Teoría General del Espíritu Como Acto Puro, Giovanni Gentile

[Teorie generóle dello spirito come atto puro]. Obra del filósofo ita­liano Giovanni Gentile (1875-1944), en que expone los fundamentos y los rasgos esen­ciales de su «actualismo»; la primera edición fue publicada en 1916.

Gentile parte del principio fundamental puesto por Berkeley, es decir, que es absurdo el concepto de una realidad material, extraconsciente, y que el objeto, aunque sea pensado como si estu­viese fuera de toda mente, es siempre men­tal; pero critica el idealismo de Berkeley, mostrando como éste, al distinguir el pen­samiento humano del pensamiento de Dios, vuelve a incurrir en una especie de natu­ralismo, porque establece algo pensado, una realidad ya dada, de la cual nuestro pen­samiento no vendría a ser sino un mero reflejo, perdiendo en tal caso todo valor. Con la filosofía kantiana se establece el concepto del pensamiento como pensamiento trascendental, del espíritu como autoconsciencia, apercepción originaria, condición de toda experiencia; este concepto, desarro­llado con plena coherencia, es la base del actualismo gentiliano; el espíritu es acto, actividad, no hecho; y toda relación espi­ritual, toda comunicación entre la propia realidad interior y la ajena es esencialmen­te unidad.

El conocer es un hacer (Vico); no se conoce un objeto ya hecho, sino que todo objeto y toda realidad espiritual son el mismo proceso vivo espiritual que los pone; el proceso constructivo del objeto existe en cuanto proceso constructivo del mismo sujeto. Ser y Espíritu son términos contradictorios, porque el espíritu no es una realidad, una sustancia, un ser ya realizado más allá de sus manifestaciones, sino un continuo hacerse, y sus manifestaciones son su misma realización interior y esencial. La unidad del espíritu es inmultiplicable e infi­nita, pero ni la multiplicidad ni la deter­minación de la realidad espiritual quedan excluidas del concepto de la unidad progre­siva del espíritu en desarrollo. La unidad del espíritu es su infinidad misma, porque no hay nada fuera del espíritu; también eso que es pensado fuera, está en realidad den­tro de él; toda nuestra experiencia se cierne entre la unidad de su centro, que es el espíritu, y la infinita multiplicidad de los puntos que constituyen la esfera de sus ob­jetos. El espíritu es libre, pero sólo en cuanto limitado por leyes que constituyen su propia realidad y su valor, y por este valor se contrapone a los demás espíritus (personas); el espíritu es desenvolvimiento concreto como unidad espiritual y multipli­cidad de personas, siendo esa multiplicidad una nota esencial en el concepto de la uni­dad infinita del espíritu.

La realidad es la misma del pensamiento pensante, que es autoctisis (autocreación); la realidad es historia y en ésta se resuelve toda otra reali­dad natural, o pensada naturalísticamente. También el espacio y el tiempo son activi­dades del espíritu. La inmortalidad es la afirmación que el sujeto hace de sí en su propio y absoluto valor; lo que es real en el recuerdo no viene a nosotros del pasado, sino que se crea en la eternidad de nuestro presente, dentro del cual no hay pasado, como delante de él no hay futuro. Lo eterno es la verdad, el absoluto valor de la espi­ritualidad misma del yo trascendental. Cohe­rentemente con su actualismo Gentile in­tenta resolver todas las dificultades que surgen en la historia de la filosofía referen­tes a los conceptos de causalidad, mecanis­mo y contingencia, de predestinación y li­bertad; la realidad del pensamiento concreto se pone como condición del pensamiento incondicionado, que por esto se aclara con­dicionado y por lo tanto, se pone, en lo absoluto de esta posición suya, como incon­dicionado y por lo tanto libre.

El ser, en el acto del pensar, es el acto mismo, el cual no es, sino que se pone, y por lo tanto es verdaderamente libre e incondicionado. Sur­ge aquí una antinomia que Gentile llama antinomia histórica; el espíritu es historia, porque es desenvolvimiento dialéctico; el espíritu no es historia, es acto eterno. La antinomia se resuelve refiriendo la realidad espiritual, el valor y la historia del pensa­miento abstracto al pensamiento concreto. La realidad espiritual actualmente conocida no es otra que el sujeto que la conoce, y así, nuestro eterno es el tiempo mismo con­siderado en la actualidad del espíritu. La historia, que es en el tiempo, es concreta solamente en el acto de quien la piensa como historia eterna; así, la historia de la filosofía está en el acto del filosofar. Gentile pasa luego a considerar las actividades del espíritu: el arte, la religión, la ciencia y la filosofía. El arte es la forma de la sub­jetividad y de la individualidad inmediata del espíritu; conciencia de sí, pura, abs­tracta, autociencia que se dialectiza (de otro modo no podría realizarse), pero en sí mis­ma, y abstrayendo de la antítesis en que se ha realizado. La religión es la exaltación del objeto sustraído a los vínculos del espí­ritu en el cual consiste la idealidad, la cog­noscibilidad y la racionalidad del objeto mismo.

En su religiosidad el espíritu está inmóvil y se mueve solamente superando siempre su momento religioso y absorbién­dolo en la filosofía. La ciencia, o intuición naturalística, nace del presupuesto de que el objeto que ha de conocerse está antes del pensamiento; por esto toda ciencia es par­ticular y dogmática. El momento subjetivo (arte) y el momento objetivo (religión y ciencia) hallan su realización en el mo­mento absoluto, que es la filosofía; ésta es verdadero conocimiento como creación de la realidad que no es otra cosa que el co­nocimiento mismo, fuera del cual no es posible otra realidad.

G. Pioli