[A Room of One’s own]. Ensayo literario de la escritora inglesa Virginia Woolf (1882-1941), publicado en 1928 y compuesto a base de los apuntes para dos conferencias dadas en la Arts Society de Newnham y en el Odtaa de Girton, en octubre de 1928.
Tras haber transcurrido una jornada en un centro universitario, con una espléndida comida en un colegio masculino y una cena modesta en un colegio femenino, que dispone de medios muy limitados, V. Woolf se pregunta por qué las mujeres son más pobres que los hombres. Busca en vano una respuesta en los libros de la biblioteca del British Museum, donde le sorprende la enorme cantidad de obras escritas por hombres y concernientes a las mujeres; no se trata solamente de obras ligeras, sino también de escritos científicos y de graves sermones morales y filosóficos, cuyo tono, más que una serena imparcialidad de juicio, revela cierta irritación, velada por la ironía. Hasta los tiempos más recientes, han querido los hombres tener a la mujer económica y espiritualmente sometida, sobre todo para no perder el sentido de su superioridad, y para ver su imagen magnificada en los dóciles ánimos femeninos. La época elisabetiana no tuvo ciertamente a ninguna escritora del valor de Shakespeare, pero dadas las condiciones en que las mujeres vivían en aquella época, una muchacha, por muy genial y aventurera que fuese, aunque se tratara de una hermana de Shakespeare, que hubiese ido como él a Londres, deseosa de afirmar su fama en la escena, muy pronto habría sido dolorosamente derrotada en la lucha desigual contra las costumbres y los prejuicios.
Las primeras escritoras hallaron por todas partes barreras que se oponían a su desenvolvimiento espiritual. Sólo Jane Austen supo adaptarse serenamente, abriendo eficaz brecha en el mundo restringido en que se hallaba confinada. En otras escritoras, superiores a ella, tales como Charlotte Bronte, el sentido de rebelión perjudicó su serenidad artística. Las condiciones actuales son distintas, y, sin embargo, una escritora inteligente como Mary Carmichael pudo dejarse influenciar por los consejos y las admoniciones de profesores y de pedagogos. Las mujeres deberían escribir de modo diverso a como lo hacen los hombres; son capaces de sentir y dar relieve a situaciones que salen del campo de la experiencia masculina. Dentro de cien años, la mujer podrá disponer de una «habitación propia» en que poder trabajar tranquilamente dando un rendimiento que asegure cierto bienestar. Una joven escritora como Mary Carmichael escribirá entonces libros mejores, y casi de seguro que será una verdadera poetisa. Nuestra mente está formada por elementos masculinos y femeninos que deben cooperar armónicamente para producir grandes obras. En Shakespeare la cooperación es perfecta; en algunos escritores modernos, sin duda por la inconsciente reacción contra el sexo débil, el elemento masculino domina de un modo absoluto y sus obras carecen por eso de poder sugestivo.
La creación artística ha de estar precedida de la fusión de los elementos opuestos masculinos y femeninos; el escritor no debe pensar en el sexo propio ni alimentar en él intemperancias o antagonismos que ofusquen la serenidad de la obra. No debe sufrir la influencia de sugestiones externas, sino hacer valer su propia misión con perfecta honradez. Para esto es indispensable cierta independencia material que garantice la serenidad del espíritu. Y Virginia Woolf exhorta a su público de estudiantes femeninos a trabajar para dar vida al genio de la mujer, para dar vida a la imaginaria «hermana de Shakespeare».
T. P. Pieraccini