La ciudad gris y otros relatos

Da título al nuevo libro de Carlos de Tomás publicado por Chiado Editorial (Lisboa, mayo-2011). Natural de Navalmoral de la Mata (Cáceres) 1960, Carlos de Tomás ha escrito entre otras obras las novelas El cuaderno veintiuno (Chiado Editorial) y «Café Bramante». «La ciudad gris y otros relatos» (Chiado Editorial) incorporan una novela corta posterior, «Paisajes de ceniza». Cultiva otros géneros como la poesía, incluido en la Antología Novísimos Extremeños; tiene publicados varios libros de poemas, en 2010 vio la luz una antología: «En la soledad del escriba» (Ed.pasionporloslibros), obra que recoge el resumen de veinte años de escritura. También es colaborador de la revista suite101.net. Su web: carlosdetomas.es

En esta ocasión nos sorprende con una colección de relatos extraños como dice Otto Lecmar en el prólogo, en estos relatos oscuros nos encontramos tiernos personajes surrealistas, pero también suicidas, asesinos que no saben que lo son; historias de individuos cuya percepción de lo que llamamos realidad está trocada por otra más interesante a la literatura, pero no por eso menos cierta. En la mayoría atemporalidad y desubicación, eso es lo primero que se nos ocurre, pero quizá sea el presente más absoluto con escenarios que bien pudieran estar en N. York, en Madrid o en Buenos Aires. Los fantasmas narrados son los fantasmas de una sociedad a veces cansada de representarse a sí misma, otras veces cansada de acumular tanta basura subterránea. Como dice la contraportada del libro: “La posmodernidad es negra, ¿qué otra cosa cabe dada la situación?” Y extrayendo del prólogo:

“Lo más interesante de esta colección de relatos es la intrahistoria, o la historia dentro de la historia; y posiblemente sea lo que más nos hace disfrutar con la obra de este autor. La ciudad gris es la decadencia, el deterioro moral y existencial; esto se refleja en los escenarios, sobre todo en el relato que da nombre al libro y en el titulado «Nieve sucia en la ciudad». Y si el gris no lo encontramos en los escenarios donde transcurre la acción, lo encontraremos en la manera que tienen los personajes de afrontar la vida…”

En la tragedia clásica el mal nunca triunfa, ni moral, ni siquiera físicamente, más que a corto plazo. Es allí donde la obra concluye una vez el orden natural queda restablecido. En los relatos y en las novelas de Carlos de Tomás, unas veces el mal se posa en la acción prolongada y final, otras veces se trata del propio escenario, del decorado; la sociedad embebida del mal empapa al protagonista y éste comete la maldad sin ser consciente de ello. Pero cuidado, siempre hay alguna ventana abierta con luz, por la que entra aire fresco; aunque hay que saber encontrarla, y ahí está de nuevo la intrahistoria y el metalenguaje al que hacía referencia, y atraparla para concluir la historia leída y no quedar sumidos en un bucle conceptual.

Esta colección de relatos enturbia nuestra mente con una superposición de personajes, arquetipos sacados de los fantasmas del autor, o del imaginario colectivo, o de la neurosis de este nuevo siglo, o de no se sabe dónde, pero efectivos personajes que nos enturbian, porque después de leer cada relato, se siente un algo que no es ni fantasmagórico ni excesivamente inquietante a la manera de Poe, una vez leídos nos hace repasar de nuevo al personaje más que a la historia en sí, volver al punto de partida; y la reflexión es “extrañeza”. Qué extraño es todo, que turbio; es lo que nos sugieren estos breves relatos, aunque no tan breves, pues la incorporación, como he dicho antes, de la novela corta Paisajes de ceniza, obra posterior a los relatos de La ciudad gris, aporta una justa dimensión al conjunto de escritos.

La obra, como la estructuró originariamente el autor, se componía de ocho relatos. Desapareció el último, titulado «Agostinho Vieira», el cual ha sido publicado por Ediciones Rubeo, Barcelona 2011; en el volumen «El hombre que leía a Dumas». En su lugar Carlos de Tomás incrustó una novela corta, posterior en el tiempo a los relatos, pero que tiene una gran relación y está en la  misma tónica literaria, se trata de la ya citada «Paisajes de ceniza». La ceniza no deja de ser gris y tiene muchas connotaciones con la filosofía del resto de relatos.

Se podrían establecer tres grupos en los relatos. Un primer grupo donde la atemporalidad nos traslada a un futuro gris y desesperanzado; lo compondrían los relatos «Nieve sucia en la ciudad», «La ciudad gris» y tal vez la novela corta «Paisajes de ceniza». Un segundo grupo donde el personaje principal toma una especial relevancia y están escritos la mayoría en primera persona, serían: «La misión», «El señor Nájero» y «Agostinho Vieira».  Y un tercer grupo, donde el más allá o el mundo de ultratumba interfiere en la narración de una manera o de otra, se trataría de: «Desde el otro lado», «el húngaro» y «El bicho». Podrían hacerse otras divisiones, por ejemplo, atendiendo a la negrura o no del argumento, etc.

