Es uno de los mejores poemas (v. Poesías) de E. Allan Poe (1809-1849), publicado en 1847. En los hechizados bosques de Weir, cerca del tétrico lago de Auber, en una solitaria noche de octubre, anda el poeta, bajo un cielo gris y ceniciento, por una avenida de gigantescos cipreses, con Psique, la hermana de su alma.
Hablan olvidados del lugar y del tiempo. Al amanecer, brota en su camino una luz por la que entrevén la media luna de Astarté; el poeta se siente fuertemente atraído por esa luz que cree que viene a consolar su tristeza, indicándole el camino hacia la paz del cielo; Inútilmente Psique le suplica, sollozando y arrastrando sus alas por el polvo, que no crea en la mentirosa promesa, que huya inmediatamente; tenaz en su ilusión, lleno de fe en la luz que le parece radiante de esperanza y belleza, consigue convencer a Psique para que le siga, hasta que llega a un sepulcro en el que está grabado el nombre de Ulalume. Con terrible dolor reconoce entonces la tumba de la mujer que amó y perdió, y que fue enterrada allí en una triste noche de octubre; el poeta reconoce, con dolor, los cipreses, el oscuro lago y el hechizado bosque de Weir.
El poema, definido por un crítico como «el desarrollo supremo del genio de Poe desde el punto de vista místico», es indudablemente uno de sus trabajos más maduros y bellos, por la atmósfera de angustia que consigue crear, por el «crescendo» con que de la tristeza inicial sube hasta el grito de la desesperación que parece aplacarse luego dolorosamente, con la repetición de gran parte de la primera estrofa, en la estupefacta melancolía de una pena sin alivio. El elemento simbólico no está superpuesto aquí a sabiendas, como en El cuervo (v.); a través de la sugestiva armonía de los versos el dolor personal parece transfigurarse en pasión y belleza universales.
A. P. Marchesini