[Traité de la lumière]. Breve tratado de óptica del matemático holandés Christian Huyghens (1629- 1695), publicado en París en 1691 y en Amsterdam en 1728 en la traducción latina de J. Gravesande [Tractatus de lumine]. Comprende seis capítulos.
El primero trata de la propagación de la luz; el segundo, de la reflexión; el tercero, de la refracción; el cuarto, de la refracción atmosférica; el quinto, de la sorprendente refracción del espato de Islandia, y el sexto, de óptica práctica. El mismo autor, en el prólogo, declara que compuso su obra 30 años antes y que la leyó en 1678 en la Real Academia de Ciencias de París. Por la manera como llevó sus trabajos y por lo que él mismo declara en varias ocasiones, el contenido de este libro parece el fruto no de una investigación sistemática, sino de consideraciones fragmentarias y casi esporádicas. Huyghens se decidió a publicar su obra cuando tenía 62 años, para que no se perdiera; quizás presentía su fin próximo, que, en efecto, tuvo lugar cuatro años más tarde. El texto original es francés; el mismo autor inició su traducción al latín, aunque la suspendió al cabo de pocas páginas. La acabó Gravesande en 1728.
En la obra hay ideas que, aunque no muy apreciadas de momento, fueron continuadas siglo y medio más tarde y tuvieron una influencia decisiva sobre el desarrollo de la teoría ondulatoria de la luz. Huyghens se declara defensor de esta teoría. A pesar de que era muy antigua (los peripatéticos la atribuían a Aristóteles), no merecía la aprobación general y no lograba rebatir la grave acusación de los físicos, con el Padre Grimaldi a la cabeza y más tarde Newton, de que no era posible imaginar unas ondas que no superasen los obstáculos, mientras la luz, a pesar del descubrimiento de la difracción, hecho precisamente por el Padre Grimaldi, en la opinión de todo el mundo se propagaba en líneas rigurosamente rectas. A propósito de éste tema, que ocupó las mentes de físicos y ‘ filósofos durante siglos, hay que decir que a principios del siglo XVII ya estaba demostrado «el principio de las ondas elementales», aunque no sabemos a quién atribuir su paternidad. Hay una explícita referencia a tal principio en el De Lumine (De la luz, de los colores, etc., v.) del Padre Grimaldi, como a algo conocido (1665).
Este principio admite que todo punto del medio, alcanzado por una onda, se hace, a su vez, centro de emisión de ondas parciales, llamadas precisamente ondas elementales. El conjunto de las ondas elementales explica el mecanismo de la propagación de la onda integral. A dicho concepto Huyghens añadió, precisamente en este tratado, un complemento muy importante, enunciando la regla de que la onda integral se forma efectivamente sólo allí donde las ondas elementales forman un «envolvente» en el sentido geométrico de la palabra; ya que en otros puntos las ondas elementales, sin reforzarse recíprocamente, pronto llegan a ser insensibles y desaparecen. Esta es la esencia del principio de Huyghens. Basándose sobre esto, da razón de la propagación rectilínea de la luz; explica la reflexión y la refracción y demuestra que la velocidad de la luz debe disminuir cuando aumenta la densidad del medio; mientras que la teoría corpuscular decía precisamente lo contrario; por último, aplicando el mecanismo de los «envolventes» al caso en que la onda tiene dos velocidades de propagación, da una explicación verdaderamente milagrosa del fenómeno (descubierto por Erasmo Bartolino en 1669) de la doble refracción del espato de Islandia; fenómeno que constituyo un escollo contra el que se estrellaron todas las tentativas de teorías corpusculares.
Sin embargo, excluyendo el tema de la doble refracción, por la que el autor demuestra una extraordinaria simpatía, el tratado sigue de un modo sumario e intuitivo; se excluyen adrede los colores, que, sin embargo, eran un tema de gran actualidad; y no se da a las ideas contenidas en la obra la importancia y relieve que merecían. Estas circunstancias, y el hecho de que el grupo adversario actuaba con la mayor energía, bajo la guía de Newton, explican por qué las ideas de Huyghens, aunque aprobadas y admiradas por hombres como Hooke y Leibniz, permanecieron ahogadas, y recobraron su valor solamente cuando el newtonismo se extinguió. Esto ocurrió a finales del siglo XVIII, cuando la obra genial y sin prejuicios de Th. Young y de A. Fresnel puso de moda las concepciones de Huyghens, completándolas y sacando de ellas la teoría ondulatoria que constituyó durante todo el siglo XIX una de las estructuras de la física.
V. Ronchi