Zaira, Voltaire

[Zaïre]. Es una de las tragedias más significativas de Voltaire (François- Marie Arouet, 1694-1778), escrita en 1773. La esclava Zaira corresponde al amor del bizarro y generoso Orosmán, sultán de Jerusalén, y está a punto de celebrar sus bo­das con su amado. Pero de improviso des­cubre ser hija de Lusiñán, descendiente de los antiguos reyes cristianos de Jerusalén y hermana de Nerestán, también prisio­nero con su padre, y también puesto en libertad aquel día.

Conmovida por el re­pentino encuentro de los suyos y como do­tada de gracia, Zaira jura a sus seres que­ridos, particularmente al venerable Lusiñán moribundo, que, en adelante, quiere ser cristiana. Pero el bautismo viene a poner entre ella y el sultán, a quien ama con toda el alma, una infranqueable barrera, y por esto Zaira, aun sin revelar a su pro­metido la razón de la profunda angustia que la turba, aplaza las bodas. Orosmán cree primero que se trata de un pasajero capricho, pero cuando intercepta una carta de Nerestán a Zaira, los celos le ciegan porque ignora que es hermano de ella. Acude furtivamente al lugar de la entre­vista y arrebatado por su pasión, hunde el puñal en el pecho de la amada. Descubierto el equívoco, al saber que Zaira lo amaba, no resiste a su dolor, y después de haber ordenado generosamente la liberación de Nerestán, se mata. Sustancialmente, esta tragedia, a pesar de algún rasgo delicado en la figura de la protagonista, no nace de inspiración poética, sino del propósito de ejemplificar los males provocados por las diferencias confesionales.

Por esto se rela­ciona con toda la polémica en favor de la tolerancia religiosa del deísta Voltaire, que realmente consigue comunicar a Zaira un innegable calor oratorio, pero se trata de oratoria y no de poesía, como por los demás se ha venido reconociendo cuando, pasado el entusiasmo de la época de la Ilustración, se ha señalado justamente lo mecánico de la construcción y lo superficial de la versificación como sustanciales defectos de una obra que fue un día famosa en Europa y que después cayó en el olvido.

E. Cione

Debemos a las señoras esta tragedia, que ha de ser la tragedia favorita de las se­ñoras. (Lessing)

Voltaire representa toda la tragedia del siglo XVIII: fuera de él no hay nada que pueda merecer nuestra atención. (Lanson)

Voltaire, por desgracia, no era ni poeta ni psicólogo, y cuando recogió el manto de Racine lo puso, no sobre un ser humano, sino sobre un maniquí. (Strachey)

*    Aunque el asunto de la tragedia volte­riana sea frío y carezca de pasión, ha sido puesto en música varias veces durante el siglo pasado. Recordemos las obras de Peter Winter (1754-1825), Londres, 1805; Vincenzo Federici (1764-1826), Milán, 1806; Vincen­zo Bellini (1801-1835), Parma, 1829, obra de escaso valor, que fue mal acogida desde su primera representación; en 1831 tuvo en cambio buen éxito en Nápoles la Zaira de Saverio Mercadante (1795-1870), una de las óperas mejores de este músico.