[Trilogia der Leidenschaft]. Bajo este título recogió Wolfgang Goethe (1749-1832) tres composiciones: «A Werther» («Vuelve una vez más, sombra llorada»), la «Elegía» llamada de Marienbad («Qué puedo esperar todavía de un nuevo encuentro») y «Reconciliación» [«Aussöhnung»] («De la pasión se engendra el dolor»).
En el verano de 1821 Goethe había encontrado, en el balneario de Marienbad, a la señora de Levetzow con su hija Ulrica (1804-1899). El poeta quedó cautivado por aquella muchacha apenas salida del colegio, y la volvió a ver con ternura (de ese poético testimonio nace el diálogo Arpas Eolias [Äolsharfen, 1822] y varios cumplimientos en verso) junto con la madre y las hermanas, el año siguiente, también en Marienbad, hasta que en el verano de 1823 el sentimiento hacia la joven Ulrica se desató en una violenta pasión. Goethe pensó unir la muchacha a su propio destino, y el gran duque de Weimar, Carlos Augusto, pidió para él oficialmente su mano. La petición no fue concedida. Entonces en el desencadenamiento de su pasión, compuso Goethe las tres sextinas narrativas de «Reconciliación», que dos días después transcribió en el álbum de la bella Szymanovska, la pianista polaca cuyo «espléndido» arte había exacerbado su pena amorosa, reconciliándolo consigo mismo y con la vida. Este es en realidad el esquema de la breve composición: la pasión engendra el dolor.
¿Qué lenitivo existe para un corazón afligido? Mas he aquí que la música le llena de belleza eterna y le permite, liberado, gozar de ella y del amor. Tres semanas más tarde, entre el 5 y el 7 de septiembre, durante un viaje, poco después de separarse de Ulrica, triste pero no sin cierta esperanza, Goethe escribió, también en sextetos, la «Elegía» llamada comúnmente de Marienbad. Dos versos tomados del final del Tasso («y si el dolor hace al hombre mudo,/un dios me permitió decir lo que padezco») indican el tema: el Tasso (v. Torquato Tasso) es, en efecto, el drama de la pasión que no sabe acomodarse al mundo y a sus leyes. La estrofa preliminar refleja la duda angustiosa que oprime el corazón del poeta. Del doloroso presente le lleva a rememorar las horas. pasadas en compañía de la amada, el paraíso en que por un tiempo demasiado breve le fue concedido vivir. El último beso, «dulce aunque cruel», señaló el fin de aquel tiempo feliz: ahora se siente expulsado del paraíso. En su corazón alternan el hastío, el arrepentimiento, el reproche y el cuidado (estrofas 2-5).
Pero ¿no queda acaso el mundo, la grande y hermosa naturaleza? Como sobre un fondo de nubes densas, se dibuja en el aire una figura luminosa, semejante a «ella» cuando, con tanta gracia, se movía en el baile. Es la ilusión de un instante; y el poeta vuelve a encerrarse en su propio corazón (estr. 6-8). Recuerda entonces cómo le recibía la amada; cómo después de sus adioses corría todavía para darle un último beso. Sobre este recuerdo se eleva el poeta para agradecer el amor que, remontándonos a lo que es puro y sublime, librándonos del egoísmo nos hace bienaventurados. Y de los labios de la amada cree escuchar las máximas que conocemos de su propia sabiduría: la vida es dada al hombre hora tras hora. No debes preocuparte del ayer ni del mañana. Capta el momento que pasa, no esperes el futuro. Pero si una llamada le impone alejarse de ella, ¿qué debe hacer? Su espíritu está lacerado; solamente le queda el llanto. La vida y la muerte se combaten sin piedad dentro de su pecho (estr. 19-21).
Sus compañeros observan e investigan el mundo, la tierra y el cielo: para él todo está perdido, incluso él mismo, él, favorito de los dioses que ahora desean su ruina (estr. 22-23). En los comienzos del año 1824, coincidiendo con el quincuagésimo aniversario de la publicación del Werther (v.), la librería Veygand se había dirigido a Goethe rogándole escribiera alguna pequeña composición para incluirla al frente de la reedición de aquella famosa novela. Así, el 25 de marzo Goethe compuso las cinco estrofas «A Werther». La sombra llorosa de Werther retorna. Al preceder al poeta en la muerte, Werther no ha perdido mucho. En realidad, la felicidad dura poco; la vida está llena de disonancias y desilusiones. Cree el joven que el mundo le pertenece e ignora restricciones y límites. Pero unos ojos amorosos vienen a seducirlo, truncando su libre vuelo. Dulces son los momentos pasados con la amada, pero el último adiós le aguarda, insidioso. Werther, lleno de simpatía, escucha sonriente. Él se despidió de la vida con crueldad, dejándonos a merced de las pasiones; a nosotros que sabemos bien que separarse significa morir… Para evitar la muerte, el poeta canta.
