[Traité élémentaire de chimie]. Obra de Antoine-Laurent Lavoisier (1743-1794), publicada en 1789. Es ésta la más conocida de las obras del gran químico de la Revolución Francesa, la que tuvo mayor difusión a través de numerosas ediciones y traducciones, y puede considerarse como fundadora de la química moderna.
Para valorar toda la importancia de esta obra es necesario remontarse a su época. El final del siglo XVIII asiste al ocaso de la alquimia, es decir, de un conjunto heterogéneo e informe de nociones prácticas, de singulares teorías en las que se fundían misticismo y hermetismo, sueños y realidades, aforismos insostenibles y agudas observaciones de mentes sagaces. Toda la obra del gran químico es una crítica severa y rigurosa de los hechos conocidos en su tiempo, una genial reconstrucción lógica de causas y efectos, una fusión y coordinación de todos los conocimientos que se tenían entonces acerca de los fenómenos químicos. En su Tratado, escrito con un ejemplar desarrollo lógico y con un estilo que puede calificarse de cristalino, encontramos ante todo la inexorable condena del «ftogisto» en una clara y experimentada teoría de la combustión, que aún hoy se mantiene inmutable en su esencia.
Los químicos de su tiempo,-aunque los trabajos de Boyle, Mayow, van Helmont y otros eminentes científicos del siglo XVII habían dejado entrever la realidad, compartían en su mayor parte la teoría del «flogisto», que tiene su origen en las obras de Becher y su mayor desarrollo en las de Stahl. Admitían que un cuerpo, al quemarse o ponerse incandescente, perdía un componente que era lo que generaba el fuego, el «flogisto». Puesto que en estas condiciones los metales aumentan de peso, se admitía que el «flogisto» pudiera tener un peso negativo. He aquí, textualmente, las conclusiones de Lavoisier («Mémoire sur la combustión en général», 1777): «Los cuerpos arden sólo en el aire puro; este aire se consume en la combustión, y el aumento de peso de la sustancia quemada es igual a la disminución de peso del aire; en general, el cuerpo combustible, combinándose con el aire puro se transforma en un ácido y, por el contrario, los metales, en cuerpos metálicos (óxidos)». El último período comprende una noción que Lavoisier desarrolló en su clásica teoría de la composición de los ácidos.
En la obra experimental de Lavoisier encontramos por primera vez el uso sistemático y fecundo de la balanza. Este sistema de investigación condujo a la ley fundamental de la química (ley de la conservación de la materia), con la que quedaban derrotadas aquellas teorías según las cuales el desarrollo de una simiente era debido a creación de materia, o que la combustión consistía en una destrucción. Estos trabajos fundamentales, a los que no eran extraños los descubrimientos de algunos contemporáneos (Scheele, Priestley, Cavendish, etc.), permitieron a Lavoisier establecer la naturaleza del aire y del agua, que habían sido consideradas hasta entonces como sustancias elementales (1783). Pero el tratado de Lavoisier no se limita a estas observaciones, que son sólo una parte de su inmenso trabajo. Encontramos en él las primeras investigaciones sistemáticas sobre los compuestos orgánicos, una primera teoría de las fermentaciones, la adopción de una nomenclatura química, de una sistemática, de un simbolismo, de un método de notación de las reacciones químicas.
No hay problema de química general que no haya sido abordado por Lavoisier. La alquimia, liberada de las trabas de extravagantes suposiciones, limpiada de un desconsiderado hermetismo, restablecida en el fondo y en la forma, se transformó en manos de Lavosier en la química.
O. Bertoli