironía contra este instrumento y lo engrandece de tal modo, le concede tal importancia, que lo convierte en un monstruo que lo tiene preso y apenas le deja hacer nada. En otras ocasiones, adopta un tono melancólico, se lamenta por la insignificancia de su instrumento y en cómo esta insignificancia ha configurado su vida en los mismos términos. Eso, sin perder el humor.
El contrabajista mantiene una relación de amor-odio con su instrumento que sirve, en realidad, para desmitificar el mundo de los músicos, para darnos un retrato humano y a veces, demasiado humano de su mundillo: envidias, rivalidades… Desde la supuesta altivez de los cantantes de ópera, hasta los interminables paseos de los directores de ópera; desde la burla al genio de Mozart hasta las peleas entre el primer violín y los demás: todo es visto a través de la lúcida mirada de un desesperado; de un hombre que quiere huir de sí mismo pero no lo consigue porque en ningún lado deja de ver la sombra de su contrabajo, que no es más que la sombra de sí mismo; un hombre aislado en la sociedad: artista, sí; pero funcionario; un hombre gregario, cuya función es anodinamente necesaria pero no imprescindible: resulta comiquísimo cómo cuenta el número de notas que toca en cada concierto y cómo renuncia a tocar otras muchas pues sabe que nadie se enterará.
El autor opone también dos mundos: el de la música, la espiritualidad, lo elevado (tratado desde un punto de vista irónico) con el mundo de abajo, carnal, sexual, lleno de necesidades animalmente (palabro inventado) humanas: así, toda la espiritualidad y ligereza de la música no le sirve de nada para conquistar a una mujer; por lo tanto, resuelve ir a la función de esa noche y gritar su nombre desde el foso. El artista recurre a su lado más cotidiano y más burdo para llamar la atención. Así, el autor rompe con el tópico del exotismo que rodea a la música y a los músicos.
Süskind humaniza el mundo de la música, lo destripa y nos lo hecho pedacitos, destrozado y burlado, para que contemplemos cómo aún así su belleza persiste; para que sepamos que la parafernalia sobre la que ironiza constantemente, no hace más que esconder la esencia verdadera de la belleza en la música.
Süskind consigue, además, a través de un texto brevísimo caracterizar por completo a su personaje; describirlo a través de su propio lenguaje, permitirnos conocerlo a través de sus ideas y de su forma de expresarlas. Aunque se trata de un personaje complejísimo, lleno de vaivenes, de ideas que no se sostienen, de mesura y desmesura, de amor y odio; al final es un personaje que parece estar levemente por encima de sí mismo: el discurso irónico permite entrever a una persona que se observa lúcidamente a sí misma y que es capaz de juzgarse con frialdad, pero sin cortarse las alas de la fantasía y el delirio. Y el hecho de que esté tan bien trazado, el ser capaces de aprehender al personaje y de conocerlo, nos hace también quererlo, querer comprenderlo e interesarnos por él.
"Weil Kontrabass spielen ist eine reine Kraftsache mit Musik hat das erst einmal nichts zu tun"
(Porque tocar el contrabajo es una pura cuestión de fuerza, con la música no tiene, en realidad, nada que ver).
Esto dice en una ocasión, pero en otra, cuenta cómo lo afina, dice:
"Ja, das verbindet. Das schafft Liebe"
(Sí, eso une. Eso crea amor)
En estas dos frases se muestra esta relación contradictoria que mantiene con su instrumento, pero también de la ironía con que trata su propia contradicción
Cristina Núñez Pereira
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