Unos treinta años más tarde, aparece el drama en tres actos titulado Temistocle de Pietro Metastasio (Pietro Trapassi, 1698- 1782), estrenado en Viena en 1736 con música de Caldara.
Temístocles, desterrado de su ingrata patria, tras de una larga peregrinación decide presentarse a Jerjes en su palacio real y pedirle el asilo que en todas partes le niegan. Aunque Jerjes había puesto a precio su cabeza como su mayor enemigo, sorprendido y admirado de su valerosa franqueza, lo acoge y, lisonjeado por la confianza del desterrado, le colma de honores y le promete servirse de él como general. En esta porfía de generosidad y devoción entre Jerjes y Temístocles, el rey persa espera poder conquistar Egipto, y a ello estaría dispuesto el guerrero griego; pero la intervención de un embajador ateniense que reclama la entrega de Temístocles, irrita al rey, que piensa entonces confiar a su huésped una expedición contra la propia Atenas, cosa que Temístocles rehúsa con indignación, dominando su resentimiento contra la patria. Jerjes, aunque primero se disgusta, reconoce la nobleza de sentimientos de Temístocles, y, admirando a la tierra que ha visto nacer a un alma tan grande, se hace amigo de Atenas.
Con este hecho termina el drama, en el que aparecen también los dos hijos de Temístocles, Aspasia y Neocles. Neocles es su compañero de exilio; Aspasia, librada de un naufragio, llega de incógnito al palacio real de Jerjes donde encuentra a su padre, y, atrayendo la atención de Jerjes, hace nacer celos en Roxana, su prometida, especialmente cuando Jerjes piensa casarse con Aspasia para estrechar los vínculos con Temístocles. Pero Aspasia huye de las bodas reales, empujando de este modo a Roxana hacia su destino, en tanto que ella entrega su amor al embajador griego, Lisímaco, con lo que se colma el júbilo general de los personajes y de sus pueblos respectivos. La intriga amorosa no es, pues, la parte principal, sino un medio para desarrollar el carácter de Temístocles, que es quien domina la escena; su posición frente a los hijos que se inclinarían por una transacción que favoreciera su tranquilidad, tiene cierta analogía con la posición de Atilio Régulo en el drama del mismo nombre (v.), con el que tiene también la afinidad fundamental del tema del amor patrio. Aun cuando el lenguaje no está a la altura de las pasiones que expresa, la figura del protagonista, si bien verbosa, no carece de cierta nobleza de rasgos y de expresiones, superiores a la frecuente frivolidad de los dramas de Metastasio.
M. Praz
Metastasio es el único extranjero que me ho fascinado tanto como La Fontaine. (Stendhal)
Con él se cierra el ciclo del idealismo arcàdico; la plástica de la palabra no domina ya y cede su lugar a la plástica de los sonidos, y el antiguo arte italiano muere cantando, igual que los héroes de su poeta. (Carducci)