Madrid 1974: el protagonista tiene un secreto que puede afectar al futuro de España y que no duda en contar.
No se puede negar que Muñoz Molina sabe escribir, que recrea el Madrid de 1974 con entusiasmo.
Sin embargo, creo que falla en el argumento, casi inexistente. El protagonista no hace otra cosa que moverse por Madrid, describir cómo era y enterarse de un secreto que no vacila en desvelar en cuanto tiene el público adecuado.
El autor repite todo el tiempo, en la voz en primera persona del protagonista, que no es culpa suya, que es algo que le pasa siempre; literalmente, no es capaz de guardar un secreto, es que no puede, no es responsable, claro que no.
Durante un buen montón de sus eternas páginas, el protagonista hace repetida enumeración de sus defectos, relatados con tanto detalle autocompasivo que llega a exasperar. Que si tiene tal afán de agradar que le lleva a hacer lo que cree que quieren o esperan los demás de él en lugar de lo que preferiría. En un momento dado dice “No sé llevar la contraria” y se conforma, no intenta luchar contra ello así como tampoco lo hace con su intento de soltar lo que sabe, llegando a enfurruñarse por la falta de interés de la persona elegida para contárselo, hasta tal punto que se ve obligado a hacerlo, por supuesto.
Después de chivar el secreto se siente enfermo de preocupación, se vuelve paranoico, viendo malas intenciones y conspiraciones por todas partes y tomando una decisión (cobarde) que al menos está en consonancia con la personalidad que ha estado mostrando durante toda la larga letanía de defectos.
El protagonista se recrea en la nostalgia de la juventud, de un pasado más “glorioso” que el presente, el único momento en que tuvo algo, vivió una aventura y estropeó su vida.
Aunque, como ya he dicho, el autor escribe bien y sabe ambientar su historia, para mi es un error que su protagonista tenga que dar tantas explicaciones y justificaciones para hacer lo que hace, que al final es una mera anécdota en la que consume más de cien páginas, consiguiendo además que no sólo no se compadezca al patético protagonista, sino que además caiga fatal; yo no he sentido la menor simpatía por él, lo que ha contribuido a alejarme de lo que se relata y acabar la historia sólo porque es corta y para confirmar que el protagonista es tan lamentable como parece.
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Ventanas de Manhattan (Antonio Muñoz Molina)
Cuando yo visité Nueva York, en el verano de 1997, arrastrado por el ímpetu de Pilar, que fue capaz de vencer mi natural pereza hacia los viajes largos y consiguió hacerme cruzar el charco, me creía muy preparado por mi experiencia previa —muchas películas, bastantes libros y unos cuantos relatos de amigos y conocidos— para reconocer la ciudad y sus gentes. Sin embargo, todo me sorprendió: el alarmante rigor de los aduaneros del alquilerdealquilerdecoches.com/»>coches.com/»>aeropuerto JFK, los insólitos sistemas de pago en los autobuses públicos, la complejidad de las cabinas de teléfono, las proporciones casi inconcebibles de los edificios, de las calles y de los ríos. A juzgar por su testimonio en Ventanas de Manhattan TÍTULO=»\indice1\»>1, también Antonio Muñoz Molina se sintió en su primer viaje sorprendido e intimidado por los corpulentos agentes de inmigración, por los impacientes cobradores de autobús y por la arquitectura y geografía de la ciudad, siempre tan colosales. Y aunque el novelista de Úbeda sea desde hace tiempo un habitual de la ciudad de los rascacielos, sigue tan fascinado como el primer día —y así lo transmite al lector en este libro de lectura apasionante— por la multiforme variedad de sus gentes, la agitación y el ruido permanentes, la vitalidad de una urbe desmedida, donde toda experiencia humana es posible.
A este propósito de captar el instante en su inmediatez y variedad se aplican recursos muy variados, entre los cuales cabe destacar el uso frecuentísimo de la enumeración caótica (verdaderamente antológico en secuencias como la 73, dedicada a los rastros y mercadillos callejeros, con su acumulación de objetos descabalados e inútiles, o la 76, una descripción del mercado oriental de Canal Street cuyo aire de ajenidad y extrañeza lo hacen parecer el escenario de una película de ciencia ficción), la adjetivación rotunda, eficacísima, la acumulación de sintagmas paralelos, la proliferación de asociaciones sorprendentes que combinan elementos heteróclitos, en un torbellino fascinante que a veces recuerda las imágenes de la poesía vanguardista TÍTULO=»\indice8\»>8 (“las puntas metálicas de los paraguas abiertos chocan y se enredan entre sí como las pinzas de los cangrejos en las cestas de mimbres de las pescaderías”, pp. 334-335), o los abruptos contrastes que enfrentan experiencias muy diversas (por ejemplo, el de la secuencia 78, dedicado a las riberas del Hudson, con su insólita mezcla de repulsivos mataderos y selectas discotecas de moda).
Notas
Para saber más
- Babelia, el suplemento literario de El País, dedica su portada del número 640 del sábado 28 de febrero de 2004 a Ventanas de Manhattan. Incluye además una esclarecedora entrevista de Antonio Caño a Antonio Muñoz Molina (pp. 2-3), así como una reseña de la obra, a cargo de Ana María Moix (p. 3).
- De mayor enjundia que la de Moix es la reseña de Santos Sanz Villanueva, en el suplemento El Cultural de El Mundo, 26-II-2004.
Juan Sin Letras. Una cruzada literaria.
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