Con motivo del fallecimiento del emperador Carlos V, acaecido en 1559, celebráronse en la capital de la Nueva España solemnes exequias, que tuvieron por escenario la capilla de San José de los Naturales. El Túmulo imperial lo publicó en 1560 Antonio de Espinosa, y es hoy un impreso tan raro que no se conoce de él más que un ejemplar, del que se hizo en 1939 preciosa reproducción facsímil por Justino Fernández y Edmundo O’Gorman.
Escribió este opúsculo el humanista toledano, residente en México Francisco Cervantes de Salazar (15189-1575) y lo insertó García Icazbalceta en su Bibliografía mejicana (v.). Lleva al frente una dedicatoria al prudente lector del doctor Alonso de Zorita, oidor de la Real Audiencia de México y otra al virrey don Luis de Velasco, del autor. La relación es minuciosa y se lee con agrado. Hay intercalado regular número de poesías, de las cuales no indica Cervantes la paternidad. Menéndez Pelayo se inclina a pensar que todas o la mayor parte fueron suyas. «Si así fue — añade — valía como poeta mucho menos que como prosista, aunque por versos de circunstancias no puede juzgarse a nadie; los latinos son algo mejores que los castellanos, sin duda porque Cervantes de Salazar, como otros muchos humanistas, tenía más hábito de versificar en la lengua sabia que en la propia…
Lo único que importa advertir es que los pocos versos castellanos del Túmulo son todos de la escuela italiana: sonetos y octavas reales con algunos versos agudos, como solían practicarlo Boscán y D. Diego de Mendoza. Se ve que los humanistas del Nuevo Mundo no andaban rezagados, y que recibieron pronto las novedades literarias que por vía de Italia se habían comunicado a nuestros ingenios».
A. Millares Carlo