Troilo y Crésida, William Shakespeare

Este episodio, que ya había sido llevado a la escena (en cuanto a la época clásica se recuerda el perdido Troilo de Sófocles), inspiró también el drama en cinco actos y en verso y prosa de William Shakespeare (1564-1616), Troilo y Crésida [Troilus and Cressida], escrito alrededor del año 1602, impreso in-quarto el año 1609, e in-folio en 1623, en cuya lista de obras no figura el título de este drama, y el texto es dado des­pués de los dramas históricos y antes de las tragedias.

La discontinuidad entre las esce­nas troyanas y las del campo griego, y el contraste entre el estado de guerra activa que caracteriza las primeras y la tregua presupuesta por las segundas, han dado pre­texto a algunos críticos que han creído observar diferencias de estilo que indican diversas manos o diversas fechas. Directa o indirectamente este drama bebe en cuatro fuentes: el poema de Chaucer, El sitio de Troya [Sege of Troye] de John Lydgate (1373-1451?), o la Colección de las historias de Troya [Recuyell of the Historyes of Troye] de William Caxton (1422?-1491), am­bos derivados de la Historia Troyana (v. Relatos sobre Troya) de Guido delle Colon­ne, para las partes que se refieren a escenas de guerra; El testamento de Criseida de Henryson; y finalmente Homero — sin que se pueda precisar en qué forma Shakespeare debió de conocer el contenido del poema homérico — para la caracterización de los héroes griegos y la introducción de Tersites.

Como Chaucer por medio del sensual y cí­nico Filóstrato se remonta a la fórmula medieval del amor cortés, Shakespeare, por medio del caballeresco y sentimental Troilo de Chaucer, se remonta al espíritu del Fi­lóstrato. Con sus fundamentos medievales, sus fragmentos de griega clasicidad y su fachada típica del siglo XVI, el drama de Shakespeare es quizás el más abigarrado de todo su teatro. Da título al drama la bien conocida historia del amor del joven Troilo por la consumada coqueta Crésida (Crisei­da), la cual, más que inclinada a la intriga, finge ceder con gran repugnancia a las in­sistencias de su tío Pándaro (v.), y, enviada después al lado de su padre Calcante entre los griegos, en un cambio de prisioneros, no tiene reparo en ponerse a coquetear acto seguido con Diómedes. Guiado por Ulises (v.), Troilo sorprende junto a la tienda de Calcas el coloquio en que Crésida cede a las instancias de Diómedes, hasta el punto de darle la misma prenda de amor que ha recibido de él.

En la batalla Troilo intenta desesperadamente y en vano matar a su ri­val; al final del drama se nos muestra maldiciendo a Pándaro. Pero las escenas rela­tivas a este asunto no representan sino parte del drama. La obra es toda ella una suce­sión de cuadros en que la epopeya está vis­ta con mirada desencantada y despiadada. Pomposas descripciones, arengas de héroes, todo sirve para hacer resaltar la fundamen­tal y despreciable causa de esta guerra, la molicie y la disolución que la prolongan. Agamenón (v.) con autoridad suprema, Menelao (v.) con el recuerdo de los ultrajes padecidos, Néstor (v.) con su experiencia, Ulises (v.) con su sabio arte de gobernar, no pueden en modo alguno hacer que los acontecimientos sigan por buen camino. Fi­nalmente, cuando se organiza un singular combate entre el fanfarrón, Ayax (v.) y Héctor (v.), este último deja el duelo por no dañar a Ayax, que es primo suyo. Aquiles (v.) es presentado a la luz menos favora­ble que se pueda imaginar. Después de ha­cerse rogar largo tiempo para salir de su inercia, amenizada por el bufón Tersites (v.), cuando llega a encontrarse frente a Héctor recurre al engaño, haciendo que sus mirmidones rodeen y maten al guerrero troyano inerme.

La muerte es omnipre­sente en esta casi tragedia; pero como lo trágico no tiene el acento franco y directo de las grandes tragedias de Shakespeare, la muerte no nos muestra nunca su franco y duro rostro de severa Musa heroica, sino sólo la chata bestialidad de su perfil inde­ciso y traidor. Está por todas partes, como corrupción y putrefacción insidiosa, como consunción sutil; es disgregación en vida, como en Hamlet (v.), tragedia del mismo temple, escrita a poca distancia de Troilo. El amor cortés (Troilo) es contaminado y conducido a rápida descomposición por el hálito de lupanar que emana de Pándaro: el honor caballeresco (que tal es la guerra, para Héctor y para Shakespeare) es manchado y deshecho por el cinismo de Tersites. El campamento griego es el nuevo mundo que surge en el siglo XVI: no busca la gloria y el honor, sino el poder, logrado a toda costa; es el mundo que se refleja en aquellos versos de Ariosto: «Fu il vin­cer sempre mai laudabil cosa/Vincasi o per fortuna o per ingegno». Mundo gobernado por la inteligencia y no por la pasión, mundo maquiavélico cuya aportación, sin embargo, no desconoce Shakespeare, como puede ver­se por su caracterización de Ulises.

Uno de los versos de este drama ha pasado al patri­monio de las citas corrientes: «Un rasgo de naturaleza hace a todos los hombres de una misma raza» («One touch of nature makes the whole world kin», acto III, 3, 175). [Traducción española de Luis Astrana Ma­rín en Obras completas (Madrid, 1930; 10.a edición, 1951)].

M. Praz

Quien ha nacido para producir no debería leer más de un drama suyo [de Shakes­peare] por año si no quiere descarriarse tras él. (Goethe)

Los dramas de Shakespeare son induda­blemente superiores a todos los demás. Nada puede igualarse con ellos, a despecho de sus anacronismos, equívocos y otros defectos ampliamente compensados por bellezas que casi los borran. (Baretti)

Algunas de sus obras son realmente in­dignantes.    (Knitg)