Tocatas de Girolamo Frescobaldi

Composiciones para órgano y clavicordio publicadas en vida de Girolamo Frescobaldi (1583-1643) en dos colecciones de Toccate e partite d’intavolatura di címbalo, editadas en Roma en 1615 y 1627 en el Primo Libro delle Canzoni, que comprende también dos toca­tas, «una para tocar con espineta sola, o bien laúd; otra para espineta y violín, o bien laúd y violín», Roma, 1628; y en las Fiori musicali de diverse composizioni, Venecia, 1635.

Se reimprimieron las dos primeras colecciones en 1628 y 1637; en edición mo­derna la colección mejor es la de Leip­zig (1889), dirigida por Franz Xavier Haberl. La distinción entre «clave y órgano», que aparece en la segunda colección, está justi­ficada por el hecho de que en la época de Frescobaldi no existía una clara separación en la literatura de los dos instrumentos, ya que los compositores escribían por regla general para cualquier instrumento de te­clado; a veces el destino era todavía más amplio, para toda clase de instrumentos y voces. Pero la tocata de Frescobaldi re­sultaba a menudo de naturaleza especial­mente organística; es más, en el segundo libro se encuentran dos compuestas «para órgano, para tocarse en la elevación» y dos «para órgano con pedales y sin pe­dales». Destinada a la improvisación, la tocata desarrolló más tarde elementos po­lifónicos, aunque no de una polifonía regularmente fugada, como la de los «ricercari», sino libre y suelta; y ya en Claudio Merulo Da Correggio (1533-1604) los dos elementos, brillante y polifónico, aparecen fundidos y ampliados en grandiosas cons­trucciones.

Los mismos caracteres se en­cuentran en las tocatas frescobaldianas, con la huella de una personalidad más profunda y genial, que les proporciona un espíritu nuevo, meditativo y fantástico a la vez, vivificando de este modo su carácter originario más propio, o sea el de un libre preludio litúrgico. La tocata es incluso la forma principal de Frescobaldi, en que tanto su riqueza polifónica como su suavi­dad armónica se expansionan más libremen­te que en otras partes y se fusionan en un misticismo que bien se puede llamar único en aquella época, ya dominada por el me­lodrama y las otras formas profanas que iban naciendo. Bien se nota, empero, en el atrevido empleo de las disonancias y de los cromatismos y en un cierto trabajo que aparece en el mismo carácter místico, al contemporáneo de Monteverdi. Las toca­tas no tienen una estructura constante: algunas son de proporciones amplias, como la sexta del segundo libro (donde son ca­racterísticas las largas notas con el pedal); otras muy breves, aunque no por ello menos expresivas, como la «Tocata antes de la Misa de domingo» n.° 1 de las Fiori musi­cali; otras de mediana extensión, como la admirable «Tocata para la elevación», n.° 32 de la misma colección, muy conocida tam­bién en transcripciones pianísticas mo­dernas.

Las dos para espineta y laúd del primer libro de las Canzoni parecen ser una excepción singular, por estar destinadas únicamente a instrumentos de cuerda; con­firman, sin embargo, que Frescobaldi tenía a veces aquella intuición del color particular de los varios instrumentos de teclado, que debía conducir con el tiempo a la moderna y definitiva distinción entre las composi­ciones para clavicémbalo o piano y las des­tinadas al órgano.

F. Fano