Quiera un dios concederle el poder decir lo que sufre. Conversando con Eckermann (1 de’ diciembre de 1831), Goethe observó que la trilogía es una forma que se encuentra raras veces entre los poetas modernos, y que la única que él había compuesto intencionadamente era la titulada Abandono. Y añadió: «Mi Trilogía de la pasión, en cambio, no fue concebida en principio como una trilogía, sino que se ha convertido en tal, paso a paso y, en cierto modo, por casualidad», porque las tres poesías que la constituyen «están llenas del mismo sentimiento de pena amorosa». Incluso la dedicada a Werther, porque — decía también a Eckermann —, cuando la compuso, «tenía todavía en el corazón un residuo de aquella pasión». Un residuo del que advierte a intervalos el eco, como en la penúltima y en la última estrofas, pero nada más. Estos versos fueron compuestos por un motivo extrínseco: poner una poesía nueva al frente de la reedición jubilar del Werther; pero i se hallará tan lejos Werther de la disposición moral del viejo poeta! La reciente tormenta de su corazón por un momento le había sumergido en el mundo desquiciado de la pasión; pero él había logrado salir de él, y de aquella crisis le había quedado tan sólo un fondo de amargura y desconfianza respecto a la vida.
De aquí el carácter sentencioso de estos versos, que son un discurso moral en torno a la pasión, lleno de bellas sentencias. Pero bien se sabe que las sentencias no son el lenguaje de la fantasía nutrida por un vivo afecto. Este afecto constituye, en cambio, la raíz de los sextetos de la «Reconciliación» y la «Elegía», en los cuales se reflejan claramente los sentimientos opuestos que en aquellos días tanto atormentaban y turbaban a Goethe. Una vez más trató de dominar la pasión a través de la forma; y no por casualidad encerró las pentapodias yámbicas de factura italiana, que él había aclimatado ya en el Parnaso alemán, dentro de la precisión clásicamente distinguida de los sextetos. Esta forma, tan cercana a la octava, la escoge él sin duda porque en su amplio giro narrativo le permite asegurar mejor la distancia precisa para liberarse, transfigurándola, de la vecindad opresora de una tumultuosa pasión. La «Elegía» y la «Reconciliación» nacieron, así, de la necesidad de objetivar un sentimiento querido aunque doloroso, que le atormentaba profundamente. Son una confesión en la que la maestría literaria ha impreso constantemente su sello. Así también el haber dispuesto la «Elegía» entre las estrofas «A Werther» y los tres sextetos de «Reconciliación», permite atraer la atención sobre ella, destacándola de modo especial, y la inversión del orden cronológico indica una decidida intención literaria.
La trilogía constituye un esquema de composición, un «género» como decía Goethe, que naturalmente ignora la pasión. El amor que asaltó al viejo Goethe hacia la joven de 19 años Ulrica de Levetzow es una de las características de su vitalidad, su fragancia y su indómita alegría de vivir, aquella alegría de vivir que le permitía ser tan activo. Pero la Trilogía nacida de aquel amor y de aquella crisis es algo muy distinto. De ello no se han dado cuenta inmediata los críticos, y, preocupados por su interés biográfico, han atribuido a la «Elegía» de Marienbad y por ella a toda la Trilogía, una importancia que, en el plano exclusivo del arte, objetivamente no le corresponde.
V. Santoli
La Trilogía de la pasión, especialmente la Elegía de Marienbad que constituye su centro, aparece con caracteres monumentales entre la producción de Goethe… La Elegía debe ser leída verso por verso, porque su melancolía es profunda, su experiencia vital es rica, y la expresión, aunque abstracta, no es afectada. (G. Brandés)
Mi poesía no conoce la afectación. Lo que no he vivido, lo que no me ha quemado las uñas y no me ha impelido a crear, no He podido poetizarlo, no lo he expresado nunca. Escribí tan sólo poesías de amor cuando estaba dominado por el amor… Las tres poesías que ahora van juntas estaban penetradas del mismo sentimiento del amor y de dolor, y se formó la Trilogía de la pasión, sin que yo mismo sepa cómo. (Goethe)
La poesía de Goethe no es sufidentemente inevitable. (Wordsworth)
Goethe ha sido el poeta más directamente autobiográfico que jamás ha existido, y afirmó que todas sus obras eran fragmentos de una gran confesión.(E. Shanks)