Bajo este título reunimos la obra teatral del escritor catalán Joan Puig i Ferreter (1882-1956). Tras haber publicado un volumen de breves Diàlegs dramátics [Diálogos dramáticos, 1904], estrenó su primera obra teatral en tres actos, La dama alegre, en el Teatro de las Artes de Barcelona la noche del 17 de diciembre de 1904, constituyendo un éxito rotundo que situó a su autor entre las figuras de mayor resalte del teatro catalán contemporáneo.
Después de la radical novedad que implicaba esta obra, que transcribía un realismo violento de grandes pasiones, nuestro autor intentó el drama, de tesis en Arrels mortes [Raíces muertas, 1906] y Aigües encantades [Aguas encantadas, 1908], pero pronto volvió a la línea de su primera producción con La dama enamorada. Ésta (1.a versión en cinco actos, 1908; 2.a versión en tres actos, 1924), cuya gran plenitud de vida traducía un episodio de la vida del autor, y El gran Aleix [El gran Alejo, 1912], de una tensión dramática extraordinaria, son sus dos obras más importantes. Con Desamor (1912) y La dolça Agnès [La dulce Inés, 1914] acaba propiamente el ciclo de sus obras dramáticas, violentas y desgarradas. Escribe luego una serie de comedias de tono más amable, como Si ríera una minyona… [Érase una vez una muchacha…, 1917], L’escola deis promesos [La escuela de los novios, 1922] y Garidó i Francina [Garidó y Francina, 1917], que es tal vez la mejor de todas ellas. Finalmente, intenta la comedia dramática de costumbres en El gran enlluemament [El gran deslumbramiento, 1919] y Les ales del fang [Las alas del barro, 1918].
Como ocurre en sus grandes relatos novelescos (v. Caminos de Francia, etc.), Puig i Ferreter utiliza en el teatro elementos extraídos de su propia vida. «Yo, antes que nada — escribe a un amigo suyo —, soy un hombre, y ante ti se revelará el hombre y no el escritor. Aborrezco este último vocablo; literato, escritor, dramaturgo, todo esto no es nada; todo lo que pertenece al oficio lo he borrado de mí, así como también toda vanidad; yo no soy más que un hombre, que vivo, que pienso, que sufro y que cuando no puedo soportarlo más escribo, porque esto me hace bien». La literatura es, pues, goethianamente, una liberación del hombre que sufre la vida, que se ha sumergido en ella totalmente. Por ello se ha podido decir que tal vez su mejor obra literaria es su propia vida. En la mayor parte de piezas dramáticas hallamos, pues, elementos extraídos de la propia realidad de vida; el personaje de la mujer apasionada, sentimental y sensual, que sabe hacerse suyo el amor por encima de los convencionalismos; el problema de unos orígenes familiares nebulosos; el tema del desplazado; el profundo sentido de la tierra; la obsesión de la vida aventurera; el deseo de un destino heroico.
Puig i Ferreter logra su mayor tensión dramática, más que en las situaciones propiamente escénicas, en los contrastes morales y las contradicciones interiores de los personajes. Torturados y salvajes, dominados por la fatalidad y los instintos, cada uno de ellos tiene una plenitud de vida propia. Sus obras están resueltas con gran economía de recursos; expone los antecedentes del problema escénico con pocas palabras y plantea la solución sin mediatizaciones de ningún género. De ahí que algún crítico haya podido escribir que nuestro autor «es un ‘inmoral’ al estilo de Zola, Ibsen, Gorki y Strindberg, que sacan a plena luz la podredumbre de ciertos seres considerados como integérrimos y analizan sin rodeos ni atenuantes la decadencia moral de ciertas clases sociales, no para complacerse en sus llagas y miseria, sino para arrancar la costra que encubre hipócritamente las ruindades humanas, para hacer resplandecer el triunfo de la bondad y de la verdadera virtud».