Himno en honor de la Santa Cruz, de Venancio Honorio Clemenciano Fortunato, poeta nacido en la Italia septentrional, entre Ceneda y Treviso, que vivió casi siempre en la Galia desde el año 535 al 600.
El himno forma parte de la colección de los Poemas (v.) de Venancio Fortunato, dividida en once libros; con el Pange lingua (v.) del mismo autor, figura entre los más famosos himnos cristianos y se adaptó inmediatamente a la liturgia. Está compuesto por estrofas de cuatro versos de metro yámbico-acataléctico, en las cuales la rima se repite frecuentemente, pero no según un orden determinado, y fue escrito con motivo de ser donada una reliquia de la Vera Cruz por parte del emperador Justino a Radegunda, la amiga y protectora espiritual de Fortunato. Comienza con una elevada y conmovida descripción de la cruz, y sigue con un conjunto de diversas imágenes enlazadas por la unidad lírica del sentimiento; allí se hace referencia a la pasión de Cristo, salvador de la humanidad, y a la profecía de David confirmada por la Crucifixión: «Regnavit e ligno Deus».
El himno termina con una nueva y apasionada invocación a la Cruz, considerada digna de rozar los miembros divinos, árbol que adorna la púrpura real, madero perfumado de aromas cuyo sabor es el más dulce de los néctares, gozoso de su fruto fecundo, testimonio que celebra el noble triunfo de Cristo. Es característico de Venancio Fortunato la presencia en el himno, profundamente espiritual, de imágenes y atributos materiales y sensibles, que contribuyen a hacerlo particularmente humano; el sentimiento religioso se muestra en él verdaderamente sincero y profundo y funde en intensa unidad los elementos múltiples de que está compuesto el himno. Los mismos artificios retóricos, que no podían faltar en una composición de Venancio, las vacilaciones formales, los barbarismos de la lengua y de la sintaxis, no perjudican, sino que están orgánicamente fundidos con el fin de expresar el verdadero sentimiento que ha dictado esta poesía fresca y original, justamente estimada entre las más bellas que la fe religiosa ha inspirado a un corazón de poeta.
E. Pasini