Tratado de las Reliquias, Juan Calvino

[Traité des reliques]. Así suele designarse un tra­tado de Juan Calvino (Jean Calvin, 1509- 1564), que apareció en el año 1543, en Gi­nebra, con el título exacto de: Advertencia muy útil del gran provecho que volvería de nuevo a la cristiandad si se hiciera in­ventario de todos los cuerpos de santos y reliquias que se encuentran tanto en Italia, como en Francia, alemania, España, y otros reinos y países [ Advertissement très utile du grand proffit qui reviendroit à la chres- tienté s’il se faisoit inventoire de tous les corps sainctz et reliques qui sont tant en Italie qu’en France, Allemaigne, Hespaigne, et autres royaumes et pays].

De todos los tratados y obras de circunstancias de Cal­vino, es éste sin duda alguna uno de los más vivos, en el que se da libre curso a la iro­nía del Reformador. El título completo in­dica bastante el plan de la obra. Por su materia, el Tratado de las reliquias ocupa un lugar importante en la exposición de la doctrina del autor de la Institución cristiana (v.). Es, bajo un aspecto particular y algo ridículo, el culto rendido a los santos, que Calvino califica de idolatría, lo que aquí se ataca. Cuando lo escribió, Calvino acababa de regresar, esta vez definitivamen­te, a Ginebra, a donde sus partidarios le volvieron a llamar (1541), después de que su intransigencia, la aspereza de su lógica y de su celo causaron su destierro.

Su posi­ción está firmemente asentada; Ginebra se ha transformado en la Roma de la Reforma francesa y Calvino el papa de la nueva confesión, dirige desde lejos el movimiento en Francia y en los países de lengua fran­cesa. Es cierto que atacando las reliquias tiene en su poder buenos triunfos y su vic­toria es fácil. Es para él una obra de sa­neamiento lo que emprende, es también y solamente una obra previa, una «adver­tencia». En ella se limita a citar los he­chos que le son conocidos personalmente o los que le han proporcionado y no intenta ni mucho menos hacer un inventario com­pleto de las reliquias. El autor concluye diciendo que solamente ha querido aquí abrir los ojos de las almas de buena voluntad y las exhorta encarecidamente a escuchar la verdad y volver, sobre este capítulo, a la simplicidad de las costumbres del Antiguo Testamento y de la Iglesia pri­mitiva.

El Tratado se desarrolla de acuerdo con una rigurosa lógica, que no excluye la pasión, ni el humor. El estilo vigoroso y un poco seco de Calvino no ha enveje­cido y su lenguaje nos parece mucho más moderno que el de Montaigne, del cual, en cambio, no tiene el encanto. El éxito del Tratado fue inmenso; traducido al la­tín por Nicolás des Gallars en 1548, se ex­tendió a toda la cristiandad. Poco después fue traducido al alemán, al inglés y al holandés.