Tratado Sobre los Principios del Conocimiento Humano, George Berkeley

[Treatise Con­cerning the Principles of Human Know­ledge], Obra del filósofo inglés George Berkeley (1685-1753), de la que se publicó solamente la primera parte en 1710.

Ber­keley, que une a la seguridad en la in­vestigación especulativa una profunda in­quietud religiosa, empieza con esta obra una lucha violenta contra el escepticismo, materialismo y ateísmo que en su opi­nión dominaban la cultura de su tiempo, y quiere ante todo demostrar la espiritua­lidad del ser y la existencia de Dios. Ve la raíz común de los errores filosóficos y de las aberraciones morales de los liber­tinos en el prejuicio de que la materia existe como una entidad real, y para se­guir con este prejuicio hasta su origen, cree oportuno liberar el campo de la su­puesta realidad de las ideas abstractas, alre­dedor de las cuales han florecido numero­sas e inútiles disputas y problemas. Las ideas abstractas no pueden existir, ya que todo contenido de la conciencia es necesa­riamente determinado y particular; sin embargo, este contenido puede representar todas las otras ideas particulares del mismo género, que el nombre con el que lo indica­mos suscita en nuestra mente.

Esta inter­pretación nominalista hace caer todas las ilusorias justificaciones de la realidad de la materia. No hay otra sustancia que el espíritu, principio activo, que, percibiendo, da esencia a los objetos. El «esse» es un «percipi», el existir es un ser percibido. Aunque es absolutamente cierto que los objetos de los sentidos son ideas y, por tanto, inexistentes si no percibidos, no se deduce de ello que no existan fuera de nuestra actual e individual percepción; hay, en efecto, un Ser divino, que con su per­cibir es causa en nosotros de la producción de las ideas, según un orden constante y uniforme, o sea, según leyes naturales que no se reducen a los esquemas de las ciencias positivas, que son arbitrarios, a pesar de que correspondan a la exigencia que el espíritu humano tiene de hacer conjeturas y previsiones acerca del devenir de las cosas. Además, la actividad perceptiva de Dios hace de manera que el principio del «esse-percipi» no anule la distinción entre lo cierto y lo falso, lo real y lo imaginario.

Para Berkeley la existencia de Dios no es una mera hipótesis religiosa, sino la supre­ma verdad de la ciencia, que hace posible la realidad objetiva más allá de las limi­taciones de nuestro conocimiento. Todo el universo con su belleza y perfección, y el mismo hombre con su apremiante ansia religiosa, moral y científica, son una prue­ba absolutamente inconfutable de la exis­tencia de Dios. Y Berkeley concluye su obra con la certeza de haber indicado el camino que conduce seguramente al Autor de la naturaleza, a la virtud y a la verdad. La doctrina de Berkeley señala un progreso filosófico notable hacia la libe­ración del ingenuo y dogmático objetivis­mo de la filosofía anterior. Pero la fecunda intuición de la irrealidad de la materia y de la realidad del espíritu pierde una gran parte de su valor teórico por la aceptación de Berkeley del concepto tradicional de la actividad divina, con la que no acaban de conciliarse la libertad y poder de crea­ción del hombre.

E. Codignola

Por la universalidad de sus concepciones: y la sutileza penetrante de su originalidad filosófica, es, después de Locke, el primer campeón del desarrollo de conjunto del pensamiento, y debe esta importancia al hecho de haber continuado el problema gno- seológico de la filosofía de Locke, tratán­dolo de un modo nuevo y satisfactorio. (Windelband)

Su filosofía era una cruzada con la que quería reconquistar la tierra prometida. Pero le ocurrió lo que a los cruzados; en realidad trabajó para otros fines y tareas que no eran los que se había propuesto. (Hoffding)