Tres Damas a mi Corazón Llegaron, Dante Alighieri

[Tre donne intomo al cor mi son venute]. Canción de Dante Alighieri (1265- 1321), que la compuso en los primeros años de su destierro, dirigiéndola (v. 101 y ss.) a los Blancos y Negros («los negros canes» por los que tuvo que huir), para atestiguar su sed de justicia y su deseo de paz. Es la más bella de sus «canciones de amor y de virtudes materiales» (v. Rimas); y quizás estaba destinada a ser incluida, con abierta declaración de su oculta verdad (v. 94 «lo dolce pome») en el libro XIV del Convivio (v.), donde se hablaría de la virtud de la justicia.

Sin embargo, la oculta verdad que anima su canción, y que Dante celebra poé­ticamente porque la conoce — y la conoce porque la vive — es la paz de su conciencia digna y honesta: «quel dolce pome che per tanti rami/Cercando va la cura de’ mortali» (Purg. XXVII, 115-16). Una verdad moral, que el hombre justo conoce a ojos cerrados, y de la que es símbolo, en la Di­vina Comedia (v.), Santa Lucía, «enemiga de toda persona cruel», a la que siempre Dante permanecerá devoto (Inf. II, 98-101). El supuesto doctrinal, que es indispensable para una concreta y precisa interpretación de la canción, alrededor de la cual hay ani­madas discusiones, reposa sobre el pensa­miento moral de Santo Tomás. Las tres mu­jeres que se compadecen alrededor del cora­zón de Dante, donde habla Amor, son sím­bolos de la «Ley natural», la «Ley moral» y la «Ley humana». La Ley natural u «Honestidad» (v. 35) es análoga a la Ley eterna, por lo que Dios, creador y legis­lador supremo, providencialmente ordena y dirige a todos los seres hacia su fin.

Amando en sí mismo el Sumo Bien, él quiere nece­sariamente el bien y odia el mal, que es privación de bien (Monarquía, II, 2.°, 4 y ss.; Paraíso, XIX, 86-90). En el orden esencial de la Creación, la Ley natural se realiza como apetito natural y como apetito sensi­tivo en las naturalezas inferiores. En el Paraíso terrestre (v. 45-54) con la creación del hombre o la Ley natural hizo surgir de su mismo seno la Ley moral (que se realiza como apetito racional), engendrando esta su «hermosa apariencia» sobre el orden racio­nal inmanente a las cosas: «sovra la vergin onda» que fluye de la divina Sabiduría crea­dora. A su vez la Ley moral, reflejándose en el orden esencial de las cosas («mirando sé ne la chiara fontana»), se constituyó como norma racional, absoluta en sí misma, con su obligación moral, engendrando la Ley humana, la misma que expresan los legis­ladores. La Ley natural es de este modo hermana de la Ley eterna: y ésta a su vez es la madre del Amor racional (v. 35}: una análoga creación del Amor que, no creado, crea; y por ello voz del Dios viviente en nosotros: la voz de nuestra conciencia — la palabra amonestadora de Virgilio en el sim­bólico viaje de la Comedia—.

Este Amor que habla en todo corazón nos lleva hacia aquel bien racional o moral que es la Jus­ticia: un bien-en sí mismo, que es el fin natural por el que todo hombre fue creado. Entonación lírica, vivacidad dramática y plástica representación caracterizan la can­ción dantesca en sus coplas iniciales. Hay un coloquio entre Amor y las tres Mujeres, que se juntan a su alrededor; la primera, «dolorida y asustada como persona echada y cansada», se confiesa como «en la casa de un amigo», empujada a confiar sus penas, junto con las otras, por comunidad de natu­raleza y afectos. Tres fantasmas poéticos: tres ideas divinas en que se refleja y se reconoce el doloroso y grave sentimiento de Dante. Y el Amor, que es la voz de su honesta conciencia, voluntad hacia el bien honesto e informada por un odio santo ha­cia el mal (v. 59, «l’uno e l’altro dardo» de Amor), alivia a las tres Mujeres sobre una base de certidumbre y fe (la certidumbre de Marco Lombardo, en Purg., XVI, 66 y ss.): si por la influencia de malignas estre­llas se ha apagado en el mundo toda virtud, ya pueden llorar los hombres que de ello resulten perjudicados, no nosotros, creados por la Sabiduría divina, cuya ley eterna ordena y dirige a todos los seres hacia su fin.

Nosotros continuaremos existiendo: y llegarán unas gentes en cuyo corazón la ordenación pasiva de la voluntad al bien se hará activa («questo dardo farà star lucen­te»). En este coloquio el mismo Dante se escucha a sí mismo al igual que en la Di­vina Comedia se escucha en la voz de Vir­gilio. Y con un bello arrebato lírico, sin­tiéndose en compañía de las tres Mujeres divinas, desterrado, tal como ellas, de un mundo trastornado por las pasiones y del que se echa toda virtud, se alivia y se exal­ta, haciendo de su destierro un motivo de honor y de alabanza: «L’esilio che m’è dato, onor mi tegno… Cader co’ buoni è pur di lode degno». Por sed de justicia está des­terrado. Y si no fuera que por la distan­cia está ahora fuera de su vista su linda Florencia — «la bella señal» que le enciende con todos sus dulces recuerdos —, le pare­cería ligero el dolor de abandonar allí «las cosas más queridas». Sin embargo, esta llama de amor le ha consumido de tal ma­nera que ahora ya se siente morir. Y si, por sed de justicia, tuvo «alguna culpa» para con Florencia, muchos meses transcu­rrieron desde que la culpa fue borrada por su arrepentimiento.

Virtud de justicia, quede hombre partidario hizo un ciudadano, que ahora ama en su patria el bien de to­dos, el bien común, que como tal es más divino. El poeta de la Divina Comedia, establemente anclado en las interiores cer­tidumbres de su alma, ya aparece aquí completamente a la luz, con su dignidad de hombre, con su fuerza moral y su fe en Dios: un Dios legislador supremo y Sumo Bien, que funda el deber moral y exige el amor. Despidiéndose de su canción Dante la amonesta, para que guste a quien la mire en sus «partes desnudas»; a la que es su be­lleza extrínsecamente formal. Pero esta belleza la revele más luminosa, como belle­za absoluta, a «todos los que son amigos de virtud». Estos sabrán coger su verdad oculta («lo dolce pome»): la verdad moral, que es justicia: un bien espiritual que el poeta vive, y por tanto conoce y expresa líricamente. Y sigue amonestándola, en una segunda despedida, para que se presente a los hombres de Parte blanca y a los de Parte negra: los «negros canes» que le obli­garon a huir y que bien podrían darle la paz. No lo hacen, porque no saben qué son ellos: hombres partidistas que no aman la justicia; sin embargo tendrían que hacerlo, ya que la clemencia es sabiduría y «il per­donare é bel vincer di guerra».

M. Casella

La canción de las Tres mujeres es, si no la más bella de Dante, seguramente la sen­tida con más fuerza e imaginación, la más amplia y altamente entonada, la más sólida y bellamente construida. (Carducci)