Con este título publicó en 1658 Cristóbal Lozano (1609-1667) una colección de novelas cortas cuyas fuentes literarias han querido ver algunos en Las mil y una noches (v.). Por su carácter y por muchos detalles fueron muy estimadas por los escritores románticos, que en más de una ocasión buscaron en Lozano su inspiración, contribuyendo a ello no poco la afición que éste tuvo en coleccionar y transformar leyendas y tradiciones españolas, de las que algún resto puede encontrarse en estas Soledades. El protagonista de la obra, el estudiante Lisardo, es además un tipo perfectamente romántico que nos hace pensar en aquel Estudiante de Salamanca (v.) que cantó Espronceda y que como éste asistió a sus propios funerales. En Lisardo se encuentra ya esa actitud de hastío frente a la vida, esa desilusión y esos amores desgraciados que tanto gustaron a los escritores del XIX, y también ese entregarse a la vida monástica cerrando una vida dominada por el pesimismo.
La obra es asimismo un tanto revolucionaria en la forma, pues en ella se mezclan verso y prosa, ya que en verso está la segunda de las «Soledades». Los argumentos de estas novelas que «para escarmiento de la vida, son contadas en las soledades de Guadalupe», son muy variados; a título de ejemplo, véase el de la «Soledad III»: a una mujer, cuyo marido está ausente, una tía suya le hace creer que aquél ha muerto, viéndose obligada a casarse con un pretendiente rico. Regresa el marido, y enterado del engaño mata a los embaucadores y reanuda la vida feliz con su mujer, de quien tiene una hija. Pero pasado un año se deja sentir la acción de la justicia y el marido es condenado a muerte. Soborna al verdugo, quien le sumerge en un profundo sueño mediante un narcótico, y durante el mismo finge su ajusticiamiento y entierro. Cuando de nuevo se ve libre y va en busca de su mujer, ésta que murió entretanto ignorante de su salvación, se le aparece y le insta a que haga penitencia de las faltas en que se halla. Obsérvese una vez más la abundancia ya indicada de temas románticos.