A veces, al escribir los personajes secundarios, nos gusta ser tan detallistas que contamos su vida. Y esos personajes colaterales, de los que decimos unas cuantas cosas para dar profundidad a la novela, interesan tanto al lector que nos termina exigiendo que sigamos contando su vida, o cómo y por qué llegaron hasta la situación actual, donde son comparsas del protagonista.
El autor, por supuesto, casi nunca se da cuenta de eso y sigue con su hilo principal, sin ver que sus secundarios han suscitado un interés tan grande que el el lector siente ansiedad por saber más de ellos.
Es entonces cuando no se vuelve a mencionar a la madre enfermera del camarero, o al abuelo minero de la criada, ni las batallas en que sirvieron, ni las revoluciones en las que participaron. Y el lector se cabrea.
O sea que, para evitar estas cosas, más vale no meterse en demasiadas honduras si lo que se está escribiendo no es la Comedia Humana, a lo Balzac. En caso contrario se corre el riesgo de que lo que nos interesa a nosotros no interese el lector, y casi peor, que lo que le interesa al lector lo hayamos dejado arrumbado en una esquina porque lo consideramos anecdótico o superfluo.
O dicho de otro modo: si no vas a dar soluciones, no cuentes problemas. No puedo ser más claro.
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TÍTULO=»Defectos más comunes de una novela (IX) El personaje abandonado»
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