La mayoría de los relatos están situados en el claro-oscuro, gris como los comic antiguos dibujados a plumilla. Sugieren algunos un mundo futuro que fuera congestivo, policial. Describen otros lugares más bonancibles como la ciudad verde o la ciudad azul, en contraposición a la actual o futura ciudad gris. Y los personajes son tipos raros, o neuróticos, perdedores, etc. La mayoría no son bien intencionados, la mayoría delincuentes, asesinos, tarados; y lo más inquietante de todo es que muchos de ellos no saben que lo son, como por ejemplo el caso del protagonista de «La misión». En este conjunto de escritos no existe un estilo único, el autor juega, investiga: primera persona, tercera persona, fundido narrativo, cuento, mini novela, etc. Sin embargo, todos tienen un nexo común, un sello de identidad que los hace tan peculiares. Me gusta como escribe este extremeño, hombre viajero de una gran experiencia vital.

Eladio Martín

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Tiempo de Marte, de PHILIP K. DICK

El Marte de esta novela «está pintado con precisión y vivacidad», escribe Brian Aldiss en su introducción a la edición inglesa. «No es el Marte de Edgar Rice Burroughs –un campo de aventuras–, ni el Marte de Ray Bradbury, un paralelo de la Prístina América; aquí, Marte se describe, con elegancia y pericia, como metáfora de la pobreza espiritual.» Lo que no quiere decir que sea un retrato realista del desolado Marte que conocemos a través de la NASA. Por el contrario, Dick utiliza muchos elementos tradicionales –una red de canales, una civilización marciana hace mucho tiempo en decadencia– que son meras fantasías, pero los recrea, ajustándolos a la visión personal de un futuro próximo en el cual las maravillas de los viajes espaciales y la tecnología avanzada no han conseguido transformar la condición humana. En este libro, los co­lonizadores terrestres de Marte llevan una existencia magra (adje­tivo preferido de Dick); tienen que luchar contra el polvo y el abu­rrimiento, con máquinas obsoletas y una escasa provisión de agua. Un canal típico es «un verde perezoso y repelente … mostraba el paso del tiempo, el fango, la arena y las sustancias tóxicas que ha­cían que el agua fuera cualquier cosa, menos potable. Sólo Dios sa­bía qué elementos alcalinos había absorbido la población y llevaba ya en los huesos. Sin embargo, estaban vivos».

En este libro hay muchos personajes, pero ninguno de ellos es, en última instancia, ni héroe ni villano. El más simpático, Jack Bohlen, es un mecánico hábil, especialista en la reparación de aparatos ave­riados; está preocupado por la recurrencia de la esquizofrenia que una vez lo afectó, pero continúa viviendo de la mejor manera posi­ble. El personaje menos agradable es Arnie Kott, un corrupto diri­gente gremial, quien llama despectivamente «negros» a los bleekmen (aparentemente, los primitivos habitantes de Marte). La historia envuelve un negocio de tierras que transformará una región salvaje –territorio sagrado para los bleekmen– en una vasta extensión de viviendas para una nueva inmigración de colonos de la Tierra. Boh­len y Kott se relacionan con un niño autista de diez años cuyo padre se ha suicidado. El niño parece tener capacidad para ver el futuro, y ha quedado petrificado en ese estado autista debido a la visión de su propia muerte lejana.  Los bleekmen son los únicos que pueden «cu­rarlo».

Aburrimiento, esquizofrenia, suicidio, corrupción, muerte: en realidad, una lúgubre letanía. Pero lo sorprendente (y he aquí la pa­radoja que esperamos de Philip K. Dick) es que a menudo la novela es entretenida, a veces hasta divertida. Veamos un pequeño ejem­plo del humor de Dick: en Tiempo de Marte (Martian Time–Slip) hay un psiquiatra que ha sido despreciado por Arnie Kott y desea ven­garse. Preocupado por sus problemas personales, se convence de que no es «el tipo anal–expulsivo, ni oral–sarcástico … tiempo atrás se había clasificado como tipo genital tardío, entregado a impulsos genitales maduros». Los personajes de las novelas de Dick están analizándose permanentemente, y siempre con el resultado de gro­tescas caídas psicológicas.

Pero además de humor hay ternura. Al final de la novela, Kott tiene su merecido castigo: mientras trata de presentar un reclamo fraudulento en las montañas marcianas, es tiroteado por un contra­bandista de segundo orden. Jack Bohlen (a quien en determinado momento Kott ha tratado de matar) está a su lado: «La muerte de Arnie Kott, incomprensiblemente, lo llenó de pena … En silencio, continuaron hacia Lewistown, con el cadáver de Arnie. Llevaron a Arnie a su casa, a su cofradía, donde era –y probablemente siem­pre lo será–Jefe Supremo del Sindicato de Trabajadores del Agua, Sección del Cuarto Planeta». No hay aquí pretensiones heroicas de ningún tipo. No hay grandes victorias. Simplemente, la vida con­tinúa.

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