Sobre la Voluntad en la Naturaleza, Arthur Schopenhauer

[Über den Willen in der Natur]. Obra publicada por Arthur Schopenhauer (1788-1860) en Francfort del Main en 1836 y reimpresa, con adiciones, en 1854.

Como dice expresamente el subtítulo del libro, en él Schopenhauer expone y explica los últimos descubrimientos científicos que, se­gún le parece, confirman el sistema filosó­fico desarrollado por él en El mundo como voluntad y representación (v.), esto es, que demuestran que el mundo no es otra cosa sino un fenómeno, y que por debajo de él actúa, última realidad, una incons­ciente e irresistible «voluntad de vivir» o de existir. Naturalmente, estas «pruebas» son en su mayoría forzadas o superficiales: Schopenhauer se atiene a la letra de cier­tas expresiones científicas y basta que un científico diga que un fenómeno «parece» ser debido a un ciego impulso, a una in­explicable tendencia, para que él afirme que aquel hombre de ciencia ha aportado otra prueba de que la verdadera realidad, la realidad última, es la ciega voluntad que genera la materia y el pensamiento.

Además, Schopenhauer acepta hasta la teoría de la generación espontánea de la vida en lo inorgánico, teoría ya superada por la biolo­gía. Y aduce el magnetismo animal como prueba de la voluntad universal, porque sus teorías sostienen que la voluntad es el principio de toda vida espiritual y cor­pórea. Se detiene en el uso lingüístico del verbo «querer» como ejemplo a su favor: «el agua quiere brotar», «esto quiere pa­ciencia», para demostrar que en todas las lenguas la voluntad es tomada como último móvil de la vida espiritual. Y prefiere remi­tirse a Oriente, cuyos pensadores, de mucho tiempo atrás, hablaban de un querer in­consciente como base de las funciones or­gánicas. La única doctrina científica aducida por Schopenhauer que parezca verdadera­mente están de acuerdo con la teoría de la voluntad es la de Lamarck (v. Filosofía zoològici), que atribuyó las transformacio­nes de las especies vivientes a un impulso vital por el que el animal tiene, por ejem­plo, cuernos porque quiso inconscientemente herir con la cabeza, y por lo tanto, con ese esfuerzo continuado durante generaciones, produjo órganos aptos para ello.

Existió, pues, desde el principio, el protoanimal, pura vida sin forma determinada; ésta fue produciéndose gradual y diversamente con el esfuerzo del animal para vivir. Schopen­hauer observó que también el protoanimal no es otra cosa sino una transformación de la fundamental voluntad de vivir que pe­netra todo lo creado.

M. M. Rossi