Ensayo de Azorín (pseudónimo de José Martínez Ruiz (1873-1967 . Se publicó en 1941, dedicado al filólogo Antonio Tovar, «clara inteligencia y corazón generoso». Todo el amor, la nostalgia y la cálida severidad de Azorín se vuelcan en este libro sobre su tierra natal. «Valenciano adventicio — adventicias son las hierbas de los caminos —, he vivido en múltiples moradas».
Y nos cuenta, en setenta y cuatro cuadros breves, los vividos recuerdos de su primera juventud y el retomo, ya maduro, a su tierra, poco después de la guerra civil. Su prosa esquemática y tensa es la más adecuada para conjurar ante nosotros las figuras de famosos valencianos ya idos: Sorolla, Benlliure, San Vicente Ferrer, Querol, Blasco Ibáñez — «nuestras estéticas se oponían», añade de paso —, Ausiás March, Llórente, por el que siente un gran respeto; Peris Mencheta, etc. Libremente, sin orden cronológico, son evocados al lado de instituciones, tradiciones y paisajes valencianos: el misterio de Elche, la barraca, los Juegos Florales, el alba en el naranjal. A menudo el libro tiene un carácter de íntima confesión: afirma que siempre tuvo conciencia de su labor literaria aunque no le guste comentar sus libros. «Al individualismo irreductible— tan lejano de toda colectivización, de toda doctrina comunista — he tratado de unir siempre la autenticidad en el vivir.
El azar de las cosas me ha deparado la asistencia a los más diversos espectáculos de la política y de la vida social. En todo momento he asistido a tales concurrencias e intervenido en tales asuntos, no ya como actor más o menos brillante — nada brillante, desde luego —, sino como espectador, que acaso tiene, sin que apenas lo vea nadie, una sonrisa de desdén». En el tema «La urdimbre y el color» plantea el problema — que es el suyo propio, afirma — del escritor que escribe en una lengua que no es la materna: «¿Cómo escribirá quien ha pensado, niño adolescente, con otros signos que el castellano?». Concluye en la creencia de que ese tipo de escritores tienen un estilo correcto, pero sin color. Hace curiosas observaciones acerca de los poetas: «Error craso es el que alienta en el vulgo respecto a los poetas.
Se cree que son inadecuados para la acción, para los brujuleos de la política, para los enredijos provechosos de los negocios, y es lo cierto que nadie es más realista que el idealista. Por contraste con el celaje de la ilusión, se siente más fuertemente la dura piedra de la realidad». Luego afirma que «el poeta es el más alto signo de un estado social». Resume la influencia romana en Valencia: «Vivir honestamente. No dañar a nadie. Dar a cada uno lo suyo. Y entonces estaríamos en nuestro centro espiritual. El valenciano nunca, ni como individuo, ni como colectividad, hace alarde de su fuerza. Su fuerza reside en el espíritu. Y esas normas romanas encierran la síntesis de la civilización».
A. Manent